Destino, el gran ritmo unificador; todos son parte de esta dura melodía por el simple hecho de nacer. Su sensei, sus jefecitos, su misma banda, todos aceptaban la partitura sin más, hasta el final. Pero, después de todos esos castigos, de perder hogares y familias, cargando el fuego latente en su alma, Asim Al-Nasr se juró a sí mismo que, sin importar cómo, él reventaría el mejor solo de la historia. Con las baquetas, tambores y platillos que eran su ardiente existencia.
— Oh, aquí estás, Baby... — Saboreaba el cuervo de diez años, al hacer tronar los huesos en sus hábiles manos. — Give me fuel, give me fire... — Se sentó frente a un conjunto de instrumentos plateados, pisando pedales y tomando unas baquetas de cuarzo, con unos audífonos inalámbricos puestos. Levantó sus brazos, repasando con gran energía los éxitos de los dioses del Metal. Sin partitura ni pentagrama, solo con sus recuerdos vibrantes, todo aquello que había escuchado. Imaginando que tocaba junto a sus ídolos en el Valhalla de los virtuosos. Era su momento de libertad, dentro de la sofocante mansión de los Hinotori. Un instante al mes donde podía olvidar lo ocupados que estaban sus padres para él.
— Deberías estar muy orgulloso, Asim Kun. Tus ocurrencias son tan grandes que, incluso a mí, me han hecho dudar —. Murmuró un hombre nipón de cabello negro, largo y lustroso, en voz baja. Vestía un holgado kimono azul marino y unas sandalias de madera. Cuando se quitó una máscara de Tengu*, su rostro metálico de un fiero guerrero, con barba y cejas pobladas, reflejaba todo como un espejo polarizado. Admiraba la habilidad de su pupilo. Sin estrés ni esfuerzo, con una coordinación impecable que nunca demostró al entrenar. — Lo siento, fui un gran estúpido... —, lo reverenció a su espalda. Antes de colocar su careta metálica, tomó aire y gritó: — ¡Ya es hora, sabandija! — Una orden tan potente que hizo al cuervo caer de espaldas. — Llegó el momento —, explicó, cuando alzó al pequeño Nazz como una bolsa de basura, para arrojarlo contra la pared con cierto disgusto.
— ¡Asim Kun! — Reaccionó un niño halcón, al salir con un hábil brinco, evitando que su amigo se lastimara al caer. — Tenga más cuidado, Ikki Sama —, suplicó, atrapando a su colega.
— Sí, ¡qué te pasa, vejete! — Nazz, en pie de guerra, se liberó de los brazos de su casi hermano, soltando algunas de sus plumas erizadas en la cabeza para encarar al enmascarado. — ¡Ya estuvo bueno! — La impotencia acumulada por meses se convirtió en una patada voladora, contra el rostro del señor de la casa.
— ¡Pero qué ruidoso! —. Ingresó una niña, un poco más grande que él, en pijama y bata de seda blanca. Surgió detrás de su maestro. — Tch... El contenedor, ese casco no te hizo "tan fuerte", bicho —, se burló, atrapando su pie derecho con la mano desnuda, como si fuera un avión de papel, para azotarlo contra el suelo. — Eres un fracasado. Solo te toleramos porque el profesor Anton y Dorisu Sama son los únicos que pueden descifrar el Suzaku* —, lo despreció, dándole la espalda, en busca de la fría aprobación de su sensei. — Jo, jo, jo. Seguramente los señores hicieron que se activara el traje con él, cuando jugaba con el casco sagrado. Después de todo, es su prole. Solo fue un asqueroso acto de nepotismo —. Hincó al mirar al suelo, frente al señor. — No lo necesitamos, Otosama. Es imposible que "ojos de plato" sea el "Suzaku Rider".
Con algo de ternura, el enmascarado regresó la mirada a su hija, buscando su delicado mentón con la palma de su mano, para levantarla y terminar sus formalidades. Ella era su alumna más poderosa, la comandante de su nueva Triada y su sucesora como guardián del clan Hinotori.
— Kyóko, mi querida Kyóko Chan. Tu astucia es legendaria, tanto como tu belleza. Estoy seguro de que tú eres la reencarnación del Kitsune, hija mía —, la acarició, reflejando la hibridación de zorro que le había dejado su Despertar, asemejándose a la majestuosa criatura de su folclore. Mientras ella se alzó hasta quedar a la altura de su rostro de espejo. — Pero, recuérdame, mi hermosa Kitsune. ¿No fue hace poco que tú misma tuviste tu oportunidad?
—Hai, hai. Pero... —. Intentó explicar, con el corazón destrozado por la gran decepción que ella y su familia sintieron al saber que no era la elegida que esperaban. Había sido una terrible desgracia que no pudiera activar el divino traje al terminar su entrenamiento. — Esos bárbaros, los gaijins*, debieron haber alterado el driver... ¡Para beneficiar a su inútil hijo!
— Por favor, ya deja de decir tonterías, Kyóko Senpai —, enfureció Vanessa la grulla, al llegar al salón de juegos detrás de ella. Cuando le mostró sus cuchillas para defender a Nazz, Hawk la sujetó para calmar su enojo.
— Por favor, por favor, todos... Somos un equipo —, les pidió, conteniendo a su hermana. — Asim Kun es parte importante de nuestro escuadrón. Solo así conseguiremos ser sus sucesores, Ikki Sama.
— ¿Sucesores? ¡Ingenuos! La Triada no es importante... ¡No podemos permitir que un sucio gaijin se convierta en nuestro salvador!
Los insultos del zorro hicieron que el corazón de Nazz latiera con coraje, como un tambor de guerra. Sentía arder esa llama interna que siempre lo acompañó desde que se puso el maldito casco del traje de sus padres. Las plumas en su cabeza comenzaron a erizarse con cada palabra despectiva que ella chillaba.
— ¡Cierra, cierra tu hocico, Kyó! — Balbuceó, cuando sujetó a Kyóko por el tobillo, ganando la atención de la nueva comandante.