The Phantom Violinist

Capitulo 6

París, la ciudad de la luz, no podía disipar la negrura que se había apoderado del alma de Lyra Vance. En su lujoso apartamento cerca de la Place Vendôme, la luz de las lámparas de araña chocaba contra las cortinas de terciopelo pesado, creando un ambiente de esplendor sombrío.

Lyra Vance era una mujer que la fama había convertido en mito. A sus treinta y tantos años, su voz no solo era poderosa, sino que poseía una cualidad rara y peligrosa: la capacidad de expresar una desesperación absoluta sin perder un solo ápice de belleza. Después del accidente en Stonecroft, se había retirado de los grandes escenarios, actuando solo en conciertos privados y selectos, manteniendo su nombre en los susurros de la alta sociedad europea.

Estaba sentada ante un pequeño escritorio Luis XV, leyendo cartas de admiradores, cuando su doncella, una mujer francesa de rostro severo, irrumpió con un telegrama y un sobre lacrado.

—Madame, ha llegado un mensajero de Londres. Exige que le entregue esto personalmente y que espere una respuesta inmediata. Su tono era… insolente.

—¿Londres? —Lyra dejó caer la carta, su rostro se tensó. El solo nombre de la ciudad era un escalofrío en su columna vertebral—. ¿Quién se atreve a ser insolente con usted, Claudette?

—Un muchacho con un gorro de tweed y la arrogancia de quien ha sido bien pagado, Madame. Dijo que venía de parte de alguien que había "despertado" la ciudad.

Lyra rasgó el telegrama. Su mano, fina y adornada con anillos, tembló al leer las frases concisas:

REQUIERO SOLISTA ORFEBRE DE SOMBRAS. SOUND OF ART. NOCHEVIEJA. ACÉPTELO O ENFRENTE LA MÚSICA. THORNE.

Un jadeo escapó de sus labios. Era la desfachatez misma. Después de diez años de exilio autoimpuesto, de reconstruir su vida lejos de la culpa y el dolor, la voz de su pasado regresaba con la tiranía de una nota aguda.

—¡Es él! —susurró, con una mezcla de horror y fascinación.

—¿Quién, Madame?

—El hombre que convirtió mi arte en cenizas.

Lyra tomó el sobre lacrado, lo abrió con el mismo temblor. Dentro, el fragmento de la partitura de solista. La única línea vocal, impresa con la notación extraña que Edwin había notado. Y las palabras de Thorne garabateadas debajo: «Alistair Thorne le ofrece el papel de su vida. El Orfebre la está esperando. Las sombras tienen oro, Lyra. Ven a tomarlo».

Sus ojos se posaron en las notas. No entendió la instrumentación, pero la melodía, incluso silenciosa en la página, le golpeó con una fuerza abrumadora. Era tortuosa, exigente, rozando los límites de lo que una voz humana podía lograr. No era música, era una herida.

Y luego vio el texto en latín.

Quid sonus audiat in tenebris?

—¿Qué sonido se escucha en la oscuridad?

La pregunta se incrustó en su mente. Ella se levantó y caminó hasta el piano de cola que ocupaba el centro de la sala. Se sentó y con dedos expertos, pero rígidos por el impacto, intentó reproducir la melodía.

Al principio, su voz fue apenas un susurro, una sombra de la diva que era. Pero a medida que la melodía se elevaba, exigiendo un salto dramático en el tono y un descenso abrupto, la voz de Lyra se abrió. Fue un grito de dolor, una súplica, una explosión contenida.

La doncella, Claudette, se quedó paralizada en la puerta, con las manos juntas. Había escuchado a Madame cantar cientos de veces, pero nunca con esa intensidad cruda. Esa melodía no era arte; era una confesión.

Cuando el sollozo final de la nota se desvaneció, Lyra se quedó inmóvil, mirando el violín como si viera un fantasma.

—Es la música de mi hermana —dijo, su voz casi un ronquido.

—Madame…

—El último grito de Liana. La melodía. Es la forma en que el sonido se rompió en el teatro esa noche. Thorne ha tomado el sonido de la tragedia y lo ha convertido en la aria principal.

El horror se transformó en una furia fría y controlada. Lyra Vance no era solo una artista; era una mujer que cargaba una culpa y una promesa. Había jurado que la verdad sobre el accidente de Liana saldría a la luz.

Ella regresó al escritorio, tomó un bolígrafo y el papel de telegrama en blanco.

—Claudette, dile al insolente mensajero que espere un minuto más.

Lyra sintió el sabor metálico del rencor en su boca. Thorne le estaba ofreciendo el papel de su vida. Pero él no entendía que al convocar al Orfebre de Sombras, no solo estaba llamando a una diva, sino a una fuerza destructora.

Escribió su respuesta, con una caligrafía elegantemente enojada.

ACEPTO EL PAPEL. ESPERE MI LLEGADA EN CUATRO DÍAS. EL ORO EN LA SOMBRA ES MÍO. VANCE.

Entregó el telegrama a Claudette con un gesto firme.

—Empaque mis baúles, Claudette. Y por favor, incluya solo el vestuario de luto. Voy a Stonecroft no a cantar, sino a enterrar a un demonio con el arma que más teme: su propia música. Alistair Thorne ha cometido un error. Me ha devuelto mi voz.




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