El sol ascendía sobre el Sound of Art, y la llegada de la policía de Scotland Yard al teatro puso fin a la atmósfera de magia para reemplazarla con la cruda realidad de la ley. El Detective Inspector Lancel ya se había ido, dejando atrás la formalidad, pero la Jefatura envió a un equipo para interrogar a Lyra Vance, Alistair Thorne y a los dóciles cultistas.
Lyra se mantuvo firme y elegante, contando una versión de la historia despojada de magia: la obsesión del Maestro, el ritual, el rescate por el Inspector Lancel y la subsiguiente fuga del criminal. Pero no podía explicar la resurrección ni la desaparición de Liana.
Alistair Thorne, sin embargo, estaba al borde del colapso. La epifanía de la noche había destrozado su escepticismo, y su ambición había sido reemplazada por un terror paralizante. Finalmente, la presión del interrogatorio y la mirada silenciosa de Lyra lo hicieron derrumbarse.
El Inspector a cargo, un hombre corpulento llamado Davies, anotaba con desinterés la historia de Thorne sobre el "accidente" en el escenario.
—Director Thorne, volvamos a la pieza de yeso —insistió Davies—. ¿Cómo se rompió la cuerda que sostenía la pieza y cayó sobre la señorita Vance?
Thorne se frotó las sienes, sus ojos erráticos.
—No fue un accidente, Inspector. No del todo —gimió—. Yo lo ordené.
Lyra, que estaba sentada cerca, se puso de pie de golpe.
—¿Qué? ¡Alistair!
Thorne no miró a Lyra. El peso de su traición era demasiado grande.
—¡Fui yo! —confesó, con la voz rota—. Le ordené a Arthur y a Perkins, los tramoyistas, que aflojaran el punto de sujeción de la pieza de yeso antes del número final. No romperlo. Solo aflojarlo... para un efecto dramático.
Lyra jadeó.
—¿Efecto dramático? ¡Eso mató a mi hermana!
—¡No! —gritó Thorne, levantando las manos temblorosas—. Iba a caer lentamente, Lyra. Con una cuerda de seguridad que lo detendría a unos centímetros del escenario para el gran final, un simbolismo de la muerte y el arte. Se rompió demasiado pronto. Se rompió por completo. Cayó sobre Liana... Fue un terrible error de cálculo.
El Inspector Davies se inclinó sobre la mesa.
—¿Y por qué lo hizo, Director Thorne? ¿Un error de cálculo teatral?
Thorne bajó la mirada, el terror regresando a sus ojos.
—Porque él me lo ordenó. El Maestro de las Cuerdas.
—¿El Maestro de las Cuerdas? —Davies frunció el ceño—. ¿Cómo podía ordenarle algo así?
—Cartas —murmuró Thorne—. Cartas anónimas, amenazando con destruir el teatro, arruinar mi carrera, revelar mis deudas... No podía arriesgarme. Era un cobarde, sí, pero quería salvar mi teatro. Él insistió en el efecto dramático, en el peligro, en la belleza del riesgo final.
Lyra estaba lívida, pero una comprensión fría la detuvo.
—¿Él planeó la muerte de Liana? ¿El accidente fue orquestado? —preguntó Lyra con un escalofrío.
—¡Sí! El Maestro quería que ella muriera en el escenario, en su obra maestra, para poder reclamarla. ¡La quería en su música, no en su vida! —Thorne se abrazó a sí mismo, temblando—. Me prometió la inmortalidad artística si lo ayudaba a crear su musa muerta.
El silencio se instaló, roto solo por el sonido de la pluma de Davies sobre el papel.
—Director Thorne —dijo Davies con cautela—. La policía cree que el Maestro de las Cuerdas es un criminal sin rostro. ¿Conoce su verdadera identidad?
Thorne, al escuchar su propia voz relatar las maquinaciones del Maestro, comenzó a conectar los puntos que su ambición había ignorado.
—Las cartas... su voz... esa noche... —murmuró, sus ojos fijos en la nada—. Lo he conocido. Lo he ignorado. ¡Es tan obvio!
Se puso de pie de un salto, señalando la puerta por donde había desaparecido el criminal.
—¡El Maestro de las Cuerdas! ¡Es un Thorne! ¡Es mi primo!
Lyra y Davies lo miraron con incredulidad.
—¿Su primo? Explíquese.
—Archibald Thorne —dijo Alistair, y el nombre resonó con una resonancia terrible en el auditorio vacío—. Archibald, el violinista que rechazó los escenarios populares, que siempre despreció mi teatro por ser demasiado mundano. Él es el verdadero artista, el genio, el loco.
—¿Por qué está tan seguro?
—La forma en que escribía en las cartas. La caligrafía. Los términos técnicos de la música... Archibald siempre se buró de mi falta de conocimiento musical. Y luego, su voz esa noche, cuando gritó. Creí que era la rabia, pero ahora recuerdo que la he escuchado antes... cuando discutía con mi padre. Es Archibald. ¡Siempre ha sido él, celoso de mi éxito mundano, consumido por su propia genialidad!
Alistair se desplomó en su silla, su confesión liberando el terrible secreto que había llevado meses.
—Él no quería solo un accidente, quería una musa. Y yo, por salvar mi teatro, fui su cómplice.
Lyra se acercó a Thorne. Ya no había rabia en su rostro, solo una fría comprensión. El velo de la tragedia se había levantado, revelando la verdadera identidad del villano, y que la muerte de Liana no había sido el destino, sino la obra deliberada de un celoso pariente.
Lyra miró hacia la puerta. Ahora sabía a quién perseguía Lancel. La ley tenía un nombre y un rostro.