The Prophet.3: Vigilante

Capítulo 11: Niños Perdidos

Jugar en el quiosco era la mayor alegría de los niños en "El Pueblito". Correr por sus jardines hasta el atardecer, quedaba profundamente grabado en sus memorias, cómo fue con sus padres y abuelos antes de ellos. A pesar del inusual aumento de alterados, los supervivientes del Despertar poco modificaron su rutina. La paz reinaba en la creciente comunidad, gracias a la contribución incuestionable de sus hijos híbridos en las labores diarias. Una tranquilidad y armonía que eran únicas en todo Aztlán.

Pero, el depredador de niños los encontró.

—¡Ahí vienen, ahí vienen! —Gritó un niño de ocho años mientras corría, con los sicarios pisándole los talones.

—¡Nadie se mueva! —Un hombre con pasamontañas amenazó al asaltar el primer negocio en la plaza.

Durante dos meses brutales, los sicarios de 'el Elfo' arrasaban la plaza del quiosco en busca de un tributo. Tres chicos a quienes obligaban a consumir su nueva droga, los 'Polvos de Hada'. Un polvo escarlata que daba a sus usuarios una sensación de invencibilidad, brindando euforia y fuerza aumentada. Y, para aquellos que estaban en la gracia del jefe criminal, un 'Despertar'. Esto convertía temporalmente a personas comunes en híbridos Beta, y a los alterados en Alfas. De manera efímera, con cambios impredecibles y una mortal dependencia hacia el líder criminal.

Aún para la Fundación Bondel, su funcionamiento era un misterio. Una alquimia sobrenatural que colocaba a los pies de cualquiera que pagara una obscena fortuna al cartel, un batallón de Quimeras artificiales. A ojos de los poderes existentes, esto era algo que, no podía, no debía ser.

—¡No, por favor, mi niña! —Suplicó una madre que vendía tacos, aferrándose a su pequeña de cuatro años. Antes de recibir el golpe del rifle de un sicario, obligando a su niña a inhalar la droga, que en un instante, empezó a transformarse, garras brotando de sus manos y pies como un ocelote salvaje.

—¡Ataca a la vieja! —Ordenó el criminal, al silbar una ocarina. Debido a la reciente actividad en la iglesia del padre Iram, y la presencia de Vigilantes en el bosque, el tributo había subido. Tomando no solo tres, sino a todo niño que vieran, para ser sus esclavos rabiosos.

—Ya es suficiente —, susurró un tipo con una manta gastada, desde un techo cercano.

—Tenemos que frenarlos, señor —, quejó un hombre armadillo, a punto de lanzarse a intervenir.

—Tranquilo. ¿No ves que también nos matarían? —Le gruñó en eco inquietante. Mientras sus garras quemadas apretaban. —Tenemos que esperar. Al final, necesitamos su veneno para ser más fuertes, y ganar nuestra independencia.

Sin la intervención de los híbridos, la plaza de El Pueblito pronto se tiñó de rojo.

Un sin sentido que se prolongó por minutos que parecieron eternos. Hasta que afiladas navajas Niponas cortaron los rifles de los narcos, al igual que la ocarina que tocaban. Rápidamente, destellos dorados rodearon a los matones, dejando una densa nube de humo mientras caían noqueados. Inesperadamente, los niños drogados cayeron al suelo, perdidos en un estado catatónico, tras el desmayo repentino de sus amos secuestradores.

—Vaya, ya era hora —, pensó el gigante del zarape, alzando su garra para dar la orden de retirada. —¡Suficiente! No tiene caso —. Pero, unas cadenas de metal sujetaron la pata de su secuaz armadillo, arrastrándolo fuera del techo donde estaba. Y con otro destello, le quitaron su manto, revelando sus bigotes quemados.

—Qué afortunado. Asim Kun no te mató —, sonrió Hawk al Puma del bosque, su rival.

—Niños como tú solo entienden por la mala —. El puma saltó hacia el halcón en respuesta, buscando el borde del techo. Bajando y llevando su pelea a la plaza, mientras le lanzaba ataques con sus garras eléctricas. Estos fueron esquivados con gran habilidad por el híbrido halcón, que desaparecía y aparecía en humo y destellos. No solo Nazz y sus compañeros habían entrenado hasta el límite durante esos quince días. Finalmente, el Hawk había dominado sus alas.

—¡Cuidado! —Gritó el Nippon, justo cuando un rayo errante calcinó a una de las pequeñas víctimas drogadas que estaban cerca, con miradas perdidas.

— Mira lo que me has hecho hacer —, rugió el león, atacando de nuevo con garras afiladas.

—Es tu gente, maldito monstruo… ¡Cómo permites esto! —Hawk contraatacó, bloqueando los arañazos con sus katanas cortas y espolones que salían de sus codos, en una danza mortal.

—Esto no es nada comparado con lo que tus federales han hecho en nuestras casas —, reclamó el león, logrando un rasguño en la espalda de Hawk. —¡Asesinaron, raptaron y violaron a nuestra gente! ¡No más, cabrones!

Pero sus gritos fueron interrumpidos por un corte en su rostro, cortesía de Hawk, que no le dio tiempo a reaccionar. El ninja acuchilló la pantorrilla del felino, tirándolo al suelo.

—No eres más que un animal rabioso —, suspiró Hawk, cansado de tanta barbarie. Alzó sus espadas, listas para acabar con todo. —Y a los rabiosos, ¡se les pone a dormir!

Pero un silbido lo detuvo. Una bola de cadenas voló hacia él, forzándolo a teletransportarse.

—¡Madre mía! ¿Pero qué quieres hacerle? — Indignada, Ángela Belmonte intentó alcanzarlo tras lanzar las cadenas. —No debes matarlos, Hawk.

—¡Belmonte San ingenua, qué no ves lo que hizo! —Reapareció Hawk a su espalda, señalando a los niños inertes que los rodeaban, sin reacción ante la muerte de sus padres.




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