Soy una hormiga, o menos que eso. Tengo que sobrevivir sin importar qué haga. Si muero en este lugar, seré olvidado como un muerto más. Mi respiración se cortó de golpe al verme, rodeado por aquellos ojos inservibles, llenos de sangre acumulada. Sus narices me buscaban, pero no eran lo suficientemente buenas para detectar mi olor en la pesada oscuridad. Mis músculos se tensaron para impedirme hacer el más mínimo movimiento, y el palpitar de mi corazón disminuyó, dejándome al borde de la muerte.
Sus pasos tranquilos se escuchaban más cerca, caminaban a mi alrededor, mostrando aquellos extraños dientes que eran una mezcla entre humano y animal. Sabían que estaba cerca, me habían oído antes. Si no me encontraban, muchos de ellos se quedarían sin comer, lo cual no podían permitir.
—Ayúdame —suplicó aquella mujer desesperada.
No sabía cuánto podría aguantar la respiración, ni la desesperación de tener aquellos ojos posados en mí o la sensación de sus narices ásperas y húmedas cerca. Una leve picazón empezó en mi hombro por la sangre que había sido salpicada en mí; esta se extendió hasta mi pierna como una enfermedad que quería matarme. Quería rascarme, respirar, salir corriendo, pero por más que pensaba, no sabía qué hacer para salir con vida. Solo podía aguardar.
Ella se arrastraba con dificultad, buscándome en la oscuridad para no morir sola. —Sé que estás ahí, no quiero morir —gritaba, sabiendo que ya estaba acabada. Aquellas criaturas utilizaban los vínculos que tenían las personas para cazarlos cuando caían en desesperación e iban en rescate de sus compañeros, pero ya había pasado un tiempo, ya se habrían dado cuenta de que aquella mujer no significaba nada para mí. —Tengo hijos, ayúdame, ellos me esperan en casa —añadió. Un crujido se escuchó, seguido de un fuerte grito que resonó. —¡Mi pierna, mi pierna! Por favor, ayúdame, ayúdame —su dolor se mezcló con el crujido de sus huesos, siendo triturados por aquellos miles de dientes que formaban una extraña sonrisa de éxtasis.
La descuartizaron, peleando por un trozo de ella. Los gritos fueron opacados por su masticar que resonaba fuertemente. La sangre escurría por sus hocicos, dejándome ver lo felices que estaban. —Putos ciegos de mierda —pensé, sabiendo que estaba a punto de desmayarme. El mareo se apoderó de mí, dándome ganas de vomitar. Aquellos ojos habían desaparecido, se habían marchado al haberse cansado de esperar por comida. Mi corazón palpitó fuertemente, forzándolo a no detenerse. Pensé que se saldría de mi pecho, pero estaba vivo, y lo celebré respirando profundamente. Quería tirarme en el suelo y descansar, pero tenía que moverme; he de encontrar la zona roja para poder dirigirme al segundo piso y, de paso, matar algo para vender.
Una risa me paralizó. Aquellos ojos se hicieron presentes; siempre había un terco que esperaba un poco más por su comida. Tendría que matarlo rápidamente y salir corriendo... Solté un suspiro, viendo cómo se abalanzaba a gran velocidad. Aquel rojo de sus ojos estaba por encima de mi cabeza, mirándome fijamente. En algún momento había saltado y caía en picada contra mí. Como pude, esquivé hacia un lado, clavando mi cuchillo en lo que pensé que era su pierna. Cayó, golpeándose contra el suelo. Se levantó soltando un gruñido. Lo miré inmóvil, esperando que me atacara. Tras un leve momento, se volvió a abalanzar contra mí, atacando directamente a mi pierna, queriendo arrancarla de un mordisco, lo cual evité por poco, saltando sobre él. Lo agarré del cuello fuertemente y empezó a moverse histéricamente, golpeándome contra las paredes. Yo me aferraba a él, sin importar el daño que me hacía. Soltando alaridos, cuanto más apretaba, sus chillidos formaron una sonrisa en mí, y de un movimiento rompí su cuello. El silencio se hizo presente tras un crujido que me hizo saber que seguía vivo.
Sin poder detenerme a descansar, saqué mi cuchillo de él. Aun después de muerto, me miraba fijamente. Introduje el cuchillo por su cuenca, intentando no dañar sus ojos, que eran lo más valioso. Con unos cuantos movimientos, saqué ambos y los guardé en mi mochila. Le arranqué cuatro dientes y empecé a correr.
Después de un rato corriendo sin parar, me detuve a descansar. Saqué un cigarrillo de mi mochila y lo encendí, dándole una bocanada que me tranquilizó. Haciendo cuentas, para vivir medianamente bien, tendría que matar mil o incluso más de aquellas criaturas, arrancar sus ojos, dientes y tal vez su piel, subir hasta el piso tres, salir y vender todo. Un aullido desgarrador me alertó: habían descubierto el cadáver de aquella criatura. Me levanté tras darle la última bocanada a mi cigarrillo antes de botarlo y seguir corriendo.
Un extraño olor penetró mi nariz; no pertenecía a este lugar. Aunque ya había sido contaminado por el hedor, no había cedido en su totalidad. Esto me generaba curiosidad. Empecé a dirigirme hacia aquella cosa o persona. Gritos de dolor y súplicas escondían mis pasos, los cuales eran perseguidos por aquellos ojos rojos que buscaban venganza. Poco a poco recortaban distancia conmigo. La fatiga de estar corriendo por horas ya se notaba; tenía hambre y sueño, pero debía seguir corriendo. Tras un rato, vi una luz: era aquel grupo de cinco novatos que había visto antes de entrar. Seguían luciendo felices, aún no se habían encontrado con ninguna criatura; habían tenido suerte, una habilidad que no se podía entrenar.
Me acerqué a ellos con calma. Al escuchar mis pasos, se pusieron alerta. Había miedo en sus ojos, pero la determinación del que parecía su líder los ayudaba. —¿Quién anda ahí? —preguntó, lo cual me pareció imprudente y estúpido al mismo tiempo.
—Hola —dije, saliendo de la oscuridad. Todos se sorprendieron al verme, cruzando miradas entre ellos, hablando con estas.
—Es solo un niño —dijo la mujer más joven con algo de lástima—. ¿Quieres unirte a nuestro equipo? —preguntó, acercándose a mí. Ninguno de ellos puso objeción; todos me miraban de la misma forma que ella, era extraño—. Vamos —dijo, tomándome de la mano. No puse resistencia ni dije una sola palabra, solo caminé a su lado, lo cual me hacía sentir comodidad.