El viento de la tarde soplaba con fuerza mientras Laura y Nicolás caminaban hacia la casa de Clara. Los árboles se mecían en lo alto, y las hojas secas crujían bajo sus pies, creando un ambiente sombrío que parecía amplificar la tensión que sentían. Clara era la única persona que podía ofrecerles respuestas concretas, pero también sabían que obtenerlas no sería sencillo. A lo largo de los años, ella había aprendido a guardar secretos con gran habilidad, una habilidad necesaria en un pueblo como Santa Lucía.
— ¿Crees que Clara nos dirá algo útil? —preguntó Nicolás, mirando hacia el horizonte mientras el sol comenzaba a descender.
Laura, con los brazos cruzados y la mirada fija en el camino frente a ellos, asintió lentamente.
— No lo sé, pero tiene que haber algo que no ha dicho. Algo que la vincula con la desaparición de María y lo que investigaba Hugo.
Cuando llegaron a la puerta de la vieja casa de Clara, notaron que el jardín estaba desordenado, como si nadie lo hubiera cuidado en semanas. Las ventanas estaban cubiertas con cortinas gruesas, evitando que alguien viera el interior. Laura levantó la mano y golpeó la puerta tres veces.
Pasaron unos segundos antes de que una voz suave, casi inaudible, respondiera.
— ¿Quién es?
— Clara, soy Laura. Necesitamos hablar contigo. Es importante.
El silencio al otro lado de la puerta se prolongó lo suficiente como para que Laura pensara que no abriría. Pero finalmente, los cerrojos resonaron, y la puerta se entreabrió, revelando el rostro pálido y delgado de Clara. Sus ojos se movieron rápidamente de Laura a Nicolás antes de asentir, indicándoles que entraran.
El interior de la casa era oscuro, apenas iluminado por una lámpara en una esquina. Los muebles, cubiertos de polvo, sugerían que Clara ya no se preocupaba por mantener el lugar. En el centro del salón, una vieja mesa de madera estaba llena de papeles arrugados y fotos antiguas. Laura notó que algunas de las fotos eran de ellos cuando eran más jóvenes, junto a María y Hugo.
— ¿Qué quieres? — preguntó Clara, sentándose lentamente en una de las sillas cercanas—. No tengo nada nuevo que decirles.
Laura no perdió el tiempo. Tomó una silla frente a Clara y dejó el cuaderno de Hugo en la mesa, abriéndolo en la página con las coordenadas.
— Lo encontramos, Clara. Sabemos que Hugo estaba buscando algo en el río antes de desaparecer. Encontramos el anillo de María allí también. Sabes más de lo que nos has dicho, ¿verdad?
Clara levantó la vista hacia el cuaderno, pero su expresión no cambió. Sus dedos delgados tamborileaban sobre el borde de la mesa, mientras su mente parecía debatirse entre la verdad y lo que quería ocultar.
— Ese anillo no es lo que crees — dijo finalmente, con un susurro amargo.
Nicolás dio un paso hacia adelante, ansioso por obtener respuestas.
— ¿Qué quieres decir? Es de María, estaba grabado con su nombre.
Clara lo miró brevemente antes de volver la vista hacia el cuaderno.
— María no se lo llevó consigo —continuó—. Hugo se lo dio antes de desaparecer. Sabía que significaba algo, pero nunca me explicó qué.
Laura intercambió una mirada con Nicolás, sorprendida por esta revelación. Era un giro inesperado que complicaba aún más las cosas.
— Entonces, Hugo sabía algo — dijo Laura—. Algo que no le contó ni a ti ni a nosotros. ¿Qué estaba buscando en el río?
Clara exhaló, dejando caer los hombros.
— No estaba buscando en el río, al menos no al principio. Él solía hablar de un lugar más allá del río, algo que estaba enterrado en los registros del pueblo. Algo que había pasado mucho antes de que nosotros naciéramos.
Laura sintió un nudo en el estómago. Parecía que estaban a punto de descubrir algo mucho más grande de lo que esperaban.
— ¿Qué fue lo que encontró? —preguntó, inclinándose hacia adelante.
Clara apartó la vista, sus manos temblando ligeramente.
— No sé lo que encontró —murmuró—. Solo sé que fue lo suficiente para asustarlo. Y cuando desapareció... todo cambió. El pueblo cambió.
La habitación se llenó de un incómodo silencio. Era como si las paredes mismas estuvieran escuchando, esperando el momento en que las palabras liberaran los secretos que habían sido enterrados durante tanto tiempo. Nicolás rompió el silencio, su voz más suave que de costumbre.
— Clara, ¿cuál es la conexión entre Hugo, María y lo que pasó en el pueblo hace tantos años?
Clara se levantó lentamente de la silla, sus movimientos reflejaban el peso de los años. Caminó hacia una pequeña cómoda al fondo de la sala, de donde sacó una caja vieja de metal. La abrió con cuidado, revelando un grupo de cartas amarillentas, algunas de las cuales parecían tener más de cinco décadas de antigüedad.
— Esto es lo que Hugo encontró — dijo, extendiendo una de las cartas hacia Laura—. Cartas entre el padre de María y alguien que no reconocí. Parecen inocentes, pero hay algo en ellas, algo oculto entre las líneas.
Laura tomó la carta, leyendo las primeras palabras en voz alta.