El reloj marcaba las tres de la madrugada cuando Laura se despertó sobresaltada. Afuera, el viento azotaba las ventanas del pequeño cuarto de la casa de su infancia. La oscuridad del pueblo parecía aún más densa bajo la luna nueva, y el silencio reinante en Santa Lucía era tan opresivo que el leve crujir de la madera del piso hacía que su corazón latiera con fuerza.
No había dormido bien desde que había vuelto. Los recuerdos de su juventud se mezclaban con los recientes descubrimientos. El cuaderno de Hugo, las anotaciones, las coordenadas... todo señalaba hacia un pasado que ella, y el resto, habían decidido olvidar, o al menos, intentado. Pero ahora, no había vuelta atrás.
Laura se levantó de la cama y fue directo a la ventana. A lo lejos, el río que había sido testigo de tantas noches inquietantes parecía inmóvil bajo la escasa luz. Desde niños, sabían que había algo raro en él, algo que no podían explicar, pero que siempre les había provocado escalofríos. La desaparición de María había traído de vuelta ese miedo latente.
Decidió bajar las escaleras para buscar un vaso de agua, pero su mente no dejaba de repasar los eventos recientes. El diario de Hugo... las palabras escritas con desesperación. ¿Qué había visto él antes de morir? ¿Qué estaba intentando decirles? Y lo más importante: ¿tenía que ver con la desaparición de María?
Al llegar a la cocina, encendió una pequeña lámpara que bañó la estancia con una luz tenue. El diario estaba sobre la mesa, abierto en la última página que había leído. Tomó el cuaderno y volvió a mirar las anotaciones. Palabras caóticas y frases incoherentes se entrelazaban con dibujos y mapas. Hugo parecía haber llegado a una verdad incómoda antes de morir, pero aún no lograba descifrarlo por completo.
"La verdad siempre sale a la superficie."
Aquella frase, escrita con tanto énfasis, no dejaba de resonar en su cabeza. ¿A qué verdad se refería? ¿A quiénes afectaba?
Un golpe seco la sacó de sus pensamientos. Laura se tensó al escuchar algo en la puerta de entrada. Se quedó inmóvil por un segundo, sus ojos fijos en la cerradura que ahora temblaba, como si alguien estuviera forzándola. Su corazón se aceleró. Nadie debía estar ahí a esa hora.
Con el cuaderno aún en las manos, se deslizó sigilosamente hacia la sala, asegurándose de que sus pisadas no delataran su presencia. Al acercarse a la puerta, escuchó el inconfundible sonido de una respiración pesada, justo del otro lado. Sintió un escalofrío recorrer su espalda, y aunque su instinto le decía que debía retroceder, se quedó quieta, paralizada por el miedo.
Finalmente, el ruido cesó. Laura se quedó quieta, conteniendo el aliento. Esperó unos minutos, pero nada más sucedió. Lentamente, se acercó a la ventana de la sala y, apartando la cortina con cuidado, miró hacia afuera.
Nadie.
La calle estaba vacía. Todo parecía en orden, pero algo en su interior le decía que no lo estaba. Había sentido esa misma sensación la noche en que María desapareció, una especie de intuición que le advertía que las cosas nunca volverían a ser las mismas.
Regresó a la cocina y tomó su teléfono, marcando el número de Nicolás. Tras varios tonos, una voz somnolienta respondió al otro lado de la línea.
— ¿Laura? ¿Qué pasa? — preguntó Nicolás, todavía adormecido.
— Alguien estuvo aquí... en mi puerta — susurró, con la voz temblorosa.
Hubo un silencio breve antes de que Nicolás volviera a hablar, ahora más alerta.
— Voy para allá. No te muevas.
Laura colgó y se sentó en una de las sillas de la cocina, el cuaderno aún en sus manos. Su mente seguía en una carrera desbocada, repasando una y otra vez los eventos de las últimas horas. No podía dejar de pensar en cómo todo parecía estar conectando: la obsesión de Hugo con el río, las notas en el diario, y ahora alguien merodeando en plena noche. La sensación de peligro era tangible.
Unos veinte minutos después, los golpes en la puerta la sobresaltaron de nuevo. Esta vez, era Nicolás. Abrió la puerta y lo dejó entrar, sus ojos encontrando consuelo en la expresión preocupada pero firme de su amigo.
— ¿Estás bien? — preguntó él, mirando alrededor con precaución.
Laura asintió, aunque en su interior estaba lejos de sentirse tranquila. Le contó lo que había sucedido, detallando el sonido en la puerta y la sensación de ser observada. Nicolás escuchó en silencio, su mandíbula tensa.
— No puede ser una coincidencia — dijo él finalmente—. Todo esto está relacionado. Hugo... María... ahora esto. Algo más está sucediendo aquí, algo que no estamos viendo aún.
Nicolás miró el cuaderno de Hugo que Laura aún sostenía. Lo tomó y lo abrió por la página donde aparecían las coordenadas que habían encontrado antes. Estaba claro que Hugo había estado investigando algo antes de morir. Algo que los había llevado a este momento.
— Mañana iremos al río — dijo Nicolás con determinación—. Sea lo que sea que Hugo estaba buscando, nosotros lo encontraremos. No podemos seguir ignorando esto.
Laura asintió, aunque una parte de ella quería huir. El río había sido testigo de demasiadas cosas oscuras, y no estaba segura de querer descubrir más. Pero ya era demasiado tarde para echarse atrás. Los secretos estaban saliendo a la luz, y no había forma de detenerlos.