The Phantom Violinist

Capitulo 28

La oscuridad de la madrugada comenzaba a ceder tímidamente ante un gris plomizo. En el Sound of Art, Alistair Thorne y Lyra Vance se habían refugiado en la oficina de Thorne, bebiendo brandy barato para calmar sus nervios rotos. La revelación del Maestro de las Cuerdas sobre el cuerpo de Liana los había paralizado, obligándolos a esperar el regreso de Lancel.

—Es un lunático —susurró Thorne, temblando—. Un demente que ha estado alimentando su locura con mi partitura.

—Un demente que tiene el cuerpo de mi hermana —replicó Lyra, su voz firme pero quebrada—. Y el violín. Él va a usar la música para su ritual.

De repente, se escuchó un ruido metálico en el auditorio, seguido por el sonido suave de una puerta chirriando. Eran las tres y media de la mañana.

Lyra y Thorne se miraron. El Maestro de las Cuerdas había regresado.

Se deslizaron por la puerta de la oficina y se asomaron al auditorio. La escena en el escenario era completamente diferente a la de cualquier ensayo.

El Maestro de las Cuerdas no estaba solo. Lo acompañaban cinco figuras sombrías vestidas con túnicas negras y capuchas, que se movían con una coordinación silenciosa. Eran su Culto.

El Maestro, ahora vestido con una capa larga y oscura, se movía como un sacerdote en su altar. Los cultistas no miraban el escenario; sus ojos estaban fijos en el Maestro. Uno de ellos sostenía el violín de Liana Vance.

El Maestro de las Cuerdas colocó el violín en el atril. Luego, los cultistas trajeron un objeto largo y pesado envuelto en un paño de terciopelo morado y lo depositaron en el centro del escenario, directamente bajo la pasarela.

Lyra se llevó la mano a la boca. Era el cuerpo de su hermana, envuelto para el ritual.

En ese momento, una figura envuelta en velos oscuros emergió de las sombras del pasillo trasero. Era Madam Zenobia. Había llegado en un carruaje de alquiler, sintiendo el clímax energético que se aproximaba.

Zenobia se acercó a Lyra y Thorne, que estaban pegados a la pared detrás de la cortina del palco central. Su voz era un silbido urgente.

—¡Silencio absoluto! ¡No interrumpan el ritual! ¡Debemos ver, no actuar! El Inspector Lancel está en camino, pero la verdad no está en la ley, está en el arte que van a crear.

Zenobia empujó a Lyra y a Thorne dentro de un pequeño cuarto de utilería vacío, un espacio minúsculo detrás del palco. Los tres quedaron apretujados, observando el escenario a través de un estrecho agujero en la tela.

En el escenario, el Maestro de las Cuerdas se arrodilló ante el bulto envuelto. Los cultistas se colocaron en un semicírculo, encendiendo velas negras y rojas alrededor del cuerpo.

El Maestro desdobló la partitura de El Orfebre de Sombras. Luego, con la ayuda de sus seguidores, desprendió la tela de los pies del bulto, revelando una estructura de madera intrincada. No era un ataúd completo, sino un marco. El Maestro tomó los huesos tallados que había extraído del cuerpo de Liana y que Lancel había visto en el ático, y comenzó a incorporarlos a la estructura de madera, ajustándolos como si fueran las piezas internas de un piano.

—El piano es el corazón, pero el violín es el alma —murmuró el Maestro, su voz baja pero clara en el teatro silencioso—. La orquesta de Thorne es de carne y metal. ¡Mi orquesta es de arte y hueso!

Uno de los cultistas extendió una tela negra sobre el foso de la orquesta, silenciando el lugar. El Maestro de las Cuerdas tomó el violín y lo alzó hacia las alturas.

—Liana, amada mía. El Inspector Lancel no te liberará. ¡Yo lo haré! ¡Con mi Solo Final, el cuerpo escuchará a su alma y la partitura será perfecta! ¡Y regresaremos juntos!

El Maestro de las Cuerdas colocó el violín contra su barbilla. Sus ojos estaban cerrados por la concentración. Los cultistas se inclinaron profundamente.

Un único hilo de luz, el primer rayo de sol colándose por una claraboya rota, iluminó la figura del Maestro.

Y entonces, comenzó a tocar.

El sonido fue inmediatamente diferente a todo lo que Lancel, Lyra o Thorne habían escuchado. No era etéreo ni puramente físico. Era una mezcla de ambos: un sonido de violín dolorosamente hermoso que sonaba como si viniera de muy lejos, pero que tenía la resonancia profunda de la música tocada por huesos.

El Solo Final había comenzado. La música se elevaba en trinos agudos y una melodía hipnótica.

Lyra se aferró al brazo de Thorne, temblando, mientras Zenobia observaba el escenario, sus labios apretados. El ritual de resurrección, a través de la música y la locura, estaba en marcha. El clímax del Orfebre de Sombras se estaba llevando a cabo, no como una ópera, sino como una invocación.




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