The Phantom Violinist

Capítulo 49

La celebración de Año Nuevo rugía alrededor, pero para Lancel y Lianbeth, el mundo se había reducido al espacio silencioso y cargado de magia que existía entre ellos. Lyra y Zenobia se acercaron, observando la escena con una mezcla de asombro y comprensión.

Zenobia puso una mano protectora en el brazo de Lyra. —Déjalos. Él es el ancla, y ella es el alma. El reencuentro debe ser íntimo.

Lancel tomó la mano de Lianbeth, y la condujo lejos del bullicio de la fiesta, a través de la cortina, hasta el escenario vacío. El telón de fondo permanecía puesto, con el diseño dramático utilizado para El Orfebre de Sombras.

Lianbeth miró a su alrededor. Aunque nunca había estado allí, el escenario le resultaba extrañamente familiar.

—Es un lugar... poderoso —murmuró Lianbeth, sus ojos grises vagando hacia donde se habían encontrado las cuerdas en la noche del ritual.

Lancel soltó su mano y se dirigió a un atril lateral, donde había dejado el violín envuelto.

—El solo de Lyra te llamó de vuelta —dijo Lancel, su voz suave y grave—. Pero hay recuerdos que te pertenecen. Y los recuerdos están ligados a esto.

Lancel desenvolvió la tela y reveló el violín. La madera oscura y pulida parecía irradiar una luz propia en la penumbra del escenario.

Lianbeth se acercó al instrumento con una cautela reverente. Sus manos se extendieron, pero dudaron antes de tocarlo.

—Es hermoso —dijo ella, con un escalofrío—. Pero siento... un dolor muy profundo al mirarlo. Como si este objeto contuviera una alegría inmensa y una tristeza terrible.

Lancel colocó el violín sobre el atril.

—Este violín, en su vida anterior, fue tocado por el Maestro de las Cuerdas. Es el mismo que usó para el ritual que te revivió, Liana. Y es el mismo que Lyra usó para liberarte. Tu alma eligió este cuerpo, Lianbeth, pero tu historia está ligada a esta madera.

Él la animó. —Tócalo.

Lianbeth dudó, luego, con lentitud, extendió la mano y tocó la caja de resonancia con la punta de sus dedos.

En el momento en que su piel hizo contacto con la madera, Lianbeth se quedó inmóvil. El aire alrededor de ella pareció vibrar con una energía invisible. Sus ojos se cerraron, y un suspiro escapó de sus labios.

Lancel la observó, inmóvil.

Un recuerdo fugaz recorrió el rostro de Lianbeth:

Primero, una expresión de confusión. Luego, un brillo de alegría, como si escuchara una melodía familiar. Después, el terror, la sensación de caída, el impacto del yeso...

Lianbeth abrió los ojos de golpe. Estaban llenos de lágrimas que no derramó, y de una tristeza que no le pertenecía del todo.

—La música... los ensayos con Lyra. El miedo en el escenario. Un hombre gritando en el balcón. Y usted... —dijo Lianbeth, su voz apenas un hilo—. Recuerdo... un beso. Aquí.

Ella puso una mano temblorosa sobre su boca.

—Me fui porque... porque tenía que protegerte. Mi amor no podía ser la razón de tu muerte.

Lancel se adelantó y la tomó de los hombros, con un afecto abrumador.

—Sí, Liana. Éramos tú. Y eres tú. El cuerpo es diferente, el nombre es diferente. Pero el alma, el corazón...

—Lianbeth —dijo ella, con una mezcla de tristeza y aceptación—. Debo ser Lianbeth ahora. Liana Vance... murió. Pero sí. Sí, Lancel. Te recuerdo. El espejo. La música. Y el amor.

Ella se aferró a él, cerrando la distancia que la vida y la muerte habían puesto entre ellos.

—Eres mi ancla, Lancel. No la música, no el violín. Tú.

Lancel la abrazó con una ternura y una urgencia que resumían todo el tormento de la caza. Él la había encontrado. Ella lo había encontrado de nuevo.

El violín, silencioso en el atril, había cumplido su propósito. Ya no era un instrumento de magia oscura, sino el mudo testigo de un amor que había vencido a la muerte y al tiempo.

Lancel apretó a Lianbeth contra su pecho, la tela de su traje absorbiendo las lágrimas contenidas. El eco de los aplausos y la música festiva que llegaba amortiguado desde el auditorio se sentía distante e irreal. Ella era real. El calor de su cuerpo, la familiaridad de su alma, era la única verdad en el universo de Lancel.

Se separaron, y Lancel acarició el rostro de Lianbeth, estudiando la nueva forma que su amada había elegido. La belleza era innegable, pero la esencia era la que él había perseguido a través de la locura y la magia.

En ese momento, Lyra y Zenobia se acercaron al escenario. Lyra, con los ojos brillantes, se detuvo, incapaz de acercarse más.

—Liana... —susurró Lyra, con la voz ahogada.

Lianbeth se volvió hacia su hermana, y en ese gesto, la dulzura de Lianbeth se infundió con la familiaridad de Liana.

—Lyra —dijo Lianbeth, y el tono de su voz contenía toda la historia, los ensayos, los secretos compartidos—. El peligro ha terminado.

Lyra se lanzó a abrazar a Lianbeth, el abrazo de dos hermanas separadas por la muerte y reunidas por un milagro. Lyra lloró con alivio, aceptando el nuevo rostro y el nuevo nombre como el último capricho del destino.

Zenobia se acercó, su rostro inexpresivo, pero sus ojos llenos de sabiduría.

—Lianbeth. El alma es inmutable. El cuerpo es solo un capullo. Ahora, eres libre.

Zenobia dirigió su mirada a Lancel, que sostenía la mano de Lianbeth con firmeza.

—Inspector Lancel. Su fe, su anclaje a la lógica, fue la mitad del hechizo. Ha cazado una leyenda y ha salvado a su alma.

Lancel asintió, mirando de Lianbeth a Lyra, y de vuelta a la mujer que amaba. Su mente, el viejo Detective Inspector, finalmente entendió la profecía de Zenobia.

Las almas gemelas siempre se reencuentran, no importa cuánto tiempo tarde.

No se trataba de encontrarla antes de que muriera, ni de resucitar el mismo cuerpo. Se trataba de la conexión inquebrantable entre dos almas que se pertenecían, más allá de la materia, más allá del tiempo, más allá de la ley. El verdadero significado de las almas gemelas no era la coincidencia, sino la inevitabilidad. Su amor era la fuerza que reescribía las reglas de la existencia. Liana no había regresado por un ritual; había regresado porque Lancel la amaba.




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