The Phantom Violinist

Capitulo 2

El 'clic' del candado al ceder, después de tantos años de herrumbre, sonó sorprendentemente fuerte en el silencio que rodeaba a Alistair Thorne. No fue solo un sonido mecánico; fue el golpe de gracia a un pasado polvoriento. Edwin, el joven asistente, parpadeó ante la nube de polvo y esquirlas de óxido que cayeron de la vieja cerradura.
Thorne empujó la pesada puerta de madera. Gimió como una bestia dormida y el aire gélido de noviembre se apresuró a entrar, chocando con el olor a humedad estancada y moho que se desprendía del interior.
—Adelante, Edwin —ordenó Thorne, su voz resonando con una autoridad que se sentía ajena a ese lugar de ruinas.
El interior del Sound of Art era una catedral de la decadencia. La luz que se colaba por las rendijas y las ventanas rotas iluminaba un espectáculo de desolación. Las arañas habían tejido tapices grises que colgaban del techo. Los asientos de terciopelo de la platea estaban rasgados, dejando al descubierto el relleno y los muelles. Las alfombras persas, alguna vez gloriosas, eran ahora un revoltijo de jirones y polvo.
—Dios mío, Señor Thorne —susurró Edwin, sus manos temblando al agarrar el registro de la propiedad—. Esto… esto está peor de lo que imaginamos. ¿Ha visto el techo?
El techo del auditorio, una cúpula pintada con alegorías mitológicas desvanecidas, tenía una grieta que lo atravesaba como una cicatriz. Justo debajo, una lona de aspecto mugriento había sido colocada para atrapar el agua. El aire era tan frío que el aliento de ambos hombres se convertía en una neblina densa, incluso dentro.
Thorne, sin embargo, parecía no ver la ruina. Sus ojos estaban fijos en el escenario. Un telón principal de un profundo color borgoña, ahora manchado y roto, caía sobre el proscenio como una cortina fúnebre.
—Aquí se bailó, muchacho —murmuró Thorne, caminando lentamente por el pasillo central, su paso firme levantando pequeñas nubes de polvo—. Aquí se cantó. Y aquí… —Se detuvo justo al borde de la platea, en el lugar que una vez fue el foso de la orquesta—. Aquí la vida se convirtió en arte.
Edwin, por su parte, solo podía ver los números: el coste de la fontanería, el precio del yeso, la mano de obra necesaria para reemplazar los asientos.
—Señor, con el debido respeto, el arquitecto estimó… El arquitecto dijo que las renovaciones ascenderían a una cifra considerable. Podríamos comprar tres casas de campo con ese dinero. ¿Está seguro de que no sería más sensato simplemente demolerlo y construir pisos?
Thorne se giró, y la luz amarillenta que se filtraba por una ventana lateral atrapó sus ojos. Eran duros, implacables.
—Edwin, me has traído el registro de la propiedad, no el registro de mis sueños. Tres casas de campo se pudrirán en el olvido. Este teatro, en cambio, vivirá para ser recordado. No he traído mi fortuna de América para construir viviendas para la clase media. He vuelto para hacer una declaración. Para darle a Stonecroft lo que necesita: peligro y belleza.
Se acercó a la escena del accidente, el lugar exacto donde una década antes un trozo del decorado había caído durante el número final de un violinista, terminando abruptamente la carrera y la reputación de Alistair Thorne. Había una marca oscura en el suelo de madera, una mancha de aceite o, tal vez, algo más siniestro.
Thorne se inclinó y tocó la madera. El silencio se hizo pesado, roto solo por el crepitar de una tabla bajo su peso.
—El sonido se ha ido. El arte ha dormido —dijo, volviéndose hacia su asistente—. Pero está a punto de despertar. Necesito equipos de trabajo, Edwin. Los mejores. Obreros que no le tengan miedo al carbón ni a los fantasmas. Quiero que esto esté listo para la Nochevieja.
Edwin abrió la boca, escandalizado. —¡¿Nochevieja?! Señor, ¡eso es imposible! ¡Es solo un mes!
—La palabra imposible es un epíteto para los mediocres, Edwin. Dime una cosa: ¿está la caja fuerte de tu oficina lista para guardar una nueva producción?
Edwin, aún pálido, se enderezó, intentando recuperar un vestigio de profesionalidad.
—La caja fuerte está lista, Señor.
—Bien. Porque vamos a montar algo que hará que la gente hable de Stonecroft durante los próximos cincuenta años. Necesito que reserves un anuncio en el London Chronicle para mañana. Que sea grande. Llamativo.
Thorne regresó a la calle, cerrando las puertas con la misma indiferencia con la que las había abierto. El frío le azotó el rostro, pero su sonrisa era de satisfacción. La gente seguía congregada, observándolo con mezcla de desdén y fascinación.
—¿Y qué anunciamos, señor Thorne? —preguntó Edwin.
Thorne se detuvo, ajustándose el sombrero de copa. La niebla se espesaba a su alrededor, dándole un aire fantasmal.
—Anunciaremos la producción más ambiciosa que Stonecroft haya visto jamás. Anunciaremos que, en la noche del 31 de diciembre, el Sound of Art presentará... "El Orfebre de Sombras".
Y mientras la noticia del "Orfebre de Sombras" comenzaba su viaje a través de la Calle de San Judd, la promesa de una obra nueva y misteriosa se unió a la vieja leyenda de Alistair Thorne, tejiendo la primera hebra de una nueva y cautivadora controversia.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.