The Phantom Violinist

Capitulo 22

La luz de la mañana trajo consigo a Madam Zenobia. Llegó en un carruaje tan ostentoso que parecía sacado de una procesión fúnebre veneciana, tirado por caballos negros con penachos. Madam Zenobia era una mujer de cincuenta años, de una belleza dramática y teatral, envuelta en velos de encaje negro y con un pesado collar de ámbar que brillaba misteriosamente.

Alistair Thorne la recibió en el vestíbulo con la reverencia de un devoto. Lyra Vance, vestida con un traje de día sencillo, observaba el espectáculo con una mezcla de desprecio y calculada fascinación.

—Mi querida Madam Zenobia —dijo Thorne, besando su mano—. Mi teatro está en un estado de desastre espiritual. Hay música de una joven que murió, y un objeto robado. El Lamento de Liana no nos deja ensayar.

—La pena es un ancla poderosa, Director Thorne —respondió Zenobia, con una voz profunda y resonante, perfecta para el escenario—. Pero el espíritu de una artista es el más difícil de apaciguar. Necesitamos un escenario de contacto.

Lyra intervino con una sonrisa educada.

—Madam, Alistair teme que el espíritu de mi hermana, Liana, esté interfiriendo. Por favor, realice su contacto en el lugar del tormento: el escenario. Y si Liana desea comunicarse, déjela hablar a través de su instrumento.

Zenobia miró a Lyra con un ojo crítico. —Usted irradia un escepticismo saludable, Mademoiselle. Pero la presencia aquí es densa.

Lancel que había salido del túnel y se había cambiado en la comisaría, regresó al teatro, su presencia un contrapunto severo a la teatralidad de Zenobia. Observó a la mujer, notando la forma en que su velo ocultaba ligeramente sus ojos y la manera en que calculaba la reacción de la audiencia.

Esa noche, el escenario fue preparado para la sesión. Se colocó una mesa redonda en el centro del escenario, cubierta con un paño de terciopelo morado. Velas negras y varitas de incienso de sándalo llenaban el aire con un aroma dulzón.

Lyra se sentó en un lado de la mesa, con una expresión de luto digno. Thorne se sentó frente a ella, pálido y sudoroso. Lancel se situó de pie, en las sombras del lateral del escenario, con la mano cerca de su revólver. Edwin y Bartholomew, el pianista, se quedaron en las alas.

Madam Zenobia cerró los ojos y colocó sus manos sobre la mesa. Su voz se hizo un murmullo grave y rítmico.

—Invocamos al espíritu que está atado a este lugar... La energía de la música incompleta... El Lamento de Liana... Queremos escucharte.

El teatro estaba en silencio absoluto. Lyra y Thorne se miraron. Lancel escrutó las pasarelas superiores, donde el Maestro de las Cuerdas había tocado.

De repente, Madam Zenobia abrió los ojos. Eran grandes y negros, y parecían brillar a la luz de las velas.

—Hay una presencia. No es una presencia simple. Es una fuerza coaccionada. El espíritu está bajo la influencia de un hombre... un hombre de lazo y nudo... El Maestro de las Cuerdas. Él te ha robado la voz, Liana.

Lyra se inclinó, asumiendo su papel. —Si eres el Maestro de las Cuerdas, ¿por qué atormentas a este teatro? ¿Qué quieres? ¿El oro de Thorne?

Madam Zenobia exhaló, su pecho subiendo y bajando dramáticamente.

—Dice... que el oro no le importa. Él solo desea que la verdad de la música sea tocada. Que la mentira de Thorne sea revelada en el escenario. Él exige... un duelo.

Thorne gritó, sobresaltado. —¿Un duelo? ¡Yo no soy músico!

—No contigo, Director Thorne —dijo Zenobia, su voz subiendo de tono—. El Maestro de las Cuerdas desafía a Lyra Vance. Ella es la única digna de enfrentarlo.

—¿Y dónde está mi instrumento? —preguntó Lyra, su voz firme y llena de desafío.

Zenobia cerró los ojos. —El Maestro está cerca. Dice que el violín de Liana se le será devuelto... si usted acepta el duelo.

Lyra se puso de pie, su vestimenta de luto haciéndola parecer aún más imponente.

—Acepto el duelo. Esta noche, en el escenario. Sin trucos, sin velos. Que el Maestro de las Cuerdas se presente y toque la partitura de mi hermana. Si su música es más poderosa que la mía, la obra de Thorne será suya.

Justo cuando Lyra terminó la frase, se escuchó un leve chasquido en las sombras detrás de ella.

Lancel, en el palco lateral, había estado observando. Vio algo moverse en la oscuridad. Apuntó su linterna.

No había nadie. Pero en la pared de ladrillo, a unos metros de Lyra, había aparecido un objeto. Colgado de un simple clavo, devolviendo el brillo de la luz en la madera barnizada, estaba el violín de Liana Vance.

El Maestro de las Cuerdas había aceptado el duelo, y en el proceso, había puesto el objeto de su disputa en el centro del escenario. Había usado la sesión espiritista como su propio acto final.

Lyra miró el violín, luego a Lancel. La trampa había funcionado, y ahora tenían la hora y el lugar para el enfrentamiento. El Maestro de las Cuerdas, enamorado de la dramaturgia, caería en su propia obra.

—Alistair —dijo Lyra, con una calma espeluznante—. Consigue el violín. Prepara a la orquesta. El Maestro de las Cuerdas tendrá su gran noche. Y tú, Inspector Lancel, encárgate de que esta vez, el artista no se escape del teatro.




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