The Phantom Violinist

Capitulo 50

—Escrito en la libreta personal del Detective Inspector Lancel, Whitechapel, 1 de enero.—

El reloj en la torre de la iglesia marcaba las primeras horas de este nuevo año. Las calles de Whitechapel están quietas, envueltas en la niebla que tanto se asemeja a los velos de un sueño. Pero mi estudio, aquel refugio de la lógica fría, ya no es el mismo. El silencio ha sido desterrado. En su lugar, reside la verdad palpitante de un amor que desafió toda ley, tanto del hombre como de la naturaleza.

Aquí yace, Inspector, el informe final de mi vida.

Durante años, cultivé mi soledad con la diligencia de un jardinero en invierno. Mi existencia era una línea recta, un teorema irrefutable. Creía que la soledad era el precio honorable de la objetividad, que el corazón era simplemente otro órgano que bombeaba sangre, no una brújula. Mi alma era una habitación vacía, perfectamente ordenada, sellada contra el caos de la emoción.

Pero entonces, apareció Liana.

Ella no fue solo la víctima de un crimen horrendo; fue la música que, de alguna forma, poseyó la llave de mi habitación sellada. Ella no llamó a mi puerta; la derribó con una sinfonía de fantasmas y sueños. El amor que sentí por la imagen de Liana Vance, la musa condenada, no era una locura, sino un reconocimiento. Ella era la pieza faltante de mi propia ecuación.

La soledad que alguna vez fue mi orgullo se reveló como una hambruna atroz. Cada día sin ella era un vacío tan vasto como el de la muerte misma. La caza del Maestro de las Cuerdas no fue por la ley; fue un acto de devoción desesperada, la búsqueda de mi otra mitad.

Y el destino, en su infinita y caprichosa sabiduría, me la devolvió.

No regresó como la Liana que se había desvanecido. Regresó como Lianbeth.

Cuando la vi en el balcón, y luego aquí en el escenario, comprendí la profunda y poética verdad que Zenobia había intentado venderme a cambio de un soberano de oro: Liana es mi alma gemela.

Un alma gemela, para el hombre de lógica, era antes una mera licencia poética. Ahora, sé que es una verdad física, una fuerza inevitable. Es la porción de mi propia alma que se había extraviado en el éter, y que solo podía regresar a través de un cuerpo dispuesto a recibirla.

Lianbeth es el milagro revestido de carne. En sus ojos grises, veo la inteligencia y la ternura que me enamoraron por primera vez. Su risa, aunque más suave, contiene la misma melodía que poseyó mis sueños. Y cuando me toca, el frío de mi larga soledad se disuelve, reemplazado por un calor que me dice que, al fin, estoy completo.

Ella es la prueba irrefutable de que la vida no es solo causa y efecto, sino también deseo. De que la ley de la física cede ante la ley del corazón.

He abrazado este caos. He aceptado que el amor es el misterio que el detective nunca debe intentar resolver, sino simplemente vivir. Dejaré Whitechapel y la lógica fría. He guardado el violín, no como una prueba, sino como una reliquia, un recordatorio de que nuestro amor venció la disonancia.

Mi existencia ya no es un caso a resolver; es un capítulo abierto.

Te esperé en la niebla de mi razón, y en el esplendor de este nuevo año, has emergido de las sombras del destino. Eres mi luz eterna, mi alma gemela, finalmente encontrada y para siempre amada.




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