La mañana siguiente a su llegada, Lyra Vance se encontró en el centro del huracán de la reconstrucción. Thorne había instalado camerinos temporales que, sin embargo, eran de una opulencia inaudita, con espejos enmarcados en oro y terciopelo nuevo. Pero Lyra ignoró las comodidades.
Alistair Thorne la estaba esperando en el centro del escenario para el primer ensayo con el pianista de acompañamiento, un hombre anciano y tembloroso llamado Bartholomew.
—Comenzaremos con el aria del Acto II, Lyra —anunció Thorne, sentado en la única silla del escenario, la partitura de tapa negra en su regazo—. Es el corazón de la obra.
Lyra, sin embargo, permaneció de espaldas a él, observando el auditorio lleno de andamios. El Sound of Art olía a pintura fresca, madera cortada y, de fondo, ese persistente olor a humedad estancada.
—Antes de cantar, Alistair, tengo que familiarizarme con el lugar —dijo Lyra, su voz resonando en el espacio vacío—. Conozco cada nota de este teatro, pero quiero confirmar los cambios.
Sin esperar respuesta, Lyra descendió los escalones del escenario, ignorando la mano que Edwin intentó ofrecerle. Se dirigió al foso de la orquesta, un área ahora vacía, esperando la instalación de los nuevos atriles.
Thorne se puso de pie, su expresión tensa. —Lyra, el tiempo es esencial. El auditorio no ha cambiado.
—Pero el foso de la orquesta sí —replicó ella, su tono cortante.
Lyra se inclinó, tocando la madera del suelo donde su hermana, Liana, había caído. El suelo había sido reemplazado; el viejo parqué había sido raspado y cubierto con tablas nuevas de pino. No había mancha visible, pero ella sentía la "mancha de silencio" que había mencionado.
—La orquesta de 1878 se sentó aquí, ¿no es así, Bartholomew? —preguntó Lyra al pianista, quien asintió tímidamente.
—Sí, señora. El primer violín aquí, el violonchelo allá… Y la sección de cuerdas de apoyo, donde estaba su hermana, estaba justo bajo el borde del proscenio, ¿no es así, señor Thorne?
Thorne se acercó, la paciencia tensándose en su rostro. —Así es. Una decisión desafortunada de diseño del arquitecto.
—¿Y la parte de la utilería que cayó? —preguntó Lyra, mirando hacia el techo del proscenio.
—Un fragmento decorativo de yeso, Lyra. Se desprendió. Los informes fueron claros —dijo Thorne, con la voz plana.
Lyra se agachó y comenzó a golpear ligeramente el suelo de pino con el tacón de su bota, justo en el punto donde se estimaba que Liana había estado sentada. El sonido era sólido, uniforme. Hasta que Lyra movió el pie unos centímetros más cerca del borde del escenario.
Toc. Toc. ¡Hueco!
Lyra dejó de golpear. La expresión de Thorne se había vuelto sombría, casi petrificada. Edwin, que había estado a un lado, miró a su jefe con alarma.
—¿Qué pasa, Lyra? —preguntó Thorne, su voz baja y peligrosa.
—Aquí hay un cambio que no aparece en los planos de renovación. El suelo debería ser uniforme. Pero aquí —ella golpeó de nuevo el punto hueco—, hay un espacio. Como si hubiera un doble fondo.
Thorne bajó del escenario con pasos firmes. —Es la acústica, Lyra. Se instala una pequeña cámara de resonancia para mejorar el sonido en el foso. Un truco de ingeniería.
—¿Una cámara de resonancia que se instaló después del accidente? —cuestionó Lyra—. El informe de 1878 no menciona ninguna "cámara de resonancia" debajo del asiento del segundo violinista. De hecho, el informe menciona que el suelo de la orquesta estaba intacto.
Lyra se arrodilló, apartando el serrín suelto con la punta de su guante. Notó un pequeño biselado en las juntas de las tablas, casi invisible, que sugería una trampilla o una cubierta de acceso.
—¿Qué escondes aquí, Alistair? ¿Más fallos de diseño? ¿O el verdadero informe del accidente?
Thorne se detuvo a solo unos pasos de ella, su sombra cerniéndose sobre Lyra. La tensión era palpable. El pianista, Bartholomew, dejó caer su partitura en el silencio.
—Estás aquí para cantar, Lyra. No para desenterrar viejos rencores. Te sugiero que te levantes.
—Te sugiero que me digas qué hay bajo estas tablas. Yo recuerdo la música de Liana, Alistair. Y ahora sé que el sonido que tú has puesto en tu partitura es el de algo que se rompió.
Lyra se levantó, su expresión desafiante. —Si no me das acceso a lo que haya aquí debajo, no habrá aria del Acto II. No habrá Orfebre de Sombras. No habrá estreno de Nochevieja.
Thorne se quedó en silencio por un momento, la furia y el cálculo luchando en sus ojos. Se giró hacia Edwin, su tono glacial.
—Edwin, ve a mi oficina. En la caja fuerte, detrás de los planos, hay una palanca de hierro. Tráela aquí. La señora Vance necesita ver su "cámara de resonancia".
Mientras Edwin se apresuraba a cumplir la orden, Lyra se quedó mirando a Thorne. La victoria en su rostro era pequeña, pero intensa. Ella sabía que, cualquiera que fuera el secreto enterrado bajo ese suelo, su búsqueda de la verdad acababa de encontrar su primer punto de partida.