El día después de la irrupción de Alistair Thorne, Stonecroft se despertó con una curiosidad febril. La niebla de noviembre no podía apagar el incendio de las noticias. El London Chronicle, bajo un titular audaz en negrita, había cumplido su objetivo:
>>¡EL SONIDO DEL ARTE VUELVE A ABRIR!
Alistair Thorne regresa triunfalmente para presentar: "El Orfebre de Sombras"
Una nueva obra maestra de terror y belleza. Nochevieja, 31 de Diciembre.<<
El periódico, que normalmente servía como envoltorio para el pescado frito, se convirtió en objeto de intensa deliberación. En los pubs, las barberías y los talleres, la gente debatía sobre la osadía (o la locura) de Thorne.
En la Calle de San Judd, justo donde la carnicería desprendía su aroma metálico y frío, la Sra. Higgins y su vecina, la Sra. Davies, se congregaron con una copia desplegada.
—¡"El Orfebre de Sombras"! —leyó en voz alta la Sra. Davies, con un tono de desaprobación—. Suena a algo completamente inapropiado para una mujer decente. ¿Qué clase de obra es esa, Sra. Higgins?
—Terror, dice aquí —respondió la Sra. Higgins, ajustándose el chal—. El señor Thorne siempre fue aficionado a lo lúgubre, ¿recuerdas? La violinista que terminó en... bueno, ya sabes. Pero "Orfebre" significa alguien que trabaja con oro. ¿Sombras de oro? Es una tontería pretenciosa.
—Yo digo que ha vuelto para vengarse de Stonecroft —sentenció la Sra. Davies, guardando el periódico bajo su brazo—. Querrá demostrar que la ciudad se equivocó al condenarlo. Y nadie, absolutamente nadie, puede restaurar un teatro en un mes. Es una estratagema.
Mientras el rumor se extendía, en el Sound of Art, la declaración de Thorne se enfrentaba a la dura realidad del ladrillo y la cal. El teatro, que la noche anterior era un mausoleo, se había convertido en un hervidero de actividad febril.
Alistair Thorne estaba en el centro del caos, su figura elegante contrastando con el hollín y el sudor de los veinte hombres que trabajaban a su alrededor. Había contratado a los trabajadores de construcción más rápidos y caros de la ciudad, ofreciéndoles bonificaciones extraordinarias para cumplir con su calendario imposible.
El aire estaba lleno de el sonido de martillos, el raspado de cepillos de alambre contra el mármol, y las órdenes en voz alta del capataz.
Thorne observaba a un carpintero maestro que luchaba por encajar una nueva pieza de moldura dorada en el balcón del segundo nivel.
—Más rápido, hombre —dijo Thorne, sin aliento—. Ese dorado debe brillar lo suficiente para cegar.
—Señor Thorne, no se puede apresurar un trabajo de esta calidad —protestó el carpintero, secándose el sudor de la frente—. Si lo hago más rápido, se agrietará.
Thorne se acercó, y sus ojos se clavaron en el artesano.
—Déjame decirte algo sobre el teatro, amigo mío. La perfección no se trata de evitar el error, sino de ocultarlo con esplendor. Hazlo más rápido. Y luego ven a mi oficina. Hay un pequeño "oro de incentivo" esperándote.
El carpintero asintió, volviendo a su tarea con renovado vigor.
Edwin, con la ropa cubierta de polvo y el ceño fruncido, se acercó a Thorne con una pila de facturas.
—Señor, tengo noticias. Tres cosas. Primero, hemos tenido que comprar toda la existencia de terciopelo carmesí en el distrito. El coste…
—Ignora el coste, Edwin. ¿El terciopelo es del tono correcto? ¿Rojo como el vino o como la sangre?
—Como la sangre, Señor.
—Entonces es perfecto. ¿Segundo?
—El elenco. Todos los actores de Londres que valen su peso en sal están contratados para la temporada navideña. ¿Cómo vamos a encontrar a la estrella para "El Orfebre"? Necesitamos a alguien con poder.
Thorne sonrió, esa mueca seca y contenida.
—La estrella ya está en camino, Edwin. No te preocupes por el talento. Preocúpate por la partitura. ¿Llegó?
Edwin tragó saliva. —Sí. Ha llegado un gran baúl de hierro desde el muelle. No tiene remitente, solo una etiqueta que dice: 'Para la Música que Despertará'. Es inusualmente pesado.
—Tráemelo a mi oficina. Ahora la tercera cosa, Edwin. La más importante.
Edwin se acercó, bajando la voz hasta convertirla en un murmullo de conspiración.
—Un hombre llamado Detective Inspector Lancel ha estado haciendo preguntas en la calle. Sobre su regreso. Sobre el teatro. Y específicamente, sobre... el accidente de hace diez años.
La sonrisa de Thorne se desvaneció. Su rostro se volvió impenetrable. Miró hacia el escenario, hacia el lugar exacto donde había tocado la mancha oscura la noche anterior.
—¿Y qué les ha dicho, Edwin?
—Que usted es un hombre de visión y que el pasado está enterrado bajo el nuevo yeso.
—Bien dicho. Ahora, la partitura. Y la llave de mi oficina. Necesito ver la música que vamos a tocar para Stonecroft. Es hora de que escuchen el primer acorde de la nueva sinfonía.
Mientras Edwin se apresuraba a buscar el misterioso baúl de hierro, Thorne caminó hacia la boca de incendios en el callejón trasero. Sacó de su bolsillo la llave que había usado para abrir el candado de la puerta principal. Con un gesto seco y decisivo, la arrojó a la alcantarilla.
El pasado estaba sellado. La reapertura no era solo una obra, era la construcción de una nueva leyenda, y Alistair Thorne no dejaría que un fantasma o un detective arruinaran su gran estreno.