El Sound of Art, a pesar de los andamios y el polvo, se llenó esa noche de una tensión palpable. La orquesta, contratada a toda prisa por Thorne, se sentó en el foso. Los músicos, nerviosos por los rumores del carpintero enloquecido, miraban con recelo las pasarelas oscuras de la tramoya, temiendo la aparición del Lamento de Liana.
Alistair Thorne, con un control forzado, se situó en el proscenio. El Detective Inspector Lancel, discretamente vestido de civil, se colocó en un palco lateral, sus ojos explorando cada sombra y cada esquina del teatro.
Lyra Vance se dirigió a la orquesta. —Señores, vamos a ensayar el Dúo de la Sombra del Acto III. Solo tocaremos la orquesta y el solo de violín.
Edwin colocó el violín restaurado de Liana Vance sobre un pequeño atril en el centro del escenario, directamente bajo el foco de una única lámpara de aceite. La madera de ébano pulido brillaba, esperando, una reliquia dolorosa.
—Comiencen —ordenó Lyra, mirando a Thorne.
La orquesta comenzó. La música era sombría y cargada de una belleza inquietante. Los músicos tocaban con fervor, sumidos en la dificultad de la partitura. Lyra observaba el escenario, atenta a cualquier movimiento en las alturas.
La orquesta se acercó al pasaje del solo de violín del Acto III. El ritmo se hizo lento, pesado. Lyra contuvo el aliento.
Y entonces, sucedió.
Justo en el momento en que la orquesta debía cesar para dar paso al violín solista, un sonido etéreo y, sin embargo, increíblemente puro, cortó el aire.
No vino de la orquesta, sino de arriba. De las pasarelas, del "cielo".
Era el violín, tocando la primera nota del solo de Liana. El sonido era idéntico al que Lancel había escuchado, pero ahora era amplificado por la acústica del gran teatro. El Maestro de las Cuerdas había respondido.
Los músicos dejaron de tocar, sus instrumentos cayendo abruptamente en un silencio estupefacto. El único sonido que resonaba era el del violín invisible, ejecutando la pieza con una pasión dolorosa.
Lancel se levantó de golpe en el palco. Pudo sentir la melodía penetrando su piel; era la voz de la pena.
En el centro del escenario, Lyra Vance levantó la cabeza. El violín continuó, pero se hizo más fuerte, más agresivo, lleno de saltos disonantes que no estaban en la partitura original de Thorne. Se convirtió en un lamento furioso, un grito de protesta musical.
Y fue entonces cuando la figura apareció de nuevo.
En la cima del teatro, justo en la pasarela de servicio, la figura de la joven de blanco se materializó en el débil halo de luz que se colaba por una claraboya. No parecía translúcida, sino de una palidez irreal, como si la luz se negara a tocarla. Su cabello era castaño, su atuendo de concierto era el de una década atrás.
Era Liana Vance.
Ella no estaba tocando el violín. Liana se encontraba de espaldas al auditorio, sus manos levantadas y aferrándose al borde de la pasarela, con la cabeza girada hacia arriba. Su rostro, iluminado fugazmente, estaba contorsionado por una expresión de terror y angustia total, como si estuviera reviviendo un momento de horror. Parecía estar gritando, aunque no se escuchaba sonido alguno.
Mientras el violín seguía tocando en una furia incontrolable, la figura de Liana se movió, no hacia adelante, sino inclinándose hacia atrás, hacia la oscuridad detrás de ella, con una desesperación por escapar. Su grito silencioso resonó en el teatro.
En ese instante, el violín solista alcanzó un tono tan alto y forzado que el sonido se hizo físicamente perceptible, vibrando en el aire como una onda de choque. La única lámpara de aceite sobre el violín de Liana en el escenario, y las lámparas en el foso de la orquesta, explotaron.
El teatro se hundió en una oscuridad total, rota solo por los gritos de los músicos y el estruendo del cristal. El violín se detuvo de golpe, dejando un silencio ensordecedor.
Lancel, en la oscuridad, encendió su linterna. Apuntó al cielo de la tramoya. La pasarela estaba vacía. La figura de Liana se había desvanecido, huyendo de la música.
Pero cuando dirigió el haz de luz al escenario, vio algo más. Lyra Vance estaba de pie, pero Thorne había caído de rodillas, cubriéndose la cabeza con las manos.
Y en el centro del escenario, sobre el atril, el violín de Liana Vance había desaparecido.
El Maestro de las Cuerdas había respondido, no solo con un ataque de música fantasmal, sino llevándose el instrumento. La "música de las sombras" se había hecho con su objeto de arte.