15 años atrás:
La mañana se presentó tan nublada como el humor de Kran. El fallecimiento de su padre significó un duro golpe para este muchacho de tan solo diecisiete años.
Sintiendo el peso del mundo sobre sus hombros se sentó en uno de los bordes de la cama. Se envolvió la cara con sus manos y dejó escapar una lágrima. No tenía claro si merecía la pena llorar por un alcohólico empedernido que murió en una borrachera, al menos eso le habían dicho a él.
Secó sus lágrimas y analizó el dormitorio por unos segundos. Su mirada se detuvo en el espejo:
«Mira cómo estás por culpa de un borracho» —En su rostro apareció aquella traicionera sonrisa que tanto odiaba.
Salió de la habitación con el objetivo de limpiarse el rostro después de semejante escena.
—¡Mierda! —Protestó al sentir unos golpes secos provenientes de la puerta de abajo.
Se dirigió con prisa hacia el dormitorio y rebuscó en el armario. Lo primero que encontró fue su atuendo de trabajo, el cual se puso sin tan siquiera pensarlo por un segundo. Bajó de un salto la mitad de los escalones, casi cayéndose en el último tramo.
Atravesó la sala y llegó al pasillo que daba a la puerta principal.
—¡Hola, buenos días! —Saludó un hombre apenas la puerta se abrió.
Kran lo analizó con detenimiento: hombre pequeño y robusto vestido con un traje elegante y sonrisa fingida; sintió un pequeño escalofrío recorrer su espalda.
—Saludos mi señor. —Repitió al ver que el primer saludo no fue devuelto— ¿El señor Kran Artis? —Preguntó mientras intentaba dirigir su mirada sobre Kran, algo muy difícil pues este le sacaba más de dos cabezas.
—Soy yo —Contestó cortante con ganas de despacharlo con rapidez.
El hombre lo miró extrañado. Se quitó el sombrero dejando al aire su calvicie casi total.
—¿Está seguro?
—Es mi nombre desde que nací, así que supongo que sí —Respondió comenzando a impacientarse, odiaba perder el tiempo.
—¿Me permite pasar unos instantes? —preguntó el hombre mientras estiraba la mano como si fuera a entrar a pesar de que no le dieran permiso.
Kran lo analizó nuevamente, ese hombre no le traía buenas vibras, pero sentía que si no lo dejaba pasar ocurriría algo peor.
—Muy bien, adelante —Se apartó dejando espacio para que el "invitado" pasara.
Ambos caminaron hasta llegar a un pequeño recibidor al final del pasillo. Había un par de sillas de maderas acomodadas alrededor de una mesa, este lugar servía para recibir a las visitas, aunque en los últimos meses se había visto inutilizada.
Kran le señaló al hombre la silla donde se sentaría, mientras él tomaba asiento justo en frente. Ambos se miraron por unos segundos. El desconocido miraba a todos lados intentando hallar la forma de iniciar la conversación, sin embargo, no le hizo falta pues Kran tomó la delantera.
—¿Qué necesita?
El hombre lo miró sorprendido al ver la decisión con la que habló.
—Bueno... pues me presento. —Colocó el sombrero sobre la mesa, su mano tembló ligeramente—. Mi nombre es Frank, Frank Cali, soy un prestamista.
Kran apretó su puño hasta dejar su nudillo blanco. A lo largo de su vida había recibido incontables visitas de hombres de esta calaña.
—Su padre contrajo una deuda monetaria con nosotros, la cual no pudo satisfacer antes de morir. —Llevó su mano derecha a uno de los bolsillos de su traje y sacó una hoja—. El plazo para pagarla venció.
Frank le entregó la hoja a Kran y este comenzó a leerla:
“Mi nombre es Arthur Artis, y hoy firmo este documento para dejar constancia sobre mi deuda de veinte mil Ka'n. En caso de no satisfacerla dejaré a su disposición mi casa en la ciudad de Eris”
A Kran se le hizo un nudo en el pecho al ver la firma de su padre al final de la hoja. No quería dejarla salir, pero una lágrima se asomó con timidez en su ojo derecho. El mundo no se le había venido abajo al ver a su padre muerto, se le vino al ver cómo su padre, su único familiar, había sido capaz de regalar su casa... su refugio.
Dejó el papel sobre la mesa y miró a Frank, este lo observaba con algo de miedo mientras corría su silla unos centímetros atrás.
—Lo siento mucho, pero tendrá que... —Su frase quedó cortada por una mano en su cuello, que lo agarró con la rapidez de un rayo y la fuerza de un volcán—. ¿Qu.. qué ha..hace? —Fueron las únicas palabras que lograron salir. Kran lo había agarrado y empujado hacia la pared; sin soltar el agarre ni por un segundo.
—¿¡Me estás diciendo que mi padre os dejó mi casa... por una puta apuesta!? —El estrangulamiento estaba en su máximo punto, los oscuros ojos de Kran parecían endemoniados.
—Suélteme.... por favor, me quedo sin aire. —La cara de Frank empezaba a adquirir un color rojo intenso producto a la fuerza con la que había sido levantado, sus piernas pataleaban buscando el suelo a como diera lugar—. So...lo soy un sim...un simple intermediario.
Su cuello fue liberado súbitamente. Cayó de rodillas, jadeando con fuerza en búsqueda de aire. Kran también se arrodilló con las manos en la cara, sollozando de la impotencia. No valía de nada tomarla con ese hombre.
—Lo si... siento mucho señor Kran —dijo Frank mientras recogía su sombrero y la hoja a toda prisa sin tan siquiera mirarlo—. El desalojo será en una semana, respetaremos el duelo.
Kran sintió cómo unos pasos se alejaban por el pasillo, seguido del sonido de la puerta cerrándose.
No pudo cambiar de posición en unos minutos. Creyó que había llorado por horas, sus ojos se hincharon, la cabeza le dolía y un sentimiento de traición lo invadió por completo.
Alzó la cabeza y vio que la tarde debía estar próxima, poco le importó. Caminó hacia su dormitorio y se echó sobre la cama. No quería dormir, solo quería que todo acabara lo más rápido posible. Por su mente pasaron aquellos recuerdos felices donde eran solo él y su padre, nadie más. Aquella estúpida sonrisa apareció otra vez, se mordió la lengua buscando sustituirla por un gesto de dolor; pero no funcionó.