The Other Side

Conozcan a Madre

En menos de un minuto el trío se vio rodeado por no menos de diez hombres armados con dagas y con una placa de metal oscuro firmemente ajustado a su antebrazo, a juzgar por su apariencia debía servir de escudo. Marie se paralizó por un segundo. Aunque atacara con la mayor rapidez posible a los captores de sus compañeros, sería incapaz de rescatarlos a ambos. Luego de unos segundos levantó las manos en señal de rendición y esperó a que el líder hablara.

Entre los bandidos surgió un hombre de expresión seria, con una cicatriz que atravesaba el lado derecho de su boca. No parecía ser muy viejo, pero sin duda las diversas marcas en su cara, cuello y brazos hacían que su edad quedara en el misterio.

—¿Quién os trajo hasta aquí? —preguntó con un tono frío y vacío que lo hacía lucir como un muerto viviente.

El hombre (o quizás chico) no mostraba el más mínimo interés en las dagas que habían en el cuello de Marcus y Kran, en su lugar tenía sus oscuros ojos clavados en Marie, como si de un depredador se tratase. Marcus aprovechó un momento de distracción para intentar librarse, pero solo consiguió que la daga le hiciera un corte poco profundo por el que salió un hilo de sangre

—¡No te muevas!

Marcus no mostró dolor, pero una mueca apareció en su rostro. Kran intervino enfadado.

—Si buscas que te digamos algo, créeme, estás muy equivocado. Eso que acabaste de hacer va a salirte caro.

El hombre no le prestó atención, en su lugar siguió observando a Marie, como si esta fuera la única capaz de responder a su pregunta. El ambiente se mantuvo en silencio por casi un minuto, solo se oía el canto distante de algún ave y el crujido ocasional de alguna rama que ponía en alerta a más de uno.

Marie bajó suavemente las manos y con sumo cuidado dejó el libro recién hallado a un lado de su bolsa. Miró a sus compañeros buscando alguna señal, pero solo se encontró con que estaba sola, ella sería la encargada de librarlos de esta... o no.

—Nadie nos han enviado. — Intentó sonar convencida mientras deslizaba su delicada mirada a través de cada uno de los bandidos. Se percató de que aparte de la daga y el mini escudo, la mayoría, por no decir todos, portaban una cerbatana escondida hábilmente a un lado de su cadera—. Vinimos hacia aquí para catalogar nuevas especies de animales y plantas, no todo está en los libros.

Sonrió dulcemente encandilando a casi todos, menos al líder.

—No tienen pinta de dedicarse a catalogar plantas y animales. No al menos con esas armas que portan.

—Es que la fauna de aquí no es muy amistosa —contestó Marcus todavía mirando la hoja que amenazaba con cortarle el cuello—. Tampoco contábamos con la compañía de otros humanos. ¿Quién en su sano juicio viviría aquí?

A los nativos no pareció hacerles gracia el comentario de Marcus, sus expresiones se volvieron incluso más hostiles que al principio. Uno de ellos habló, esta vez era un chico de no más de veinte años que se había mantenido alejado del resto.

—Este lugar no es apto para cualquiera, aquí vive un grupo muy reducido de personas encargadas de custodiar ciertos objetos que escapan a vuestra compresión.

De inmediato se vió callado por la fría mirada de su jefe, indicando que había hablado de más. El chico tragó un buche amargo al imaginarse lo que vendría después de eso.

El trío dibujó una sonrisa de satisfacción que ahogaron casi al instante. El hombre les había revelado algo de vital importancia, en la isla habían objetos que necesitaban de una protección muy fuerte, Willbur no les había mentido, ahí debía estar el collar. Decidida a sacar algo más de información Marie le preguntó al líder.

—¿Y qué se supone que custodian ustedes? No os veo muy capaces de proteger algo demasiado importante.

Si algo había aprendido Marie a su corta edad era que la mayoría de los hombres terminan cediendo ante estas provocaciones tan inmaduras, sin embargo, ninguno de ellos cedió. En su lugar el líder, sin la más mínima perturbación en su expresión hizo una señal a sus subordinados y tres de ellos sacaron las cerbatanas y dispararon hacia sus cuellos, en pocos segundos cayeron inconscientes.

—¿Los vamos a llevar? —preguntó uno de los más adultos que había en el grupo.

El líder no hizo caso, su atención estaba puesta en Kran, por alguna razón le recordaba a alguien.

—¡Uno! —lo llamó el mismo hombre.

—¡Sí! Madre me advirtió sobre ellos, dijo que los lleváramos ante ella. Por cierto. —Miró fijamente hacia el que había revelado información hacía unos minutos —. Dile a Madre que Ocho ha vuelto a cometer el mismo error, necesita ser corregido.

Hay pocos lugares en el continente que arrojan más incógnitas que el pantano: un lugar lleno de animales y plantas de todo tipo. Casi nadie sabe que en esa zona hay algo más que eso, en el seno, donde muy pocos han logrado llegar se encuentra una pequeña aldea construida sobre una gran plataforma de madera que evita que los edificios, y los habitantes sean devorados por enormes lagartos o envenenados por las plantas que crecen en el fondo.

El pueblo —si es que así se le podía llamar— contaba con una serie de casas de madera construidas simétricamente alrededor de una capilla de piedra. En la parte exterior del lugar se hallaba una pequeña zona donde se distribuían los víveres de los habitantes, al lado, una herrería y un sastre, encargados de mantener a los guerreros armados para cumplir con su tarea de vigilia, y al fondo; en un lugar casi imposible de ver a simple vista, había una cripta casi consumida por las enredaderas que habían crecido de años y años.

El grupo llegó con los “invasores” inconscientes sobre sus hombros, menos Kran, a quien llevaban entre tres y con dificultad. De camino a la capilla fueron centro de todas las miradas. El pueblo no se caracterizaba por poseer una abundante población ni mucho menos, pero sí eran curiosos, sobre todo a la hora de recibir visita. En pocos minutos se había hecho un tumulto alrededor de la capilla, todos esperaban ver cómo Madre recibiría a los forasteros.



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En el texto hay: magia, alta fantasia, artefactos magicos

Editado: 03.01.2024

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