En este lugar existían reglas no escritas que debías tener presentes para aumentar tus posibilidades de sobrevivir. El olor que emitían era perfecto para camuflar el mío ante aquellas criaturas, las cuales no tardarían en encontrarme. Cuando lo hicieran, solo tendría que correr sin mirar atrás. La verdad es que soy un mediocre: de todas las formas posibles para sobrevivir, escogí la más baja de todas.
—¿De dónde eres? —preguntó aquella mujer, sin soltar mi mano. En su muñeca tenía una extraña manilla plateada, al parecer hecho de algún tipo de metal. Ella miraba hacia la oscuridad mientras me observaba detenidamente, de una forma que no lograba comprender. El resto del grupo reía por alguna razón que desconocía. Estaba mal, pero me daba envidia verlos tan felices.
—De los callejones —respondí, intentando entender cómo me miraba aquella mujer. Por alguna razón soltó mi mano, y me detuve al verla. Por más que intentaba, no lograba comprender lo que mis ojos estaban viendo.
—¿Puedo abrazarte? —preguntó. Sin dejarme responder, me abrazó. Sus ojos no dejaban de llorar... por mí. En ese momento comprendí que me miraba con pesar, lo cual me hizo enojar, pero no podía apartarla. Era reconfortante la sensación de un abrazo.
—Es un lugar muy feo para que viva un niño —añadió.
—Gracias por insultar mi hogar —dije serio, lo que la hizo apartarse de mí. Al ver mi cara, se limpió las lágrimas con las manos.
—Lo siento... no quería ofenderte —dijo nerviosa.
—Solo bromeaba. Es una mierda de lugar —respondí, mirando al resto del grupo. Estos apartaron la mirada, fingiendo hablar entre ellos. La mujer volvió a tomar mi mano, y continuamos caminando.
Nos detuvimos al ver una opaca luz roja que apenas iluminaba la oscuridad espesa. Caminamos hasta toparnos con una grieta que conducía a un pasillo lleno de antorchas con pequeñas llamas rojas. Ellos la miraban con asombro, hipnotizados por su extraño color sangre.
—¿Qué es este lugar? —preguntó el tipo grande que cargaba la antorcha.
—Es una de las rutas hacia el siguiente nivel —respondí, pasando por la grieta. El resto me siguió. El otro tipo, uno delgado, con grandes ojeras, me observaba detenidamente.
—¿Me quieres decir algo? —pregunté. Él apartó la mirada sin emitir un sonido.
—¿Por qué hace tanto calor? —preguntó una mujer rubia, hiperventilandose. Todos comenzamos a sudar a mares por el calor infernal. Caminamos por el estrecho pasillo, siguiendo la antorcha, que a medida que avanzábamos intensificaba su llama.
—¿Y tus padres? —preguntó el tipo grande, jadeando con cada paso. Me quedé callado, sin querer responder.
—Discúlpame, no sabía que era algo...
—¡Lo hiciste sentir mal, estúpido! —dijo la mujer rubia, dándole un golpe. Luego se acercó a mí y me abrazó—. No le prestes atención a ese insensible. Hueles mal, pero te queremos —dijo sonriéndome.
—Ya me disculpé... ¿Y por qué le dices que huele mal? —replicó el tipo.
—Porque es verdad —respondió ella, alejándose de mí.
—¿Desde cuándo se conocen? —pregunté, interrumpiéndolos.
—Desde que éramos pequeños —respondió la mujer que sujetaba mi mano—. Somos huérfanos. Estamos aquí para ayudar a los otros niños del orfanato.
Era raro, pero por alguna razón me sentía mal por estos desconocidos, lo cual solo confirmaba lo débil que era. Pero no importaba. Tenía que seguir con mi plan, aunque me sintiera culpable por escogerlos a ellos para sobrevivir.
—¿Han matado a alguna criatura de este lugar? —pregunté, cambiando de tema.
—Hemos tenido suerte de no encontrarnos con ninguna —respondió el grande con una sonrisa.
—¿Y cómo van a conseguir dinero si no matan a una? —insistí.
—Verdad... qué mala suerte tenemos —dijo rascándose la cabeza.
—Qué imbécil eres —respondió la mujer rubia.
Un sonido de pasos arrastrándose nos puso a todos en alerta. Dándonos la vuelta, cada uno tomó posición. La mujer que sujetaba mi mano me arrastró con fuerza y dijo suavemente:
—Tranquilo, todo estará bien.
Aquello me pareció estúpido, pero a la vez dulce, al ver su sonrisa temerosa. Al estar cerca, noté lo patético que era su formación. Era evidente que morirían en algún momento... ¿Pero eso estaba bien?
Una gran silueta se divisaba a lo lejos, avanzando lentamente con algo sobre la espalda.
—¿Quién anda ahí? —preguntó el tipo alto con un tono de falsa confianza. No lo había notado antes, pero temblaba.
—Hola —respondió la voz de un hombre, que seguía acercándose.
—¿Qué quieres? —insistió el tipo, aun fingiendo seguridad.
—Solo deseo pasar —dijo. Al estar más cerca, vimos que cargaba a una mujer moribunda sobre su espalda. Ambos estaban cubiertos de sangre, de pies a cabeza. No podía saber si era suya o de alguna criatura. Era un tipo imponente y musculoso. No tenía armas, solo sus enormes manos llenas de cicatrices.
—¡Quieto! —dije, siendo completamente ignorado. El hombre solo me sonrió. Cada paso suyo hacía temblar mi cuerpo, que solo deseaba correr. Nunca había visto a alguien con tanta sed de sangre. Su olor era una mezcla de sangre humana y de criatura. No podía pensar en ningún plan que no fuera huir... pero estaba seguro de que me alcanzaría en segundos.
—¿Qué le pasa a ella? —preguntó alguien, con la voz quebrada por el miedo.
—Nada importante —dijo, deteniéndose frente a nosotros, escaneándonos uno por uno—. ¿Por cuál de ustedes pagué? —preguntó, reventando la cabeza de la mujer contra la pared—. Te tomaré a ti —añadió, acercando sus enormes manos a la mujer que me había olvidado que existía.
—Lo siento —dijo ella, apartándose de mí tras clavarme un cuchillo en la espalda. Algo caliente empezó a correr por mi espalda.
—Esta será mía —añadió el hombre, mientras la sujetaba con fuerza.
Volteé. Ella seguía mirándome con lástima, pero ahora con alivio.
—Por él fue que pagaste —dijo.
El sujeto me tomó con sus manos llenas de callos, pasó su lengua por mi rostro y me besó.