The Prophet.3: Vigilante

Capítulo 9: Filamentum coloris Granati

La angustia de ver a Nazz asfixiándose hizo que Ángela luchara con todas sus fuerzas. A pesar de saber que Jim estaba siendo chantajeado y que la supervivencia de su madre era la clave para obtener la cura, no iba a permitir que esos tentáculos los aplastaran. Aunque tenía que frenarlo a toda costa, su corazón no le alcanzaba para odiarlo. Y es que, si Amaya o su tío Leo estuvieran en una amenaza similar, ella tampoco dudaría en triturarlo “ni un segundo”. Eso era lo que más la aterraba.

— Nazz... Nazz, no te duermas —. Trató de suspirar, atrapada por la opresión de los apéndices. Cuando sintió algo surgir desde su pecho hasta sus ojos, haciéndolos brillar. Con la mano temblorosa, alzó su dedo índice derecho, con una pequeña cortada en la punta, en un intento por detener a su compañero. — ¡Ya! ¡Tú no quieres esto, pequeño! —Exclamó, cuando la sangre en su dígito comenzó a moverse y un fuerte destello esmeralda surgió de su mirada, cegando a todos.

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En la incertidumbre creada por el brillo de sus ojos de araña, Ángela sintió caer en un profundo y oscuro pozo. Instantes después, aterrizó con un fuerte sentón, libre de las cadenas, recuperando su aliento en angustiantes inhalaciones. Con sus sentidos repuestos, su corazón descansó un poco, al ritmo de una fresca serenata de agua que fluía a su alrededor.

— Virgencita de la Cabeza. ¿Dónde están los chicos? ¡¿Dónde está el...?! — Su miedo resonó en el aire, mientras buscaba al reptil que los había estado sofocando. En su lugar, encontró un manantial subterráneo adornado con enredaderas colgantes. Las paredes estaban llenas de códices ocultos por un viejo musgo, como los que había visto en el gran museo de antropología, la primera vez que pisó la Ciudad Blanca con su tío Leo. — Santa madre, ¿ahora dónde estoy? — Se persignó, sintiendo los efectos del viaje repentino. Mezclando sus emociones en un cóctel de miedo y asombro, se encontraba en lo que parecía un templo subterráneo hecho de sólida amatista y roca. — ¡Qué bonito! — Exclamó, al ver cuarzos púrpuras brotando para darle la bienvenida, iluminando su camino. Notó rápidamente que grandes losas marcaban los puntos cardinales en la semiesférica cámara secreta. — ¿Una cabra? ¿Y ese es un león? — Señaló a dos de los pictogramas. — Pero estos animales no son de aquí —, recordó la explicación del museo. — Los nativos nunca vieron leones. — Se detuvo al descubrir a una tercera criatura: unas alas de murciélago sugeridas en lo que quedaba de una de las losas derruidas.

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Fue entonces cuando el cuarto ser apareció, más vivo y atrayente que los demás. Una serpiente bicéfala contenida en la gran losa la observaba fijamente, dejándole un escalofrío primordial.

— Melaaaj —. Silbó el viento en eco, con un cascabeleo iniciando al fondo del lugar, nacido de las obsidianas en forma de lágrima, incrustadas en el grabado de serpiente que vibraba sin parar.

— ¡Quién anda ahí! ¿Dónde están los muchachos? — Vigiló Angie, temiendo que algo pudiera saltar sobre ella.

— ¡Chamah! — Le llegó ahora un alarido, sacudiendo todo, como un trueno respondiéndole.

Con el aterrador gruñido, una Quimera de proporciones monolíticas comenzó a formarse con el mineral de la cueva. Construyendo la cabeza de una víbora de cascabel, seguida de otra, una serpiente constrictora, ondulando su largo cuello. Paralizando así a Ángela, que al final pudo notar plumas coronando la cabeza izquierda de la criatura. Las estalactitas caían debido al brusco movimiento del gigante humanoide.

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— ¿Pero cómo llegó aquí, señorita? — Preguntó la víbora de cascabel con una calma casi hipnótica. Las lágrimas de obsidiana formadas por escamas en sus hombros, muñecas y parte inferior del esternón vibraban como una molesta sonaja, mientras el gigante la rodeaba con sus dos enormes cuellos en un furtivo interrogatorio.

— ¡No puede estar aquí! — Enfureció la boa, azotando el suelo con su pie derecho. El impacto la hizo caer en posición fetal, gritando debido al miedo y a los escombros que caían a su alrededor.

No podía pensar; solo se protegía por instinto, sabiendo que no había manera de escapar. Estaba completamente sola, enfrentándose a ese ser sin sentido en una cámara cerrada, sin puertas ni ventanas. Las enormes rocas a su alrededor eran inamovibles, y no había forma de crear una salida. A pesar de su velocidad y agilidad, que ahora se habían hecho aún más asombrosas, no podía huir de este gigante. Ya había fallado en esquivar los látigos de Jim en el ataque anterior. ¿Cómo podría superar a este monstruo que la rodeaba?

— ¿Qué está pasando aquí? — Lloraba, abrumada y derrotada. Antes de que una repentina punzada le recordara algo. El arpón color grana, que había salido disparado desde la herida de su dedo hasta la frente de su compañero. — ¿Pequeño? ¿¡Dónde estás, Jim!? — Buscó, animada por su revelación, al recobrar un poco de valor. Cuando sus ojos metálicos le mostraron un hilo, un lazo de sangre que unía su índice con el centro del tambaleante recinto.

— Eso no es asunto suyo —, escupió la víbora de cascabel al verla tirar de la cuerda.

— ¡Váyase del Santuario! — Enloquecida y preparada para detenerla, gritó la boa.

— Mentirosos, esto no es un santuario. No sé qué sea, pero... —, les respondió al eludir sus garras, corriendo por todo el sitio. Se dio cuenta de que saltaba sobre un enorme calendario tallado en roca volcánica. Con la ayuda de su Despertar, sus ojos de gema vieron su arpón conectado a un cilindro de cuarzo transparente. Un monolito que empezaba a desenterrarse, emitiendo el aura de Jim, el familiar azul marino que había visto al conocerlo. — ¡Virgen! ¿Qué te hicieron? — Frenó al verlo atrapado en el sólido ataúd púrpura, hincado, con párpados cerrados y oídos bien cubiertos.




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