El solo de violín terminó con una nota pura y alta que se mantuvo suspendida en el aire. En ese mismo instante, los relojes de Londres marcaron la medianoche. El estruendo de los aplausos y los gritos de "¡Feliz Año Nuevo!" rompieron la tensión mágica, devolviendo el Sound of Art a la realidad de la celebración.
La orquesta atacó una pieza festiva. Lyra Vance se levantó, radiante y exhausta, recibiendo una ovación.
Lancel, sin embargo, solo tenía ojos para la tercera fila del balcón. El rincón donde había estado la joven estaba ahora vacío. El alma de Liana, manifestada en ese cuerpo, se había esfumado con la misma rapidez con que había aparecido.
Zenobia se acercó a Lancel, susurrando por encima del ruido de la multitud.
—La contramelodía fue un éxito, Inspector. El vínculo está restaurado y purificado. Ella es libre de elegir su forma.
—Se fue. Estaba justo allí —dijo Lancel, con la voz apenas un susurro.
—Ella ya no está ligada al violín ni al éter de Archibald. Ahora está libre para elegir —explicó Zenobia, con una sonrisa misteriosa—. La ha llamado, Lancel. Solo espere.
Lancel se dirigió a un pasillo lateral, buscando la quietud para procesar la visión. La joven del balcón... la fragilidad, la intensidad de su mirada, la había paralizado. La multitud, envuelta en el júbilo de la Nochevieja, se agitaba alrededor de él.
De la muchedumbre, una figura se acercaba.
Era la joven del balcón.
Caminaba con una gracia silenciosa a través de la multitud. A medida que se acercaba, Lancel pudo verla con claridad.
No era Liana Vance, pero era un milagro.
Era más joven, quizá veinte años. Su cabello oscuro caía sobre sus hombros. Pero sus rasgos... En ese momento, las luces del teatro, la música y el ruido se desvanecieron. Solo existían ellos dos.
Lancel sintió una oleada de recuerdos cruzados, una visión doble. Veía a la joven delante de él, pero en un parpadeo, esa imagen se superponía con la Liana que había besado en el teatro:
El rostro de la joven, pálido y anguloso... se superpuso con el rostro de Liana, iluminado por la luz del amanecer.
Los ojos de la joven, grandes y grises... en un instante, se convirtieron en los mismos ojos que le habían sonreído en el espejo, llenos de la misma ternura.
La forma en que la joven se acercaba, cautelosa pero directa... era la misma cadencia que Liana había tenido al bajar del escenario de huesos.
No eran idénticas. Pero el parecido era asombroso, una resonancia familiar.
La joven se detuvo frente a él. Había una dulzura nerviosa en su expresión.
—Detective Inspector Lancel —dijo con una voz suave, más delicada que la de Liana.
—Sí —contestó Lancel, su voz ronca.
—Mi nombre es Lianbeth —dijo ella, y el nombre, tan cercano al de Liana, resonó en el pecho de Lancel—. Soy nueva en Londres. Nunca había estado en un teatro tan grande. La música... el violín. Me sentí arrastrada.
Lancel sintió una oleada de comprensión. El alma de Liana, liberada por la contramelodía, había buscado un recipiente puro y receptivo que se pareciera a su propia forma. Lianbeth, la recién llegada, había sido el ancla perfecta.
—Usted me miró en el balcón —dijo Lianbeth, sus ojos grises llenos de confusión y una extraña familiaridad.
Lancel sintió que la lógica, por fin, se rendía por completo a la verdad del corazón. El cuerpo que había besado se había disuelto, pero el alma que lo amaba lo había encontrado de nuevo.
—La miré porque la conozco —susurró Lancel, ignorando la realidad tangible—. Te conozco.
Él se adelantó. Ya no veía a una joven extraña, sino el alma de su amada que lo había elegido.
—Mi corazón no miente —dijo Lancel.
Lianbeth sonrió. La misma sonrisa que había visto en el espejo de su cuarto. Una sonrisa que no era suya, sino prestada, pero destinada a él.
—Lo sé, Lancel.