Al día siguiente, me encontré con mis amigos a la hora de comer en la cafetería. La cafetería del instituto estaba llena de risas y charlas, siempre había sido un caos, pero hoy parecía un caos distinto, como si las risas sonaran forzadas, o las miradas se desviaran demasiado rápido. El ruido de las bandejas chocando contra los mostradores metálicos y el murmullo constante de conversaciones normalmente me calmaban. Sin embargo, mientras caminaba hacia nuestra mesa habitual, algo se sentía fuera de lugar. Parecía que habían tenido suficiente tiempo para dudar de sus decisiones, ya que ninguno se atrevió a hablar.
Dejé mi bandeja sobre la mesa y me senté. El puré de patatas parecía más insípido que de costumbre, y las zanahorias hervidas apenas tenían color.
—¿Qué piensan? —pregunté, rompiendo el silencio. Mi voz era un susurro entre el bullicio de la cafetería—¿Siguen pensando que podemos vivir aventuras "extraordinarias" si jugamos?
—¿Aventuras? —replicó Tobias, con una sonrisa irónica, ajustando sus gafas—. O podríamos terminar atrapados en un juego del que no podremos salir.
—Es raro, ¿no? —dijo Catherine irónicamente—. ¿Un juego donde un desconocido decide lo que hacemos? Suena como una trampa.
—Pero ¿y si es solo un juego divertido? —replicó Peter, con una chispa de emoción en sus ojos—. Podría ser algo increíble, además, ya tomamos una decisión.
Billy suspiró, claramente indeciso. —No sé... Me parece demasiado arriesgado.
Lorry intervino, pero por alguna razón siempre trata de evitar mi mirada.
—Hay algo raro en el aire, ¿no lo sienten? —dijo mientras apartaba un mechón de su cabello azul de la cara.
—No es el aire —susurró Catherine, inclinándose hacia nosotros—. Es como si alguien nos estuviera observando.
De inmediato mi mente volvió al parque, a esa figura detrás del árbol. El recuerdo me hizo estremecer. Intenté ignorarlo, pero el nudo en mi estómago solo creció.
—¿Otra vez con eso? —interrumpió Peter, dejando caer el tenedor sobre la mesa—. Seguro es paranoia. Nadie nos está observando, y menos aquí.
—¿Y si no es paranoia? —dijo Tobias, finalmente rompiendo su silencio. Su voz era baja, apenas audible por encima del bullicio, no podía desviar la mirada de su piercing brillando a la luz del sol—. Yo vi a alguien ayer después de que dejamos la casita del bosque. Estaba parado cerca del parque, como si esperara algo.
Mis dedos se cerraron alrededor del borde de mi bandeja. El también lo vio.
—¿Crees que está relacionado con las cartas? —pregunté, mi voz más firme de lo que esperaba.
Tobias se encogió de hombros, pero en sus ojos había una sombra de duda.
—No lo sé. Solo... no puedo quitarme esa sensación de encima.
—Yo tampoco —admití, sorprendiéndome a mí misma. Las risas y conversaciones de la cafetería parecían distantes, casi como si estuviera escuchando todo bajo el agua.
—Deberíamos reunirnos después de clases —dijo Will, ajustándose sus gafas por milésima vez—. Pero no aquí. No sabemos quién podría estar escuchando. Allí podemos pensarlo con calma y decidir qué hacer.
—Buena idea —asentí—. Es nuestro lugar seguro. Nadie más sabe de él.
Los demás asintieron lentamente, y un silencio incómodo se apoderó de nuestra mesa. La idea de reunirnos en nuestro refugio me dio un poco de tranquilidad, pero las cucharas moviéndose en los platos y los ruidos metálicos de las bandejas chocando contra el mostrador parecían ensordecedores de repente.
Intenté distraerme mirando hacia el patio a través de la ventana, pero incluso ahí, algo se sentía extraño. Como si alguien estuviera al otro lado, observándonos desde las sombras.
La campana sonó, anunciando el final del almuerzo, y nos fuimos a clase, aún con la carta y el juego en mente.
Por la tarde, nos reunimos como habíamos planeado. El aire fresco y el aroma a tierra húmeda nos daban la bienvenida mientras nos acomodábamos alrededor de la mesa de madera desgastada. Tobias, con su característica sonrisa traviesa, sacó a su rata de su mochila y la dejó correr sobre la mesa.
—¡Miren, se llama Rocco! —anunció Tobias, mientras la pequeña criatura exploraba curiosa.
—¡Qué asco! —exclamó Lorry, riendo—. Pero ¿qué tiene que ver Rocco con el juego?
—Nada, solo quería que lo conocieran —respondió Tobias, encogiéndose de hombros—. Pero volviendo al tema, ¿qué hacemos con la carta?
Tomé una respiración profunda. —Creo que no deberíamos...—en ese momento crucé la mirada decepcionada y triste de Peter que me hizo cambiar drásticamente mi decisión—Saben que, no nos haría daño participar, ¿verdad? —insistí, mirando a los demás—Solo tenemos que escribir al número al final de la carta si aceptamos. No hay nada que perder, pero con una condición: nuestros padres no deben enterarse. No quiero que se preocupen.
—Pero esto no es un juego cualquiera, Peter —replicó Will, se había dado cuenta de que cambie mi decisión por él—. Hay algo extraño en esto. ¿Quiénes son esos "organizadores" del juego? ¿Por qué quieren que juguemos?
—Yo estoy de acuerdo con Miranda —añadió Catherine interrumpiéndolo, aunque su tono seguía siendo cauteloso—. Pero debemos ser cuidadosos. No sabemos en qué nos estamos metiendo.
—Quizás solo quieren divertirnos —dijo Lorry, tratando de restarle importancia—. A veces, las cosas más emocionantes son las que no entendemos del todo.
—Sí, pero eso también puede ser peligroso —advirtió Will, frunciendo el ceño—. No quiero que nos metamos en problemas.
Billy, que había estado escuchando atentamente, se inclinó hacia adelante. —Miren, lo que importa es que estamos juntos. Si decidimos hacerlo, lo haremos juntos. Y si algo sale mal, siempre podemos salir corriendo.
—Eso suena un poco dramático, ¿no? —bromeó Lorry, riendo—. Pero tienes razón. Siempre hemos estado ahí el uno para el otro.
En ese momento, un extraño sonido interrumpió nuestra conversación. Miré hacia el reloj de pared de la casita, y noté que las manecillas avanzaban más rápido de lo normal, como si el tiempo se estuviera acelerando.