La caminata de vuelta al coche fue silenciosa, cada uno sumido en sus propios pensamientos, tratando de procesar lo que acababa de suceder en la casa de Nicolás. Laura no podía quitarse de la cabeza esa caja con el nombre de María escrito a mano. Sabía que debía contener algo importante, algo que Nicolás no estaba dispuesto a revelar, pero ¿cómo podría acceder a ella sin levantar sospechas?
Cuando llegaron al auto, Clara rompió el silencio.
— Nicolás sabe algo, lo noté en su cara. Está mintiendo, —dijo con tono agitado, mientras se acomodaba en el asiento trasero.
— Lo sé, —respondió David mientras encendía el motor—. Pero ¿cómo vamos a hacer que nos diga la verdad? Ya vimos que no va a soltar información fácilmente.
Laura se quedó en silencio por unos momentos, mirando a través de la ventana el paisaje sombrío del pueblo. La situación se volvía cada vez más extraña. La desaparición de María, la misteriosa conducta de Nicolás, el cuaderno con las reuniones secretas... todo apuntaba a que algo muy oscuro había estado sucediendo, algo que involucraba a más personas de las que imaginaban.
— Vamos a tener que hacer esto a nuestra manera, —dijo Laura de repente, con determinación en la voz.
— ¿Qué estás sugiriendo? —preguntó Clara, desconcertada.
Laura se giró en su asiento para mirarla directamente.
— Esa caja. Tenemos que entrar a la casa de Nicolás y ver qué hay dentro.
El silencio se apoderó del coche. David se detuvo en un semáforo y la miró por el espejo retrovisor.
— ¿Estás loca? —preguntó, incrédulo—. No podemos irrumpir en su casa. Nos meteríamos en serios problemas si nos descubre.
— No tenemos otra opción, —insistió Laura—. Él no nos va a decir la verdad, y no podemos quedarnos esperando a que algo más pase. Si tiene algo que ver con la desaparición de María, o peor aún, con lo que pasó con Hugo, tenemos que averiguarlo.
Clara no parecía convencida, pero David suspiró profundamente antes de asentir.
— Está bien, pero lo haremos con cuidado. No quiero acabar en la cárcel por esto.
***
La noche cayó rápidamente sobre el pueblo, envolviendo las calles en un silencio inquietante. Laura, David y Clara se reunieron en un parque cerca de la casa de Nicolás, vestidos de negro para pasar desapercibidos. El plan era simple: entrar, buscar la caja, salir antes de que Nicolás se diera cuenta. Todo debía hacerse en cuestión de minutos.
— ¿Estás segura de esto? —susurró Clara, claramente nerviosa.
— Sí, —respondió Laura, ajustándose la capucha de su chaqueta—. Tenemos que saber qué esconde.
David lideraba el grupo, moviéndose con sigilo por el jardín delantero de la casa de Nicolás. Parecía que todo estaba en calma; las luces estaban apagadas y no se oía ni un solo ruido desde el interior. Habían esperado hasta que él se fuera al bar del pueblo, sabiendo que Nicolás solía pasar allí las noches bebiendo solo.
Laura sentía su corazón latiendo con fuerza mientras se acercaban a la puerta trasera de la casa. David sacó una pequeña herramienta que había traído para abrir la cerradura, algo que sorprendió a Laura, pero decidió no preguntar de dónde la había conseguido. Tras unos minutos de tensión, lograron abrir la puerta sin hacer demasiado ruido.
El interior de la casa estaba sumido en sombras. Apenas entraron, el olor a humedad y encierro los envolvió. Las tablas de madera crujían bajo sus pies mientras avanzaban hacia el salón. La lámpara que había estado encendida antes ahora estaba apagada, y la única luz que tenían era la de una linterna que David llevaba.
— La caja está ahí, en la esquina, —susurró Laura, señalando el lugar donde la había visto antes.
David se acercó a la caja y comenzó a abrirla con cuidado. Los demás se quedaron en silencio, conteniendo la respiración mientras esperaban ver qué había dentro. Cuando David finalmente levantó la tapa, lo que encontraron los dejó boquiabiertos.
La caja estaba llena de objetos personales de María: cartas, fotos, una pulsera que solía llevar puesta... pero lo más impactante era un pequeño cuaderno negro, similar al que Clara había encontrado en la fábrica. Laura lo cogió con manos temblorosas y comenzó a hojearlo.
— Esto no es solo un diario, —susurró Laura, notando que las páginas estaban llenas de nombres, fechas y lugares. Todo estaba codificado, pero algunos de los nombres eran reconocibles, incluidos varios habitantes del pueblo.
— ¿Qué significa todo esto? —preguntó Clara, mirando por encima del hombro de Laura.
— No lo sé, pero creo que María estaba investigando algo mucho más grande de lo que pensábamos, —respondió Laura, su mente trabajando a toda velocidad para procesar la información.
Antes de que pudieran seguir revisando el contenido de la caja, un ruido en el exterior los hizo congelarse. Laura levantó la vista, alertada.
— ¿Escuchaste eso? —preguntó en voz baja, con el corazón en la garganta.
David apagó la linterna de inmediato, y los tres se quedaron en completo silencio, escuchando. Los pasos en el porche delantero de la casa eran claros. Alguien estaba allí.