Las palabras en la carta se repetían en la mente de Laura mientras el automóvil avanzaba lentamente por el camino de tierra que conducía al río. Nicolás conducía en silencio, con los ojos fijos en la carretera, pero Laura podía sentir su tensión. Clara se había negado a acompañarlos. “El río esconde más de lo que imaginamos”, eso era lo que decían las cartas. El río, que había sido el telón de fondo de su infancia, ahora parecía ser una presencia siniestra, un lugar lleno de respuestas que aún no podían comprender.
— ¿Crees que encontraremos algo? — preguntó Laura, rompiendo el silencio.
— No lo sé — respondió Nicolás, su voz grave—, pero ya hemos llegado demasiado lejos como para detenernos ahora. Si hay algo que Hugo o María descubrieron aquí, no podemos ignorarlo.
Al llegar a la orilla del río, la vista era inquietante. El agua corría tranquila, pero el aire estaba cargado de una sensación de desasosiego. El sonido de los árboles y el viento silbando entre las ramas era la única compañía que tenían, pero en ese lugar apartado, incluso el ruido natural parecía fuera de lugar.
Laura descendió del coche, y un escalofrío recorrió su espalda cuando sus zapatos tocaron el suelo húmedo. Habían estado en ese río miles de veces cuando eran niños, nadando y explorando, pero en ese momento, parecía otro lugar completamente diferente.
— ¿Por dónde empezamos? — preguntó Laura, mientras observaba las orillas del río.
Nicolás, sin responder de inmediato, sacó un mapa viejo que había encontrado entre las cosas de Hugo. No era un mapa oficial, sino algo que Hugo había dibujado a mano, marcando con pequeñas cruces los puntos en los que, según él, había descubierto algo. El lugar donde habían encontrado el anillo de María estaba marcado con una de esas cruces, pero había otras más, más alejadas del cauce.
— Por aquí — dijo Nicolás, señalando un área donde el río se curvaba hacia el bosque—. Este es uno de los puntos que Hugo marcó. Podría haber algo escondido allí.
Caminando hacia el lugar, Laura notó lo espeso del bosque que rodeaba el río. Los árboles parecían entrelazarse, creando sombras que hacían difícil distinguir qué era real y qué producto de su imaginación. El suelo se volvía más irregular y, a medida que avanzaban, la sensación de estar siendo observados se hacía más fuerte. No había nadie allí, pero el peso de los secretos ocultos en ese lugar era palpable.
— Es aquí —dijo Nicolás finalmente, deteniéndose en un claro junto a la orilla. Había algo en ese lugar que parecía fuera de lugar, aunque a simple vista no podía decir qué.
Laura se inclinó y observó más de cerca. Entre las rocas y el barro, algo brillaba levemente bajo la luz tenue del sol. Era un trozo de metal oxidado, enterrado en el suelo.
— Ayúdame con esto — pidió Laura, mientras comenzaba a cavar alrededor del objeto.
Nicolás se arrodilló junto a ella, usando las manos para despejar el barro y las piedras. Después de unos minutos de esfuerzo, lograron sacar lo que parecía ser una caja de metal, pequeña y oxidada por los años, pero sorprendentemente intacta.
Laura la sostuvo entre sus manos, sintiendo el peso del objeto. El metal estaba cubierto de barro y óxido, pero en la parte superior, casi borrado por el tiempo, había una pequeña inscripción que apenas podían leer.
— ¿Qué dice? — preguntó Nicolás, mientras ambos intentaban descifrarlo.
Laura acercó la caja a la luz y entrecerró los ojos.
— "Aquellos que lo sepan, guardarán el silencio", — leyó lentamente, su voz apenas un susurro.
Un escalofrío recorrió su columna vertebral. Las palabras, aunque vagas, parecían una advertencia clara. Algo sobre lo que estaban a punto de descubrir no debía ser revelado.
Nicolás se pasó una mano por el cabello, nervioso.
— ¿Qué crees que hay dentro?
Laura dudó antes de responder.
— Solo hay una forma de averiguarlo — dijo, mientras intentaba abrir la caja con cuidado. Estaba sellada, pero después de varios intentos, el metal cedió con un crujido.
Al abrirla, el contenido era sorprendentemente simple: un pequeño grupo de fotos amarillentas y una llave antigua. Las fotos, sin embargo, hicieron que Laura sintiera un nudo en el estómago. En ellas, se podía ver a un grupo de personas en una fiesta, sonriendo. Entre esas personas estaba el padre de María, más joven, junto a varias figuras que no reconocían, pero que, por la forma en que se miraban, compartían un vínculo profundo.
— ¿Quiénes son ellos? — preguntó Nicolás, tomando una de las fotos y observándola con detenimiento—. No parecen ser solo amigos. Mira la forma en que están parados.
Laura asintió. Las personas en las fotos no estaban simplemente posando. Había una cercanía, una especie de conexión oculta que no podía explicarse con facilidad.
— Creo que esto va más allá de María — dijo Laura lentamente—. Esto es sobre lo que pasaba en este pueblo hace décadas. Tal vez lo que Hugo descubrió no tenía que ver solo con su desaparición, sino con algo mucho más grande.
Nicolás se quedó en silencio, asimilando lo que decían. Si había una conexión entre esas personas y lo que estaba sucediendo ahora, significaba que su investigación había tocado un nervio expuesto, algo que había sido enterrado intencionalmente.