The Phantom Violinist

Capitulo 27

El carruaje de policía que transportaba a Lancel y a un tembloroso Edwin atravesó las arterias neblinosas de Londres, dejando atrás el lujo del West End y adentrándose en el laberinto de St. Giles. La Calle de la Rueda era un pasaje angosto y oscuro, flanqueado por edificios que se inclinaban precariamente.

El Número 13 era una pensión ruinosa, con ventanas rotas y un hedor a carbón y miseria. Lancel detuvo el carruaje a media manzana y descendió, seguido por Edwin.

—Espere aquí. Si el Maestro de las Cuerdas regresa, necesito que avise a la comisaría inmediatamente —ordenó Lancel a su conductor.

—¡Inspector, por favor, no me deje! —suplicó Edwin.

—Usted me indicó la dirección de un loco que roba cuerpos, Edwin. Necesito que me guíe.

Edwin, con un miedo que superaba su lealtad a Thorne, siguió a Lancel hasta la entrada de la pensión. La puerta principal estaba sin llave.

El interior estaba oscuro y silencioso. Lancel encendió su linterna. Un anciano desaliñado, presumiblemente el propietario, asomó la cabeza por un hueco en la pared.

—¿Quién es? ¿A quién buscan a estas horas?

—Policía. Buscamos al inquilino del piso superior. Un hombre que recibe correspondencia del Sound of Art.

El propietario se puso lívido. —El "Señor Smith" del ático. Está loco. No paga en metálico, solo en objetos viejos. Y tiene un... un ataúd.

El corazón de Lancel se aceleró. —Llévenos allí.

El propietario, temblando, subió por una escalera estrecha que olía a humedad y aceite de lámpara. La habitación del ático era un espacio bajo el techo, casi un desván, sin ventanas.

Lancel empujó la puerta con el hombro. Estaba sin llave.

La linterna iluminó un santuario de locura. La habitación no era un hogar, sino un taller y un mausoleo.

En el centro de la habitación, había un pesado ataúd de madera negra, apoyado sobre caballetes. Estaba cerrado. La mera presencia de la caja fúnebre confirmaba la macabra verdad: el Maestro de las Cuerdas había recuperado el cuerpo de Liana Vance.

Las paredes de la habitación estaban cubiertas, no de papel tapiz, sino de partituras manuscritas. Eran las copias de El Orfebre de Sombras que Thorne había estado enviando. Las partituras estaban tachadas frenéticamente y cubiertas con anotaciones garabateadas.

Junto a una pequeña mesa de trabajo, Lancel encontró el violín de Liana. Estaba intacto, reposando sobre un paño de terciopelo.

—Aquí está el violín —susurró Edwin, sus dientes castañeteando.

Lancel se dirigió a la mesa. Era el puesto de trabajo del Maestro. Había herramientas de carpintero: navajas, un taladro manual y, lo más revelador, una pequeña cantidad de polvo de hueso finamente molido esparcido sobre la madera.

Lancel recordó las palabras de Liana a Zenobia: "La música que se rompe está hecha de huesos..."

En medio del polvo, había un diario de cuero abierto. Lancel lo tomó. La letra era apretada, obsesiva.

"Thorne es un tonto, un director sin alma. Él no entiende la Verdad de la Música. Liana debe despertar para tocar el Solo Final, el que solo ella conoce. He conservado su cuerpo; la tierra es demasiado fría para una diosa. Pero la partitura es imperfecta. Falta algo. Necesito la estructura de su arte. La Orquesta no suena bien, es demasiado robusta."

Lancel pasó las páginas. Los últimos días, las entradas estaban llenas de furia.

"¡El Inspector! ¡Él la vio! ¡Él la ama! ¡Liana se ató a él en el reflejo! ¡No dejaré que me la robe! El Solo Final debe ser tocado antes de que su corazón la llame. Él busca el cuerpo, pero no el instrumento."

Lancel se giró y dirigió la linterna hacia el ataúd.

—Edwin, abra ese ataúd.

Edwin, al borde del desmayo, logró forzar las cerraduras. Al levantar la pesada tapa, un olor abrumador, a productos químicos y a flores secas, llenó la habitación.

Pero el contenido del ataúd no era lo que Lancel esperaba. Sí, había un cuerpo, envuelto en una tela. Pero sobre el pecho de la joven, sobre el lugar donde debería haber estado su corazón, había un objeto de madera tallada: un atril de música, de una belleza exquisita.

Lancel se inclinó para mirar más de cerca. La tela que envolvía el cuerpo estaba cortada a la altura de las manos. Y las manos de Liana Vance no estaban vacías. Sostenían algo: varios huesos largos y finos, cuidadosamente atados con hilo de plata y colocados como si fueran las clavijas de un violín.

El Maestro de las Cuerdas no solo había conservado el cuerpo de Liana; había estado utilizando sus huesos como parte de su macabra "partitura".

Lancel se enderezó, la náusea luchando contra el deber. La locura del Maestro no tenía límites.

Pero entonces, Edwin dejó escapar un grito agudo.

—¡Inspector! ¡Mire esto!

Edwin señalaba una pequeña ranura en la pared del fondo. Era una especie de buzón. Lancel dirigió la linterna. En el interior, había un trozo de papel doblado, fresco, atado con una cuerda de violín.

Lancel lo tomó y lo desdobló. Era la última nota del Maestro de las Cuerdas. Estaba dibujado su símbolo: la M con el tridente.

"Inspector. Si busca el cuerpo, lo encontrará. Pero si busca la verdad, busque la base de la orquesta. La música necesita su propia estructura. El solo final lo tocaré con mi nueva orquesta. Ven por mí al lugar donde el luto se convierte en arte."

Lancel miró el violín, el polvo de hueso y la nota. La "nueva orquesta" del Maestro no estaba compuesta por músicos, sino por los restos de la estructura de Liana.

—Edwin, salimos de aquí. El Maestro de las Cuerdas ya no está aquí. Ha regresado al teatro.

Lancel tomó el violín y la nota. El Maestro de las Cuerdas, con el violín de Liana en su poder y su macabra partitura casi lista, iba a terminar su acto final en el Sound of Art, en el "lugar donde el luto se convierte en arte."




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