En medio de la emoción de volver a pelear juntos, Jim quedaba boquiabierto al ver cómo su amigo conquistaba el arte de su Despertar en tan solo unos malditos minutos. Con sus varillas de metal ardiendo como bengalas navideñas, Nazz le demostraba que él también era un genio, con una melena de llamas intensas sobre su cabeza. En el momento en que regalaba porrazos explosivos a sus atacantes, como tambores, imitaba el ritmo de su acelerado palpitar.
— ¡Dales duro, Nazz! — Exclamó Jim, sin aliento ante la impresión que le dejaba su colega, totalmente diferente al Kamikaze desesperado de siempre. Actuando con fuerza, precisión y una tranquilidad hipnotizante, parecía tocar la batería en la Fundación Bondel, con sus baquetas de cuarzo favoritas. Después de acompañarlo tantas veces en sus ensayos, Jim reconocía la canción que sugería con sus explosiones.
— ¡Jump In The Fire! — Gritaba el cuervo, disfrutando del solo que improvisaba con los alterados. El altavoz modificado por la viborilla creaba el escenario ideal para que él se luciera al protegerlos, pero también obligaba a sus serpientes de mineral a esconderse nerviosas, envueltas en cinta adhesiva y papel burbuja, formando muñequeras que las protegían de las vibraciones dañinas, aquellas que podían controlar el Typhonio al estar cerca del jefe criminal.
— Ay, qué bueno. Aún respiras —, sonrió Jim mientras apartaba la atención de su amigo para revisar los signos vitales de Kyóko. La colocó en el centro del domo imaginario que hacía su dispositivo, con harapos como almohada. — ¿Ahora qué hago? — Ideaba cómo ayudar al cuervo.
— Escuche a su cuerpo —, siseó Chamah a su derecha, cerrando los párpados sin aviso. — Permítanos encaminarlo —, aclaró Melaj, cuando le dejó percibir que una hormiga se acercaba a la espalda de su compañero. A pesar de tener los ojos bien tapados, podía distinguir claramente su silueta de colores: azules, morados, naranjas y amarillos, recreando todo lo que lo rodeaba.
— ¡Cuidado! — Jim se arrojó contra el Niño Perdido que lo amenazaba.
— Muy bien Jim —, se sorprendió el cuervo al verlo detrás de él, capturando al alterado que iba a derribarlo por la nuca, en un latigazo instantáneo de su mano derecha.
— Chispas —, los ojos de la viborilla se abrieron de par en par al darse cuenta de que, aunque no veía, dominaba al Alfa rabioso, atrapándolo como una pluma flotando en el aire. — Puedo... ¡Puedo ver en infrarrojo! — Carcajeó con emoción incrédula.
— Ves como si puedes pelear, tonto —, se alegró Nazz, doblando el ritmo de su combate.
— Por favor, confíe más en su cuerpo, tanto como en su inteligencia —, le suplicó Melaj. — Juntos ssseremos una potestad imparable —, aseguraron ambos siseos, antes de quedar silenciosos y vulnerables, para, por fin, encomendarse enteramente a su joven amo.
A poca distancia, Fray Arcángel continuaba su lucha contra el Elfo, en un despliegue tan poderoso que podría haber durado mil días, con un mini terremoto bajo sus pies. Muchos niños hormigas ya los habían abandonado, lastimados por las frecuencias que su infantil tirano emitía.
— Pero, ¿qué tanto ves allá arriba, viejo ¡Estoy a punto de aplastar tu arrugada cara de pescado! —. El niño rey que dirigía a la marabunta estaba furioso. Ponía todo su esfuerzo aprovechando el físico monstruoso que había obtenido a costa de su humanidad, pero la vieja estatua de plata, ajena a su esfuerzo, solo parecía interesada en las nubes que flotaban en el cielo.
— ¡Qué decepción! El gran Arcángel debería ser el amigo de todos los niños. Y usted no reconoce nada de lo que "yo" hago por ellos —. Su berrinche apenas y lo molestó. Iram permanecía quieto, como un pilar bajo la presión de una tonelada de escombros, con la mirada bien puesta arriba.
— Noble mecenas, los críos están lográndolo —, le advirtió el fantasma de Aragónes, su compañero en el cielo, al presenciar las explosiones de los aspirantes a Vigilante en su alocada defensa. — No debéis preocuparos ya —, garantizó con su instinto nacido en batalla.
— ¡Mírame cuando te hable, maldito pirata! — Gritó Gaspar, generando numerosos booms sónicos con sus alas. El viejo solo sonrió, regalándole al fin su interés.
— Creo que es hora de que hagamos esto en serio, hijo —. El agarre que se mantenía en equilibrio tenso entre los dos comenzó a incrementar, convirtiéndose en una trituradora que presionaba las manos acorazadas de la hormiga, quebrándolas y frenando sus nerviosas alas.
A medida que la balanza se inclinaba a favor del padre luchador, los dos nuevos reemplazos de su Triada comenzaron a coordinarse, formando una defensa improvisada pero efectiva.
— A la izquierda —, apuntó Jim a tres hormigas que entraban al domo sónico de su área protegida.
— Nel... ¡Quietos! — Sin dudar, Nazz golpeó a los intrusos en la cabeza, con un baqueteo relámpago. Un full stroke chispeante de destellos cobres lanzaba microesferas explosivas, rompiendo el oscilante exoesqueleto de los Niños Perdidos, hasta que, rotos e inconscientes, el arrogante cuervo los golpeaba fuera del escenario, intoxicado por el ritmo, su velocidad y dominio.