The Prophet.3: Vigilante

Capítulo 3: Sempervivum arachnoideum

Nueve años habían pasado desde que la huérfana Ángela María Belmonte se sintió segura y completa, arropada por su primer hogar. Seis aniversarios fueron suficientes para que ese sueño se desmoronara con la pérdida de los Montoya, la única familia que había conocido. Once meses, y su intento de secuestro le dejaba claro que ya no viviría en su mundo, otra vez. Llevaba setenta días sin recibir noticias de la última familiar que le quedaba. En el encierro de la Fundación Bondel, temía ser olvidada, atrapada en su pesadilla de más de mil días de antigüedad.

—Lo siento. No, no lo lograron —. Escuchó a una exhausta paramédica, mientras se reflejaba en el espejo que era su careta. La noche en que su familia ya no regresaría jamás.

—¡Virgencita, no, nooo! —La noticia le provocó un llanto desesperado, surcando su aterrada carita de once años, reflejando la gran necesidad de preservar el último trocito de su hogar. A su lado, una atónita y pálida niña rubia, su hermana mayor, se derrumbaba. Cuando la arropó con su largo cabello, en un capullo de un negro tan pesado como esa noche.

—Es como si... como si hubiera decidido saltar al barranco. No tiene sentido —. Susurraban, ocultos entre cubrebocas, los policías que las retenían mientras buscaban la razón de su accidente. —Crees, ¿crees que haya sido la quimerilla esa? —Sospecharon, volteando furtivamente hacia la niña de ojos de iris metálicos. Por su maliciosa reacción, una enfermera corrió hacia las pequeñas para alejarlas del grupo.

—Princesas. ¿Tienen familia por aquí? —Intentó indagar varias veces, inútilmente. Ninguna de las dos podía pronunciar palabra alguna, atrapadas en su profunda tristeza.

—Ya. No hay de otra —, dijo un detective, arrojando su cigarrillo y apartando a la trabajadora. Cuando observó la luz de unas patrullas municipales acercándose, declaró: —Tenemos que separarlas —, al tomar el brazo de Ángela. A pesar de ser ibérica y de estar en la embajada de su país, la ley Aztlanteca no consentiría que una híbrida alterada anduviera libre. Poco importaba el permiso que llevaba consigo.

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Ángela sintió un vacío en su pecho cuando alejaron a su hermanita. De repente, sus ojos brillaron con un verde intenso, como si un rayo de energía estuviera a punto de estallar. Un grito lleno de rabia y desesperación surgió de su interior, resonando con fuerza, como si el suelo temblara bajo sus pies.

—¡No se la lleven! —Ordenó, reviviendo la sacudida de su vida al recordar el terrible instante de su arresto.

—¿Amaya? ¿Comadrita? —La buscó, empapada en sudor frío, solo para encontrarse con su propio cuerpo, anclado por la yema de sus dedos, firmemente pegados al techo de su cuarto. Sobre el camastro que le habían asignado, se veía como una elegante rana blanca a punto de saltar, pero en contra de la gravedad. —¡Virgen santísima! —Exclamó al precipitarse al piso, cuando perdió el control de su fuerza adhesiva. —Ay, ay. Ya me di otro ranazo —, dijo mientras movía su matutina melena, sobándose la cabeza, con trozos del techo atorados en los microscópicos ganchos de sus dedos.

Después de tres años, ya era una señorita de catorce. Sus ojos, no solo su iris, habían mutado aún más, reflejando la mirada esmeralda de una araña. En su caída, notó una hoja de papel tirada a su costado: la carta que había deseado tanto durante su encierro.

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Por fin era el momento de recuperar la licencia ibérica que sus padres le habían conseguido. Y es que ya eran una tontería las medidas que habían tomado en el Refugio, tras el ataque que sufrió junto a Nazz, meses atrás. Sabía que era su interna más importante, pero eso no justificaba su aislamiento. Necesitaba hablar con su hermana. Las medidas para mantenerla a salvo no habían sido protocolo, no habían sido justas.

—Ay. Tampoco fue cualquier cosa —. Interrumpió otra niña, su rival del equipo de gimnasia, al finalizar la práctica del día. —Esos viejos asquerosos te pudieron haber raptado —, advirtió, con ojos y orejas felinas, señalándola con sus cuidadas uñas retráctiles.

—Sí, pero no pudieron. Gracias a Nazz —. Respondió Ángela, vestida con su leotardo rosa.

—¿Otra vez con ese perdedor? —Continuó la gata blanca, harta de que tratara de hacerlas aceptar a esa escoria. —El pirómano es todavía más peligroso, Angie. Por suerte no te quemó a ti también.

—¡No! Nazz no es peligroso —, le respondió igualmente fastidiada. —Fácilmente pudo haberme dejado, pero ¡no!... ¿Qué ganaba con defenderme?

—¿Tal vez quería un besito Capi? —La codeó una segunda compañera, una joven albina que se parecía a un amistoso ajolote. Mientras la tomaba de la mano para darle una vueltecita, señalando la bonita figura de la líder, no muy musculosa, ligera y estilizada. Acentuada sobre todo por sus inquietantes ojos de insecto esmeraldas, piel de porcelana y lacio cabello negro con brillos verduzcos. A pesar de sus espinas escarlata en los antebrazos y hombros, todos se morían por ella. —No hay ningún chico en el Refugio que no quiera una cita contigo. Lo sabes.

—¡No digas eso Gummy! —, Ángela se sonrojó, tapándose con su toalla antes de ponerse su ropa deportiva amarilla. —Además, ¿para qué rayos bloquean el contacto con mi hermana? Díganme amigas.

—¿Para qué? ¡Es en serio, Ángela! ¿Qué tal si el teléfono estaba intervenido? Y tú contando todo a tu “normaloide” hermana. Así supieron tu horario y cómo meterse. De verdad que eres una confiadota —, aclaró la gatita, siendo apoyada por Gummy segundos después.

—Lo siento, Capi. Pero esta vez, Katri tiene razón. ¿Qué tal si nos explota este sujeto?

—¡Ay Dios, no! ¡Cállate! —La interrumpió Katrina, la felina, dando un empujón al ajolote. —Qué bueno que no todas somos fenómenos inestables como la Quimera esa. ¡Qué asco!




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