The Other Side

El Foso

 

El ambiente  era completamente oscuro y desprendía un aroma capaz de separar la piel de la nariz, el ecosistema en sí daba asco. Los chillidos de las ratas resonaban algo distantes, sin embargo,  se podía decir que eran muchas y estaban hambrientas.

A lo lejos se sentía cómo un goteo caía lento, pero indetenible sobre una superficie de metal, provocando un ruido desesperante.

Kran abrió los ojos, y no pudo evitar llevarse las manos a la cabeza. Un intenso dolor lo estaba matando, sintió un pequeño bulto en esta; al parecer el golpe le había hecho un chichón. Sintió un leve frío en su espalda, ya que se hallaba acostado sobre el suelo, sin camisa, solo con un pequeño trapo a modo de ropa interior. Observó su celda durante unos segundos, ese cuchitril no tenía ni cuatro metros cuadrados. La cama era tan solo un poco de paja sobre la cual había una colcha, o más bien un trozo de tela rasgado y defecado por ratones; de no ser porque ya había visto cosas peores, hubiera vomitado.

Caminó con cierta dificultad hacia la cama. Soltó un pesado suspiro mientras pensaba en cómo escapar de aquella situación.

—¡Eh tú! —Una voz algo débil lo sacó de sus divagaciones, haciéndole voltearse para buscar el origen de esta. Venía de la celda de enfrente

—¿Yo? —Caminó hacia los barrotes algo confundido, no llegaba a distinguir a quién le hablaba.

—¡Sí tú! —Repitió con cierto entusiasmo en su voz—. ¿Sabes dónde estás?

Miró al suelo algo abatido. Aquella sonrisa traicionera hizo acto de presencia nuevamente, delatando la impotencia que sentía.

—Supongo que en un puto calabozo. Si mis ojos no me fallan, este es El Foso* ¿Verdad?

—¡Bingo! Bienvenido a tu última parada antes de morir —Sus palabras a pesar de querer brindar ánimo solo consiguieron minar aun más la moral de Kran.

—No pienso morir aquí, no sería la primera vez que estos idiotas me dejan escapar.

—¡Un momento! —El anciano se acercó a los barrotes de su jaula para ver de cerca. Entre la oscuridad se podían distinguir dos ojos de un color azul muy intenso, lamentablemente era lo único visible—  ¿Eres Kran?

—¿Quién eres? —preguntó con ciertas reservas, los extraños no le gustaban.

—¡Oh perdón! —El anciano se alejó un poco de los barrotes, algo avergonzado por su comportamiento—  Soy Melvin, digamos que ahora mismo soy el más afortunado de todos aquí, si todo sale según lo acordado, mañana mismo estaré muerto.

De repente pudo verlo mejor gracias al reflejo de una antorcha. El anciano no parecía estar pasando por su mejor momento. De su frente caía un pequeño hilo de sangre, el cual se perdía entre los pelos de su descuidada barba. La mugre se había apoderado de aquel anciano que miraba a Kran con mucha amabilidad.

—Entonces, vuelvo a estar aquí —Pegó su espalda contra la pared y se dejó caer sintiéndose totalmente derrotado.

—Sé que volverá a escapar como la última vez —Lo consoló el anciano desde su celda.

Sonrió un poco más animado, no esperaba encontrarse con alguien así en aquellas condiciones. La última vez que había pisado ese lugar era casi un niño, un niño con muchas dudas y odio acumulado.

—Lo dudo mucho la verdad, pero nadie sabe, por cierto ¿Por qué estás aquí? —No solía hablar con desconocidos, pero en ese momento no tenía muchas más opciones disponibles.

Ahora fue el turno del anciano de reírse, mientras Kran se limitaba a observarlo en silencio.

—Digamos que ni todo el dinero que les ofrecí fue capaz de librarme de estos salvajes.

—¿Eras comerciante? —preguntó decidido a entablar una conversación con él, al menos en lo que esperaba que lo buscaran.

—Casi… era el jefe de un pueblo que se dedicaba a la minería. Teníamos de todo: tiendas, cabaret, bares; incluso había un banco y un casino, sin embargo, la mina se terminó agotando y los guardias nos dejaron a nuestra suerte. —Melvin soltó un breve suspiro y su mirada se enturbió ligeramente—. Se corrió la voz de que estábamos desprotegidos y llegaron estos salvajes a llevarse lo que quedaba. Por suerte me olí lo que iba a pasar y lo enterré todo. Creo que esa es la única razón por la que sigo vivo, bueno… —Mostró varias partes de su cuerpo cubiertas de sangre y heridas, algunas parecían tener días, otras semanas—… casi vivo —Sonrió débilmente.

—¿Y por qué no les dices dónde pusiste todo?

Melvin lo miró a los ojos, en su mirada se reflejaba algo más que dolor; dentro de él habitaba una fuerza de voluntad sin medida.

—Sería darles la razón. —Negó con la cabeza ante aquella idea—. El mundo no puede funcionar con violencia, y ellos se empeñan en que sea así, antes prefiero morir que entregar el fruto de mi vida a ellos. Si tengo que morir desangrado lo haré.

El anciano sonaba bastante convencido de su idea, antes morir que ceder al chantaje. Kran no pudo evitar sentir orgullo —y pena— por aquel hombre; retar a los Jerkas no era algo para tomarse a la ligera.

De pronto se oyeron unos pasos aproximarse por el pasillo.

—Seguimos luego —dijo Kran, a lo que Melvin asintió con una sonrisa.

Un guardia se paró frente a la celda del anciano. A pesar de la oscuridad se le podía ver cómo vestía la ropa típica de su banda, era de un color amarillo algo apagado; sin duda para camuflarse en el desierto, tenía un pañuelo que le cubría la mitad de la cara y llevaba colgando del cinturón un mazo de llaves;  algo lógico en el guardián del calabozo. Sin embargo, había algo curioso, no tenía su arma; algo muy extraño teniendo en cuenta lo agresivo que pueden ser algunos prisioneros.

—¡Eh tú!, arriba, Faith quiere verte —Ordenó el guardia con voz amenazante mientras abría la puerta de forma brusca.

El anciano se levantó y se dirigió hasta la puerta, al pasar junto a la celda de su compañero susurró:

—Si vuelvo de esta, te cuento mi secreto.

—¿De qué hablas anciano? —El guardia se había percatado del intento de comunicación entre presos, por fortuna no oyó nada.



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En el texto hay: magia, alta fantasia, artefactos magicos

Editado: 03.01.2024

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