El día amaneció nublado, como si el cielo mismo compartiera la tensión que pesaba sobre Laura, Clara y David. Mientras se dirigían a la escuela, la atmósfera era pesada, llena de anticipación y ansiedad. La idea de hablar con el profesor Almeida les provocaba tanto esperanza como miedo; quizás él tuviera las respuestas que tanto deseaban.
Al llegar al edificio escolar, un silencio inquietante reinaba en los pasillos. Las aulas estaban vacías, y el eco de sus pasos resonaba como un recordatorio de las ausencias que marcaban la vida del pueblo. Laura sintió que el corazón le latía con fuerza mientras buscaban la oficina del profesor.
— Espero que esté aquí, —murmuró Clara, nerviosa. —No tengo idea de cómo reaccionará al enterarse de lo que estamos investigando.
David, que se mantenía firme a su lado, asintió. — Si María estaba trabajando con él, seguro que sabe algo. No podemos rendirnos ahora.
Finalmente, llegaron a la puerta de la oficina del profesor Almeida. Laura respiró hondo y llamó, un sonido que pareció atravesar el aire tenso. Al instante, una voz grave los invitó a entrar.
El profesor Almeida era un hombre de mediana edad, con canas en las sienes y una mirada perspicaz. Al ver a los tres jóvenes, frunció el ceño, como si estuviera evaluando la situación. — ¿Qué puedo hacer por ustedes? — preguntó, su tono profesional pero curioso.
Laura fue la primera en hablar. — Profesor Almeida, somos amigos de María, — comenzó, sintiendo que cada palabra pesaba más que la anterior. — Estamos aquí porque... creemos que ella estaba investigando algo importante antes de su desaparición.
La expresión del profesor cambió, y un leve destello de preocupación cruzó su rostro. — María era una estudiante excepcional, — dijo—. Siempre tenía preguntas, siempre buscaba respuestas. ¿Qué tipo de investigación estaban realizando?
— Sobre las desapariciones en el pueblo, — respondió Clara, con la voz temblorosa—. Nos hemos dado cuenta de que hay un patrón. Ella estaba buscando información, y creemos que podría haber descubierto algo que la puso en peligro.
El profesor Almeida se inclinó hacia adelante, sus ojos entrecerrados. — María nunca mencionó que estuviera en peligro, pero sabía que estaba trabajando en un proyecto sobre las desapariciones. Hizo entrevistas con algunos de los miembros más antiguos de la comunidad.
Laura sintió que su corazón se aceleraba. — ¿Puede darnos acceso a su trabajo? — preguntó—. Necesitamos entender qué estaba descubriendo.
Almeida dudó, mirando a sus estudiantes con una mezcla de preocupación y compasión. — No es fácil hablar de esto. La desaparición de María ha afectado a todos, y el recuerdo sigue siendo doloroso.
David, notando la hesitación, se acercó. — Entendemos lo difícil que es, pero necesitamos saber la verdad. La familia de María necesita respuestas, y nosotros también.
Finalmente, el profesor asintió, resignado. — Está bien. Si ella estaba investigando, entonces su trabajo debería estar en mi archivo. Pero deben tener cuidado. Algunos temas son delicados, y hay secretos que han permanecido ocultos por mucho tiempo.
Guiaron al profesor hasta su oficina, donde las paredes estaban adornadas con diplomas y fotos de estudiantes. Almeida se dirigió a un armario y comenzó a buscar en los archivos. Laura y sus amigos observaron en silencio, sintiendo que cada segundo era crucial.
Después de unos minutos, el profesor sacó una carpeta desgastada, llena de papeles y documentos. —Aquí está. Esto es lo que María recopiló.
Laura tomó la carpeta con manos temblorosas, y los tres se sentaron alrededor del escritorio, dispuestos a desentrañar los secretos que podrían haber llevado a la desaparición de su amiga.
Las notas de María estaban organizadas meticulosamente, y a medida que comenzaban a leer, se revelaban patrones inquietantes. Había registros de desapariciones que databan de décadas atrás, y al final de cada año, una joven había desaparecido sin dejar rastro.
— Miren esto, — dijo Clara, señalando un gráfico que María había dibujado—. Las fechas coinciden. Cada diez años, alguien desaparece.
Laura sintió que el frío se apoderaba de ella. — ¿Qué significa esto? — preguntó en voz baja, aunque ya empezaba a tener una idea.
Almeida se inclinó hacia ellos, su rostro grave. — He escuchado rumores a lo largo de los años. Algunos creen que hay una maldición en este pueblo. Otros dicen que hay personas que se benefician de estas desapariciones, que las han mantenido en secreto por alguna razón.
David frunció el ceño, absorbiendo la información. — ¿Qué tipo de personas?
— No lo sé, — respondió el profesor, su voz llena de pesadez. — Pero he oído nombres mencionados, familias que han estado en el pueblo por generaciones. Cada vez que hay una desaparición, hay quienes dicen que estos nombres resurgen.
Laura sintió una punzada en el pecho. ¿Podría ser que la familia de Hugo estuviera involucrada de alguna manera? La conexión era inquietante, pero ahora tenían una pista que seguir.
— Necesitamos hablar con la gente que conoció a María, — sugirió Clara—. Tal vez alguien más tenga información que nos ayude a completar el rompecabezas.
Almeida asintió, pero su expresión seguía siendo sombría. — Tengan cuidado. Algunos no querrán hablar. Hay quienes prefieren que el pasado permanezca en las sombras.