El Detective Inspector Lancel salió de St. Giles, dejando atrás el hedor de la miseria por el aire más limpio, aunque igualmente brumoso, de las calles principales. Su mente trabajaba a una velocidad febril. El caso se había invertido. Thorne no era el asesino, sino un hombre acorralado que había encubierto la verdad para salvarse de un coaccionador.
Si Lyra Vance atacaba a Thorne, estaría atacando al hombre equivocado, y alertaría al verdadero culpable. Lancel tenía que hablar con ella antes de que sus acciones provocaran una tragedia.
Se dirigió al Sound of Art, donde la actividad ya era intensa. Los obreros, aunque con una nueva cautela, trabajaban en la fachada, y un elegante carruaje esperaba en la puerta lateral: el de Lyra Vance.
Lancel se acercó a Edwin, que estaba de pie en la entrada, dando órdenes nerviosas a un grupo de cargadores.
—Necesito ver a la señora Vance. Es urgente.
Edwin, reconociendo al detective, palideció aún más. —Señor, la señora Vance está en el ensayo. El señor Thorne prohibió...
—Esto es un asunto policial que involucra un asesinato. El señor Thorne tendrá que entender.
Lancel se abrió paso y entró en el auditorio. El escenario estaba ahora iluminado, y Lyra Vance se encontraba en el centro, ataviada con un traje de ensayo oscuro. Estaba inmersa en una discusión tensa con Thorne.
El pianista de acompañamiento, Bartholomew, estaba sentado al piano, con la partitura abierta y una expresión de angustia.
—¡No puedo cantarla, Alistair! —exclamaba Lyra, su voz potente—. No la entiendo. El clímax del Acto II es una explosión de dolor, pero la notación... está mal colocada.
—¡La notación es precisa! —replicaba Thorne, señalando la partitura—. ¡Es música que desafía el sentido, Lyra! ¡Ahí está el drama!
Lancel caminó resueltamente hacia el borde del escenario.
—Señora Vance, Director Thorne, necesito interrumpirlos. Es sobre Liana Vance y el accidente de 1878.
Lyra se giró bruscamente, sus ojos fijos en Lancel. Thorne se puso rígido, el color abandonando su rostro.
—Inspector, le dije que no interrumpiera mis ensayos —siseó Thorne.
—Y yo le dije que el pasado no se entierra, señor Thorne. Y el suyo está a punto de salir a la luz. Lyra Vance, sé que ha encontrado el violín de su hermana y las pruebas de que el accidente fue encubierto.
Lyra avanzó hasta el borde del escenario, mirando fijamente a Lancel. —Y usted es la ley que ignoró esos hechos hace diez años. ¿Qué quiere?
—Quiero evitar una segunda tragedia. Y el hombre al que usted busca como asesino no es quien usted cree.
Lancel subió al escenario, ignorando el intento de Thorne de interponerse. Le habló directamente a Lyra, su voz baja y urgente.
—El maquinista George Perkins me ha dado su testimonio. Señor Thorne, usted fue coaccionado para provocar la caída de esa utilería. No intentó asesinar a Liana Vance. Usted intentó destruir la evidencia del peso reforzado en el almacén, bajo la amenaza de un tercero. Su plan se adelantó, y el resultado fue la muerte de su hermana.
Lyra se quedó de piedra. Miró a Thorne, la furia en su rostro ahora mezclada con una profunda confusión.
—¿Coacción? ¿Es esto otra de tus puestas en escena, Alistair?
Thorne bajó la cabeza, su elegante fachada colapsando. —Estaba atrapado. Tenía miedo. No quería que nadie supiera que la pieza era tan pesada, Lyra. Y él me amenazó.
—¿Quién es él?
—El hombre que se llama a sí mismo el Maestro de las Cuerdas —susurró Thorne, y el nombre resonó con una sensación de terror genuino.
Lancel tomó la palabra. —Este Maestro de las Cuerdas obligó a Thorne a deshacerse de esa pieza. La muerte de su hermana fue el terrible resultado de la intervención de este hombre, no el plan de Thorne.
Lyra se acercó a Thorne, su mano temblaba. —Y la música, Alistair. ¿Quién toca el violín de Liana de noche? El carpintero huyó, aterrorizado.
Thorne miró a Lyra con una expresión de súplica. —No lo sé. Cuando me fui hace diez años, le dije a Edwin que sellara el teatro. Nunca he regresado hasta ahora. Yo no toco ese violín.
Lancel asintió. —El rumor entre los maquinistas es sobre el Lamento de Liana, un fantasma musical. Pero yo lo vi. O a alguien. Había una persona tocando el violín de su hermana, vestida de blanco, en las pasarelas superiores, la noche pasada.
Lyra se volvió hacia el pianista, Bartholomew, que se estremeció.
—¡Bartholomew! ¿Te has ausentado alguna noche del teatro? ¿Has visto a alguien, un músico extra?
El pianista negó con la cabeza, pálido. —Solo los ruidos, Madame. El viento, la humedad...
Lancel intervino, volviendo a mirar a Lyra. —Su venganza está apuntando al objetivo equivocado. Necesito su ayuda. Usted tiene la música y tiene el violín restaurado de su hermana. Yo tengo al testigo y la confirmación de la coacción.
—¿Qué propone? —preguntó Lyra.
—Tenemos que obligar al Maestro de las Cuerdas a revelarse. El violín de su hermana está en el corazón de todo esto. Lyra, usted debe ensayar el solo de violín del Acto III. No lo cante. Haga que la orquesta toque la parte de su hermana. Un ensayo público esta noche. Si hay alguien en este teatro que se siente obligado a tocar ese violín, la música lo sacará de su escondite.
Lyra miró el foso de la orquesta, luego a Thorne, y finalmente a Lancel. Su rostro se endureció con una resolución fría. La venganza se había convertido en una trampa.
—Muy bien, Inspector Lancel. Haremos un ensayo esta noche. Y no solo tocaremos el solo de violín. Lo tocaremos con el violín de mi hermana. Que la música termine de desenterrar a quien intentó silenciar a Liana.
Thorne se echó hacia atrás, asustado. El escenario se había convertido en el campo de batalla para un ajuste de cuentas, y el Maestro de las Cuerdas estaba a punto de responder al llamado.