The Phantom Violinist

Capitulo 44

El día había avanzado, y mientras Lancel se preparaba para buscar a Lyra, ella hacía una visita obligada a la prisión de Newgate. Después de su dramática declaración a la prensa, Lyra Vance había usado sus influencias y su conocimiento de los procedimientos para conseguir un permiso especial para visitar a su antiguo director.

Alistair Thorne no estaba en las mazmorras comunes, sino en una celda de detención preventiva, reservada para los acusados de delitos de alto perfil antes de su juicio. Estaba sentado en un banco de piedra, su ropa elegante arrugada y su rostro cubierto de un rastro de vergüenza y pavor.

Lyra entró. El guardia cerró la reja con un sonido metálico que resonó en el pasillo húmedo.

—Lyra —dijo Alistair, levantando la mirada. Su voz era un susurro hueco.

—Alistair —replicó Lyra, su tono medido, despojado de la rabia que había sentido horas antes. La lástima había reemplazado el rencor.

—Ya lo sabes todo. Le conté a la policía. Fui un cobarde. Un miserable. Fui el instrumento de su locura —dijo Thorne, señalando la confesión.

Lyra se inclinó sobre la pequeña mesa de visitas que los separaba.

—Fuiste cómplice de un asesinato. Eso es un hecho, Alistair. Pero la locura de Archibald es una fuerza que pocos podrían haber resistido sin romperse. Lo sé.

Thorne se quedó en silencio un momento, luego se rió, un sonido áspero y triste.

—La ironía es perfecta. Yo, que despreciaba el drama de la superstición, fui consumido por él. Y Archibald, que soñaba con el arte puro, terminó siendo un vulgar asesino.

Lyra asintió. No había nada que pudiera decir para aliviar su culpa, pero podía ofrecerle otra cosa: una conexión con el mundo que él había destruido.

—El Inspector Lancel lo capturó. Archibald está en una celda en Limehouse. Y Liana... Liana está a salvo. Se fue. Pero regresará.

—¿Se fue? —preguntó Thorne, perplejo—. ¿La magia es tan conveniente?

—Lo es, Alistair. Pero el punto es que está fuera de su alcance. El Inspector Lancel tiene el violín.

Thorne suspiró. La noticia no le daba consuelo, pero sí cierre.

—Eso es... lo mejor. Ahora que la ley tiene a ese demonio, quizás el público olvide el desastre que fue mi teatro.

Entonces, el rostro de Thorne se torció en una expresión de verdadera tristeza, una que iba más allá del miedo a la condena.

—Y en eso pienso, Lyra. En el teatro. El Sound of Art está clausurado. No habrá reapertura. No habrá Nochevieja. Yo... yo tenía planeado mi gran regreso, con la presentación de mi última obra.

Lyra esperó.

—Mi partitura. El Orfebre de Sombras. Es... es la mejor cosa que he escrito. Es mi redención, mi justificación. Y no podré verla. El Sound of Art morirá en el anonimato.

La pena de Thorne no era por su libertad, sino por la muerte de su arte. Lyra se dio cuenta de que él realmente amaba el teatro, aunque ese amor lo hubiera llevado a su caída.

—Alistair. El teatro está sucio, pero no muerto —dijo Lyra—. La policía se irá. Y lo que haga con él será mi decisión.

Thorne levantó la mirada, con una chispa de esperanza fugaz.

—Lyra... te lo ruego. Hazlo. El teatro. Los papeles están en mi oficina. Mi testamento... el teatro pasa a ser tuyo si algo me sucede. Encárgate de él. Yo... no puedo hacer nada más. Toma mi partitura. El Orfebre de Sombras. Es la última cosa que me queda.

Lyra sintió un nudo en la garganta. Alistair era un egoísta y un cobarde, pero al final, seguía siendo un artista.

—Me encargaré, Alistair. De todo.

—Bien. Gracias, Lyra. Y a Lancel... Lancel. Dile que tuvo razón. La lógica era insuficiente. El mundo es más complicado.

Thorne se reclinó contra la pared. Cerró los ojos.

—Ahora vete. Y si encuentras esa maldita música que la trajo de vuelta... buena suerte. En verdad te la deseo. Necesitarás más que suerte para luchar contra el éter.

Lyra se puso de pie, asintió y se alejó. Al salir de la prisión, ya tenía un nuevo propósito: reabrir el Sound of Art, y tenía una pista sobre cómo ayudar a Lancel a usar el violín. Si Thorne tenía una partitura inédita, quizás podría contener el solo de consolidación que Lancel y Zenobia necesitaban.




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