De vuelta en la casa de Laura, la tensión se había apoderado del aire. Nadie podía concentrarse. Los eventos de la tarde habían dejado al grupo con más preguntas que respuestas, y una creciente sensación de que algo, o alguien, los estaba observando. Laura, Clara y David se sentaron alrededor de la mesa del comedor, con las fotos y la carta extendidas frente a ellos.
— No puedo dejar de pensar en lo que vimos en el bosque, —dijo Clara mientras jugaba nerviosamente con una de las fotos, en la que aparecía Hugo, el padre de María—. Es como si María estuviera a punto de descubrir algo importante, y eso la hubiera hecho desaparecer.
David frunció el ceño, concentrado en la carta. — Lo que sea que descubrió, la puso en peligro. Si esta carta es una amenaza, entonces María sabía que alguien la estaba siguiendo, o al menos vigilando de cerca.
Laura, con la mirada fija en las fotos, añadió: — Y esa persona puede estar aún en el pueblo. María no desapareció por accidente. Alguien quiso silenciarla.
El reloj en la pared marcaba las 3 de la madrugada. Ninguno de ellos había dormido, y las sombras largas de la noche parecían alargarse dentro de la habitación, envolviéndolos en un manto de inquietud. A pesar del cansancio, no podían abandonar la investigación. Sabían que estaban en una cuenta regresiva para descubrir la verdad antes de que algo peor ocurriera.
— ¿Qué hacemos ahora? —preguntó Clara, con un temblor en la voz.
David observó las fotos nuevamente, especialmente la de Hugo. — Hugo estaba en el centro de todo esto, pero no lo entendemos completamente. Necesitamos averiguar qué papel jugó en la desaparición de María.
Laura asintió, pero había una duda que rondaba en su mente. — ¿Y Nicolás? Él también parece estar involucrado. Encontramos el cuaderno en su casa, y su comportamiento siempre ha sido sospechoso.
— ¿Y si Hugo y Nicolás están conectados de alguna manera? —preguntó David, con la voz cargada de incertidumbre—. ¿Y si el secreto de María los involucra a ambos?
El silencio se instaló nuevamente. Parecía que cada respuesta solo les traía nuevas incógnitas. De repente, el teléfono de Laura vibró sobre la mesa, rompiendo la calma tensa. Miró la pantalla y sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Era un mensaje de un número desconocido.
"Deja de investigar. Esto no es un juego."
Los tres se inclinaron sobre el teléfono, leyendo el mensaje al mismo tiempo. La amenaza era clara, directa. No era la primera vez que sentían que alguien estaba tratando de detenerlos, pero esta vez el aviso era más personal.
— Nos están vigilando, —murmuró Clara, abrazándose a sí misma—. Esto es demasiado.
Laura respiró hondo, intentando controlar su miedo. — Si están amenazándonos, significa que estamos cerca de algo importante. No podemos detenernos ahora.
David asintió en silencio, pero era evidente que el miedo también lo invadía. — Tenemos que ser más cuidadosos. Si seguimos adelante, debemos saber en quién confiar, y quién está en contra de nosotros.
— Y eso incluye a Nicolás, —añadió Laura—. Necesitamos confrontarlo. Tiene que explicar por qué tenía el cuaderno y qué sabe realmente sobre María.
***
Al día siguiente, se encontraron con Nicolás en su taller de autos, un lugar aislado en las afueras del pueblo. El olor a aceite y metal oxidado impregnaba el aire, mientras el sol matutino apenas comenzaba a calentar el ambiente frío del lugar. Nicolás estaba de espaldas, trabajando en un viejo motor, cuando el grupo entró.
— Nicolás, tenemos que hablar, —dijo Laura, con la voz firme.
Él levantó la cabeza, sorprendido por su llegada. Se secó las manos con un trapo grasiento y se giró lentamente hacia ellos.
— ¿De qué se trata? —preguntó, aunque en su mirada ya se intuía que sabía de qué venían a hablarle.
David, incapaz de contenerse, fue directo al grano. — Sabemos que has estado escondiendo cosas. Encontramos el cuaderno en tu casa, el que María llevaba. ¿Por qué lo tenías? ¿Qué sabes sobre su desaparición?
Nicolás se tensó al escuchar las acusaciones. Su mandíbula se apretó, y por un momento, pareció que iba a negarlo todo. Pero entonces, algo en su rostro cambió. Tal vez era el cansancio de cargar con un secreto durante tanto tiempo, o el miedo a que la verdad saliera a la luz. Sea lo que fuera, decidió hablar.
— No entienden, —dijo con un suspiro, dejando caer el trapo al suelo—. No fue lo que parece. No soy responsable de lo que le pasó a María.
Clara, con los brazos cruzados, lo miró con desconfianza. — ¿Entonces por qué tenías su cuaderno?
Nicolás pasó una mano por su cabello, claramente nervioso. — Lo encontré después de que desapareció. Lo tomé porque... sabía que ella estaba investigando algo peligroso. No quería que la policía lo encontrara. No sé en qué estaba metida, pero sabía que si se enteraban, yo también estaría en problemas.
Laura dio un paso adelante. — ¿Qué clase de problemas?
Nicolás dudó por un momento antes de responder. — María y yo… éramos más cercanos de lo que pensaban. Tuvimos una relación durante un tiempo. Estaba obsesionada con descubrir la verdad sobre su padre y las cosas raras que pasaban en el pueblo. Me pidió que la ayudara a investigar, pero cuando las cosas empezaron a ponerse feas, me eché atrás. No quería meterme en líos. Y luego, ella desapareció.