The Phantom Violinist

Capitulo 4

El Detective Inspector Lancel, a sus veintisiete años, poseía una característica inusual en los cuerpos de policía de Londres de 1888: la paciencia combinada con una aguda, casi dolorosa, ambición. No era un hombre alto, pero su chaleco de tweed estaba siempre impecable y sus movimientos eran metódicos. Había ascendido rápidamente en Whitechapel, un distrito que le había enseñado más sobre la maldad humana que cualquier libro de leyes.
Estaba sentado en su pequeña oficina, que olía a tabaco de pipa y a tinta barata, releyendo el anuncio de primera plana del London Chronicle. La luz de una lámpara de aceite proyectaba sombras danzantes sobre el titular.
—"El Orfebre de Sombras" —murmuró para sí mismo, dejando el periódico sobre un legajo de papel amarillento.
El legajo era el Informe de Accidente del Teatro Sound of Art de 1878. El contenido era escueto: caída de una pieza de utilería pesada, dos heridos, un fallecimiento, la carrera de un director arruinada. Un incidente cerrado, clasificado como negligencia. Pero Lancel tenía un sexto sentido para lo que estaba mal, un don que había salvado vidas y resuelto casos de robo de guante blanco.
Su superior, el Detective Superintendente Davies, un hombre corpulento con barba gris, se apoyó en el umbral de la oficina, llenando el marco de la puerta.
—Lancel, ¿todavía con esa tontería de la farándula? Tenemos tres carteristas de alto perfil en Leman Street, y tú estás leyendo sobre la vuelta de un arlequín.
—No es un arlequín, señor. Es Alistair Thorne. Y su vuelta es, por lo menos, inoportuna.
—¿Inoportuna? Es el teatro. Es un negocio. El hombre tiene dinero ahora, quiere gastarlo en algo grandilocuente. Es la vanidad de los ricos, nada más. Deja que la ciudad hable.
Lancel tomó un sorbo de su té frío y señaló el titular.
—El Sound of Art ha estado cerrado durante diez años después de un accidente que casi mata a dos personas, pero murió uno. Thorne huyó del país, se hizo rico, y ahora vuelve para reabrir el lugar en un mes con una obra que nadie conoce. El costo de la renovación es una fortuna, señor. Es un despliegue de ostentación que desafía la lógica comercial.
El Superintendente Davies bufó.
—La lógica comercial es un concepto extraño en el mundo del arte, Lancel. ¿Cuál es tu teoría? ¿Que es un tapadera para contrabandear opio?
—No, señor. Es algo más personal. Algo que suena a venganza. La gente de Stonecroft no solo recuerda el accidente; recuerda el escándalo. El pánico. Y Thorne lo sabe. Su regreso no es un negocio, es una declaración.
Lancel deslizó el informe de 1878 hacia el Superintendente.
—Revisé esto de nuevo. El informe de la época lo cerró como una falla en la cuerda del cabrestante. Pero la cuerda había sido reemplazada el día anterior. Y la pieza de utilería no cayó sobre el escenario, cayó en la pasarela justo donde la violinista principal iba a salir.
—Una violinista ambiciosa a la que se le pudo haber roto un brazo. Un mero accidente.
—El informe original no contiene los testimonios de los maquinistas, señor. Fueron despedidos por Thorne la misma noche y desaparecieron. Hay un vacío aquí.
Davies se frotó la barbilla, la incredulidad luchando con el respeto que le tenía a la intuición de Lancel.
—¿Y qué propones? ¿Acusar al hombre más rico del distrito de un crimen de hace una década basado en un vacío en el papeleo?
—No, señor. Propongo una visita cortés a Stonecroft. El asistente de Thorne, un hombre llamado Edwin, ya está sintiendo la presión. Una pequeña investigación sobre la renovación. Una pregunta sobre los permisos de construcción. Mientras Thorne se concentra en construir su nuevo imperio, yo me concentraré en los cimientos de su pasado.
El Superintendente Davies suspiró, encogiéndose de hombros.
—Bien, Lancel. Tienes veinticuatro horas antes de que te necesite para algo real. Pero sé discreto. No queremos un incidente diplomático con el magnate de las artes. Si Thorne es culpable de algo, probablemente sea de mal gusto.
Lancel sonrió, pero era una sonrisa tensa. Se puso su abrigo de lana, se ajustó el sombrero de fieltro y tomó su bastón.
—Gracias, señor. Solo voy a comprobar si el Sound of Art ha enterrado algo más que telones viejos bajo su nuevo terciopelo carmesí.
Salió a la calle fría. La niebla era una cortina espesa y amarilla que envolvía la ciudad. Mientras caminaba hacia el distrito de los teatros, Lancel no podía sacudirse la sensación de que Alistair Thorne, al reabrir el Sound of Art, no estaba restaurando un edificio, sino desenterrando un crimen dormido, y que la "música" que iba a tocar para Stonecroft podría sonar muy diferente a una sinfonía.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.