Los primeros rayos del sol iluminaban el frío bosque de pinos, a las afueras de la Ciudad Blanca. Una bandada de cuervos volaba alrededor del cráter humeante que dejó la batalla de la noche anterior, llena de lamentos y relámpagos. Entre graznidos, Asim Nasr abría sus ojos negros como carbón y llevó sus manos temblorosas a su cabellera de plumas, que había crecido al menos cuatro centímetros más.
— ¿Qué pasa? — Estremeció al sentir la brisa en su espalda, con su ropa completamente ausente. — ¡Pero qué! —,se cubrió con las manos, revisando rápidamente a todos lados para asegurarse de que nadie lo viera así. Tenía una reputación que cuidar. Cuando vio que estaba solo, una pelea entre sus pequeños colegas emplumados llamó su atención. Se acercó a un montón de cenizas y harapos quemados, donde vio un brazalete igualito al que le habían puesto cuando lo encerraron en el refugio. —¿La pinche pulsera? — La levantó entre chispas con una vara del suelo, dándose cuenta de que la suya ya no estaba. Ya antes había intentado quitarse la odiosa banda de electrochoques, pero era imposible. Sin poder analizarla más, un silbido familiar lo llamó.
— Eso no te va a cubrir nada, Pompis Chan —. Sonrió una grulla llena de ceniza, cojeando hacia él.
— ¡Vane! — Acudió al momento que la vio perder el equilibrio, resguardando a la niña en su pecho.
— ¿Sōdesu ka*?... No creciste por acá —, se burló de su amigo, con los párpados cerrados, sonrojada y frágil.
— ¡Cállate, tonta! —, Nazz se asustó con la gravedad de su quemadura a su espalda. — De verdad, ¿estás bien babe?
Sin dejar que Nasr se hundiera en la culpa por lo que había ocasionado su descontrol, una sábana llena de hollín aterrizó sobre los dos.
— ¡Indecentes! — Les gritaron para separarlos. — Así nunca podrás casarte, Van Chan.
— ¡Oniisan! — Emocionó Vanessa, con el halcón intacto, descendiendo de un árbol.
— ¡Hawk! ¿Cómo le hiciste, animal? — Alegró Nazz, al ponerse el pedazo de tela como toga griega.
—Creo que... —. Sonrió con orgullo, levantando su puño. — Logré usar el “Shunkanido*“.
Horas antes, cuando Hawk cruzó sus espolones con las garras del enorme león de montaña, los mortales relámpagos de la Quimera, a punto de rostizarlo, activaron su Despertar. Cubriendo su cuerpo emplumado en dorado, desapareció en un fuerte destello, dejando solo su chaleco táctico tostado como rastro de su presencia. Reapareció al amanecer, dormido en un árbol.
— Pero... Aún tengo mucho que aprender —, sacudió las agujas de pino enredadas en su cabeza.
— ¿Movimiento Instantáneo? ¡Yeah, me gusta! — Nazz hizo un par de cuernos con su mano derecha, emocionado por la traducción de la habilidad del Despertar del halcón. — Pero, ¿no les habían dicho que ya no podían ponerles nombres? — Les preguntó, recordando los regaños de su maestro.
— ¡Sólo porque tus gritos nos delataban! — La grulla le pegó en la nuca. — ¡Aieee! — Cayó al suelo, sintiendo cómo lastimaba más su espalda al estirarse.
—Van Chan —, corrió el halcón hacia ella, en búsqueda de la medicina en los bolsillos de su hermana.
— E... Está bien, Oniisan —, aguantó fuertes punzadas cuando le dio una jeringa y una ampolleta, salidas de su chaleco. — No hay que detenernos... ¡Ese gordo bastardo no se va a escapar!
— Ya olvídense de esa madre... ¡Se va a desangrar! —hincó Nazz a su lado.
— ¡No! La misión es primero —. Hawk le dejó claro con sus predatorios ojos ámbar.
— No, brother... ¡Vanessa es primero! —, lo hizo a un lado. — No voy a dejar que se nos muera por una tontería así —, declaró, ganándose las miradas juiciosas de los Hinotori. — Rayos. Y es por esta actitud que mis padres me sacaron de su maldito culto —, se levantó y les dio la espalda, rascándose la nuca. Su misión era más valiosa que su vida, tal como les había enseñado el Sensei.
— ¿Y qué hay de las víctimas? — Lo siguió Hawk para encararlo. — ¿Crees que a tus padres les importaban?... Si todos fuéramos así de cobardes, ¡nadie sobreviviría a estas bestias!
— Co... ¿Cobardes? — Regresó a darle un golpe en la cara. — ¡Tú qué sabes de mis padres, cabrón!
— Solo sé que tu pueblo va a sufrir mucho si no haces algo, ¡Asim! — Atrapó su golpe sin esfuerzo.
— ¡Y qué! Déjale eso a los malditos policías —, le arrebató su brazo. — No le debo nada a los imbéciles que me encerraron —, dijo, cuando sintió a Vanessa recargarse en su espalda.
— Cientos de niños han muerto por esto —, formó un puño temblando sobre el omóplato del cuervo. — El puma solo fue el principio. Su líder, “el Elfo”, es mucho, mucho peor. Tienes que regresar, Asim... ¡Los seis necesitamos trabajar juntos!
— ¿Seis?... ¿Cómo que seis?
— Así es: Seis —, le dijeron enseguida desde los árboles que rodeaban el cráter que había hecho.
La bruja, el zorro de fuego que los amigos de Nazz habían encontrado la noche anterior, surgió de los arbustos, gracias al mapa holográfico de su brazalete consola, similar al de los hermanos. Jim se apoyaba en ella con su brazo derecho; sus muñecas destrozadas ahora tenían dos gemas negras en forma de lágrimas invertidas, incrustadas con sangre. Ángela los seguía a unos pasos, preocupada porque él no muriera con su temperatura tan alta. El miedo que le dejó la violenta viborilla la mantenía a distancia, pero atenta a su salvador mal herido.
— ¡Zorra, no te lo lleves! — Nazz brincó súbitamente, señalando a su antigua rival, ganándose el fastidio de todos.
— Madura... ¡Baaaka! — Le gritó Vanessa en nombre del grupo, mientras Angie sonreía ante su broma.
— Tan simpático como siempre, Nasr Chan —, le sonrió la dama zorro, conservando su porte. — Yo responderé sus dudas. Después de sanarlos, por supuesto —. Notó la quemadura de Vanessa.