The Prophet.3: Vigilante

Capítulo 10: El hombre del espejo

Culpa y angustia era todo lo que Santiago “Jim” Sainz podía sentir esos días. Ya habían pasado semanas sin poder dedicarse al demandante trabajo de su cura. Y tenía que avanzar, si es que quería liberar a su familia y vecinos de la pesadilla que él mismo había creado. Pero aislado de su laboratorio, sin poder hablar con Verenike, no podía más que estar frente a un viejo pizarrón. Tirando números, intentando descifrar el milagro que Ángela le había regalado.

— ¡Claro! Ángela me lo dijo. Ustedes son mi Despertar, mi mente loca, mis instintos que me hacen hacer tonterías. ¿No es así? Todo por no tomar el tratamiento de mi mamá. Por esa inyección de Typhonio que me pusieron los Nipones... Por eso, y ya. Trató de convencerse —. Encerrado en las aulas de ciencias por más de dos días. El chico de doce años hablando a las rocas incrustadas en sus muñecas. — ¡Ey! ¿Siguen ahí? — Movió sus manos buscando reacción, intentando hablar con los cascabeles con forma de cabeza de serpiente. Tal cual Ángela le había aconsejado. — ¿O qué, están molestos conmigo? — Los vio de cerca, esperando el brillo de sus ojos rojos. — ¡Debería arrancarlos, y ya!

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El cascabeleo por fin se presentó. Intenso y doloroso como siempre. Permitiendo a los tentáculos estallar de sus cuencas para flanquear al pequeño investigador.

— ¡Éramos reyes! — Azotó el suelo la boa, por la parte derecha.

— Re, ¿reyes? — Repitió Jim, con las manos ardiendo, ensangrentadas por su forzada salida.

— ¡Bruto! Hablas demasiado —, se enredó la víbora sometiendo a su serpiente compañera. — Está bien. Supongo que le debemos una presentación —. Siseó el apéndice izquierdo, dirigiéndose a su amo. — Mi nombre es Melaj* . Y esta bestia es mi hermano, Chamah. Fuimos asignados por el señor de los poderes para cuidarlo, señor Sssantiago.

— ¿¡Tienen nombres!? – Cayó aterrado con la respuesta tan directa de las entidades, por primera vez. Con sus corazones sincronizados al suyo. — O sea que... ¿no son solo mis impulsos?

— ¡Mucho más que eso! Y le agradeceríamos bastante que dejara de intentar dormirnos, con esa porquería, señor —. Le pidieron, refiriéndose al tratamiento que su madre le daba desde bebé, para mantener sus dones inactivos. El mismo que intentaba perfeccionar, con ayuda de Verenike, desde que entró a la Fundación. Sin embargo, él ya no lo había tomado desde su secuestro.

— ¿Y cómo... ¿Cómo sé que no van a intentar matar a uno de mis amigos? ¡Otra vez! —. Los encaró, retrayéndolos en sus muñecas con el control que Angie le había regalado. — Con ustedes pegados así... ¡Soy un maldito peligro para todos! Aunque logre hacer una cura, Ángela nunca me va a ver bien... ¡No podré recuperar mi vida! — Observó sus muñecas con temblor y mareos. — Oh Dios... Toda esa sangre, el escorpión. ¡Aún puedo olerlo! — Volteó rápidamente al suelo para vomitar. Evocando la imagen del híbrido alacrán que hizo pedazos, aquella madrugada en el bosque de El Pueblito. — ¡Bluagh! No... No quiero que vuelvan a hacer eso. ¡No soy un Monstruo!

— Sssseñor. Solo essstamos aquí para cuidarlo —, buscó su mirada Melaj al salir de su cuenca, esta vez en forma gentil, como acariciándolo. — Esss nuestra razón de ser –, agregó Chamah torpemente, cuando lo vio a sus ojos. — Lamentablemente la muerte de sssus enemigos puede llegar a ser un efecto ssssecundario —. La víbora de cascabel agregó para lavar sus inexistentes manos.

— ¿Un efecto, un efecto secundario? ¡Idiota! Yo no debo lastimar a nadie —, gritaba en solitario el niño, a las voces en su cabeza. — La vida es el tesoro más bonito. Y siempre hay que protegerla... — Chilló a los cuatro vientos.

— Pero qué bonito pensamiento, Jimbo —. De pronto, el cura Iram exclamó desde una distancia segura. — ¿Puedo decirte así, hijo? — Aprovechando su pregunta se acercó. Ahora que el entrenamiento de los Nipones había acabado, era un buen momento para platicar con el complicado muchacho.

— Pa... ¡Padre Romeros! — Brincó Jim, al retraer sus apéndices y esconder sus manos. Acabando con su extraño acto de ventriloquía. — Como usted quiera, señor. Soy... ¡Yo soy su Fan!

Era la primera vez que podía hablar con él, su ídolo. Aunque parecía un calvito cincuentón de sotana, él era el enmascarado plateado, el exorcista de las fuerzas oscuras, el Vigilante número uno del pueblo Aztlanteca: “Fray Arcángel”. Como todos los niños de la nación, Jim era fan de sus épicos encuentros de lucha libre y de las historietas de la Triada nacional que el señor lideraba. Su equipo, los más grandes: “Los Vigilantes Justicieros”.

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Desde que llegó a su iglesia-orfanato, la viborilla siempre intentó acercarse a él y pedirle su autógrafo, pero Kyóko lo mantuvo demasiado ocupado como para intentarlo. La pena que sintió al ser descubierto por su héroe, como un maldito loco, fue inmensa.

— Veo que tienes problemas con tus “amigos” —, le señaló a sus muñecas, sin sorpresa alguna por lo que había visto. — Tengo experiencia en el asunto. ¿Me dejas ver? — Se acercó a él, confiado.

— ¡No, no! Quédese ahí, por favor —, extendió su garra derecha con gran miedo, aterrado de que sus tentáculos fueran a atacar al padre. Ya tenía varios días aislado de todo el mundo. No quería lastimar a nadie, y no tenía idea de cuánto duraría el control que le otorgó Ángela.

— He, he. No soy tan delicado como piensas —, le sonrió, apretando su bastón de madera. Avanzó sin preocupación alguna y, en movimientos tan relampagueantes que ni los látigos pudieron detectarlos, terminó pescando su brazo derecho. Dejó que los tentáculos fueran testigos de su legendaria habilidad y de la potente presencia del señor.




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