El Detective Inspector Lancel dejó la comisaría y se dirigió directamente al este de Londres. Dejó atrás el brillo falso del distrito de los teatros y se adentró en la red laberíntica de calles estrechas y sucias de East End, buscando a los maquinistas desaparecidos.
Su búsqueda lo llevó al sombrío distrito de St. Giles, y finalmente a la pensión de la Viuda Doyle. Encontró a George Perkins en el ático, un hombre de hombros anchos y barba descuidada, durmiendo bajo una manta desgarrada. Lancel lo despertó con un golpe firme en la suela de su bota.
Perkins despertó en un estado de terror inmediato.
—¡Lárguese! —gritó Perkins, sentándose en el catre y agarrando una botella vacía como arma—. ¡No sé nada! ¡Thorne me lo advirtió!
—Thorne ya no puede protegerte, Perkins —dijo Lancel, manteniendo la calma—. Acabo de hablar con Bates. Sé sobre el dinero y el "cambio" de asiento de Liana Vance. Y sé que Thorne te ordenó aflojar los puntos de sujeción de la utilería.
Perkins soltó la botella. El miedo era más fuerte que la resistencia.
—No fuimos a la cárcel —susurró Perkins, con los ojos llenos de lágrimas—. No podíamos. Teníamos familias.
—¿Y usted vio a Thorne decirle a la señorita Vance que cambiara su asiento justo debajo de la línea de caída?
—Yo estaba en la tramoya, señor. Vi el movimiento. Thorne estaba en el escenario. Y ella... ella obedeció. El ensayo era caótico.
—Bates me dijo que solo debían aflojarla para un "efecto dramático" y luego destruirla en el almacén. ¿Por qué el esfuerzo?
Perkins se inclinó hacia adelante, su voz se hizo áspera.
—El señor Thorne estaba aterrado. No de nosotros, ni del público. Tenía miedo de él.
—¿De quién?
—Había alguien más en el teatro, señor. Alguien que no era visto. No sé quién era, solo sé que Thorne recibía notas en su oficina. Notas de amenaza. Y le advirtieron que si la utilería no caía, su vida terminaría. Nos dijo que era la única forma de salvarse.
Lancel asimiló la información, el caso dando un giro brusco. Thorne no era el cerebro; era la víctima de coacción.
—¿Y qué tenía que ver Liana Vance en esto? ¿Por qué moverla a la línea de fuego?
Perkins se encogió. —Yo no sé si Thorne planeó que ella muriera. Mi trabajo principal esa noche fue el de siempre: asegurarme de que la pieza de yeso fuera demasiado pesada para un montaje normal, reforzada con esas barras de hierro. Pero antes de la presentación, Thorne estaba histérico. Fue a la tramoya y me dijo que, si no se deshacían de las pruebas del peso esa noche, él tomaría medidas contra la persona que las había puesto allí. No sé si hablaba de sí mismo o de otro.
—¿Y el cambio de asiento?
—Thorne estaba siendo vigilado, señor. El que lo amenazaba quería que la pieza cayera. Mi trabajo era asegurarme de que la prueba, la utilería reforzada, desapareciera. Pero cuando la pieza cayó demasiado pronto... Thorne se puso blanco. No fue la cara de un asesino satisfecho, sino la de un hombre al que se le había ido de las manos.
Lancel unió las piezas: Thorne había sido obligado a provocar la caída de la utilería, posiblemente para destruir la evidencia de que era un objeto peligrosamente pesado. La muerte de Liana fue una terrible coincidencia o un trágico resultado de las amenazas contra Thorne.
—Y para que nadie supiera del peso o de las amenazas, Thorne nos pagó y nos dijo que culpáramos a la cuerda rota —suspiró Perkins—. Nos dijo que si hablábamos, él se aseguraría de que no saliéramos de Londres vivos. No Thorne, sino él.
Lancel asintió. Thorne había encubierto la verdad para salvarse de su misterioso coaccionador.
—Hay alguien en el Sound of Art, Perkins. Alguien que toca el violín de Liana Vance de noche. ¿Ha oído hablar de eso?
Perkins abrió los ojos, su terror regresó.
—El rumor… Los hombres de la tramoya hablan. Desde que se fue Thorne, dicen que a veces se oye. Una melodía en el teatro vacío. Pero no es música de verdad, es el fantasma de la música.
—¿El fantasma?
—Sí, señor. El fantasma de la chica que murió. Dicen que su espíritu está atado al teatro porque su música nunca se terminó. La gente lo llama el Lamento de Liana. Pero solo se oye cuando la niebla es densa y el teatro está solo. Por eso Riley huyó.
Lancel sintió el escalofrío de una certeza macabra. El "fantasma" que él había visto la noche anterior no era solo una ilusión. La figura era real, pero la melodía era el eco de la víctima.
El Detective Inspector salió de la habitación. Tenía la coartada de Thorne, un testigo, y un nuevo sospechoso: el hombre que había amenazado al director hace diez años y que, presumiblemente, había regresado ahora que Thorne había reabierto el Sound of Art. Y en medio de todo, Lyra Vance, buscando venganza por un crimen que pudo haber sido cometido por un tercero.
Lancel tenía que encontrar a Lyra Vance. Necesitaba unir su versión de la historia, la evidencia enterrada y el testimonio de Perkins.