Huyendo como una viborilla asustada, Jim se refugió en el único lugar seguro que conocía: su nueva madriguera, el modesto laboratorio del orfanato iglesia. Cerró la puerta metálica con una silla de aluminio, temblando y sin poder controlar su respiración, tratando de ignorar las voces siseantes en su cabeza. Tomó tiza blanca y comenzó a dibujar un diagrama químico, uno que conocía tan bien como su propio nombre. Con hexágonos y pentágonos unidos por líneas y números, repasó todo lo que sabía sobre el elemento llamado "Typhonio", el enemigo mortal de su familia y el principal sospechoso de la plaga en Guadalupe. Un fenómeno que ningún experto entendía, y que él debía resolver en cuestión de minutos.
— A ver, a ver... Una cosa se hace cristal cuando sus átomos están ordenados en largo alcance —, recordó la voz de la doctora Mari mientras escribía en el pizarrón, buscando ignorar los temblores y gritos de ayuda que venían de afuera. Pensó en las lecciones de su madre, en las palabras complejas que ella recitaba cuando se quedaba dormido en aquellas largas noches de estudio. — Pero los fotones no son cualquier cosa, son bosones. Y estos no se ordenan. No cristalizan, ¿o sí? — Se detuvo, dando un paso atrás para contemplar el pizarrón, ahora lleno de sus garabatos. — ¡Carajo! ¿Cómo se me ocurre que voy a resolver esto ahora? ¡Nadie ha podido en años!
— ¿Imposible, dicesss? He, he. Para losss hijos del Poder, nada esss imposible —, susurró el entrometido Melaj en su cabeza, con el óvalo de escamas en su muñeca izquierda vibrando como burla.
— Maessstro, deberíamos esstar afuera ayudando a sssus amigos —, dijo, recordando la amenaza que ignoraba. — ¡Tenemosss que protegerlos!
— Cállense, ya cállense —. Golpeó sus orejas con las palmas de las manos, recobrando algo del control que la señorita Ángela le había regalado para continuar con su interminable análisis. — Ok, ok. No importa cómo se hicieron sólidos, el hecho es que lo hicieron. Se comprimieron los bosones. La cantidad de energía debió ser estúpidamente alta. Pero lo hicieron en las minas del señor Bondel... en Ayíti. Fue un milagro, y de alguna manera, un milagro no puede ser resistente. ¿No? — Miró las sonajas con forma de cabeza de serpiente que guardaban sus tentáculos. Typhonio puro, hecho por su endeble cuerpo. Él mismo era un imposible.
— Habla justo como esssa cabra —, continuó Melaj, la víbora de cascabel en su lado izquierdo. — La llama del Fénix infinito fue su final —, susurró con disgusto.
— ¿Fénix, qué Fénix? — Preguntó Jim, confundido.
— Puedo sssaborearlo —, agregó la boa constrictor, Chamah, obligando al joven a olfatear con su lengua bifurcada. — Pero un simple rugido sería capaz de doblegar esta voluntad.
—¿De qué demonios hablan? — Enfureció, sintiéndose como un ventrílocuo otra vez.
El torpe análisis de Jim fue interrumpido por los estruendos de un revólver disparando afuera del triste laboratorio, un cuarto en el sótano, sin ventanas y con mala ventilación.
— ¡Ya déjenos, COÑO, YA DÉJENOS! — Gritaba una muchachita junto a las detonaciones, golpeando fuertemente la puerta que encerraba al joven y sus voces. — Por favor... ¡Ayuda!
— Es la hermana de Ángela —, reconoció por su fuerte acento andaluz. Cuando empujó la puerta hacia afuera, dejándola entrar, exclamó: — ¡Chispas! — Al ver una marea de niños híbridos, cubiertos de polvo rojo, persiguiendo a la rubia con tapabocas. Ella tiraba del brazo de su tío, que disparaba su revólver para protegerlos. La multitud los empujó con tal fuerza que entraron justo antes de ser aplastados, cerrando la puerta fuertemente detrás de ellos, a salvo.
Golpes y arañazos resonaban tras el rápido encierro. Cada impacto avivaba las lágrimas de terror en los hermosos ojos bicolor de la muchacha, que rezaba fervientemente por la seguridad de su tío y la suya. Él estaba junto a ella, sudando frío, con el brazo izquierdo roto y sangre brotando de sus oídos. Destrozado, pero pendiente de Amaya, porque ella era su prioridad.
— Mami, ¿por qué tiene sangre en su orejita? — Al reconocer la contusión del señor, Jim recordó haber preguntado por una herida similar cuando era más pequeño, añorando el vínculo que ambos compartían. Él mismo ya había experimentado una angustia similar cuando temió por la salud de alguien muy querido, igual que ella. — ¿Está bien? — Lloraba ese día al ver a otro niño más pequeño, muy herido, usando la máscara del Arcángel. — No fue mi intención —, se justificaba al verlo en la camilla del consultorio, respirando débilmente. No debió haberse aprovechado de su inocencia al hacerlo saltar del techo de su casa, todo por querer tener la razón, por ser el centro de atención, el más astuto, el único.
— La caída fue muy fuerte... ¿Pero qué carambas estaban haciendo? — Su madre perdió la calma por un instante. Era demasiado personal, no podía creer lo que pasaba con su pequeño paciente. Estaba furiosa. Hasta que, al ver la desconsolada cara de Jim, tiritando con la camisa manchada de sangre y una sábana como capa, tomó un profundo respiro y suavizó la voz, obligándose a cambiar sus palabras. No tenía sentido asustarlo más. — No te preocupes, mi cielo, él va a estar bien. Los dos son muy fuertes —. Aplicó una inyección al niño acostado.
— No tenías por qué hacerme caso, tonto —, repetía el pequeño de siete años, golpeándose la cabeza con los puños, pensando en cómo limpiar lo que había causado con su travesura.