The Phantom Violinist

Capitulo 32

El sol de la mañana ya no era solo una promesa, sino una realidad que se colaba por el techo del Sound of Art. La magia de la noche había cedido a la dura luz del día.

Lancel se había arrodillado donde Liana se había desvanecido. Cuando se levantó, su rostro era una máscara de dolor y propósito renovado. Lyra Vance, aunque agotada y aliviada por el regreso de su hermana, entendía la necesidad de la ley.

—Yo me quedaré aquí —dijo Lyra a Lancel—. Cuando lleguen los demás inspectores de Scotland Yard, daré mi declaración sobre los cultistas y la fuga del Maestro. Necesito explicar la desaparición de Liana.

Alistair Thorne, sentado en las escaleras del escenario, se había encogido en su chaqueta. Su ambición teatral se había desvanecido, reemplazada por una humillación abyecta ante el poder de lo que él consideraba mitos.

—Yo... yo haré lo mismo —murmuró Thorne, con la voz apenas audible—. Como director del teatro, debo responder. Que la policía se lleve a estos... estos tontos dóciles.

Lancel asintió, agradecido por la distracción. Dejar a Lyra y Thorne significaba que su propia fuga de las formalidades de Scotland Yard sería más fácil.

Zenobia se acercó a Lancel, sus movimientos silenciosos a pesar de las capas de tela.

—Inspector. La tarea de la ley ha terminado, pero la tuya apenas comienza. Es hora de dejar que los hombres de uniforme se encarguen de la escena, mientras tú te encargas de la leyenda —dijo la vidente.

Lancel la miró. Había algo en Zenobia que ya no le parecía una charlatana, sino una guardiana de verdades ocultas.

—El Maestro huyó con el violín. ¿Por qué el violín, Madam? ¿Por qué no un mero conjuro? —preguntó Lancel, intentando aferrarse a un vestigio de lógica.

Zenobia se colocó justo frente a él, obligándolo a centrar toda su atención en sus ojos enigmáticos.

—El violín no es solo un instrumento, Inspector. Es el canal de la locura, el pergamino musical donde se escribió la partitura de su devoción. Liana fue resucitada por el solo final, la cúspide de su arte y su obsesión. Mientras él posea ese canal, la música que la trajo puede reclamarla o destruirla. La vida de Liana está ligada a sus cuerdas.

Zenobia tomó las manos de Lancel entre las suyas, y él sintió un calor inusual.

—Sé que te preguntas: ¿cuánto tiempo debe pasar? ¿Una semana? ¿Un año? ¿Una vida? —susurró Zenobia, con una solemnidad que detuvo el aliento de Lancel—. Lancel, te has encontrado con tu alma gemela, una conexión tejida por la música, la muerte y el amor. Las almas gemelas siempre se reencuentran, no importa cuánto tiempo tarde. Puede ser mañana o puede ser en tu próxima vida en el Londres que aún no ha nacido.

La profecía fue como un golpe en el estómago. Lancel no quería una promesa para la eternidad; quería a Liana ahora.

—Quiero asegurarme de que sea en esta vida, Madam —replicó Lancel con firmeza, el frío de su voz conteniendo el dolor.

Zenobia sonrió, un sonido seco y breve.

—Entonces encuentra el violín, Inspector. Rompe el hechizo en esta vida. El Maestro es un artista de la manipulación; él hará que lo busques en la oscuridad. Tú, Inspector, debes buscarlo a la luz de lo que has aprendido. Ahora vete. El cuerpo de policía está cerca.

Lancel asintió, su decisión era inquebrantable. Se dirigió a Lyra, le dio un apretón de manos en señal de agradecimiento, y salió del Sound of Art a través de la puerta principal.

El amanecer se alzaba sobre Londres, y el aire de la mañana en las calles de Whitechapel era denso, mezclando el humo de las chimeneas con la humedad del Támesis. A las 6:30 de la mañana, Lancel entró en las austeras oficinas de la Jefatura de Distrito.

Se dirigió a su escritorio, un espacio ordenado donde la lógica solía reinar. Al ver sus archivos y sus informes perfectamente alineados, sintió un escalofrío de alienación. El Detective Inspector Lancel, el hombre de la razón, estaba a punto de desaparecer.

Dejó el bolígrafo. El informe podría esperar.

En su lugar, se puso de pie, su gabardina y sombrero colocados con una precisión mecánica. Tenía que conseguir un escondite, un lugar fuera de la jurisdicción de Scotland Yard, un rincón de Londres que pudiera usar como base de operaciones.

Se encontró con un colega que acababa de empezar su turno.

—Inspector —dijo el colega—. Le noto... diferente.

—Lo estoy, Caleb —replicó Lancel, y por primera vez, no sintió la necesidad de mentir. Se dirigió a la salida.

—¿A dónde va, Inspector?

—A cazar, Caleb —dijo Lancel con frialdad—. Y esta vez, no por la ley.

Salió a la calle, y el Detective Inspector, el hombre de la lógica, se había convertido en el cazador solitario de una leyenda, impulsado por una misión que solo el amor podía dictar.




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