Tras una acalorada discusión, llegaron a una decisión: ayudar a John. No perdían nada, o al menos eso querían creer.
Antes de seguir adelante con el plan, había algo que me hacía pensar en nosotros, en quiénes éramos realmente.
-¿Cómo puedes estar tan tranquilo? -le pregunté a Will mientras esperábamos a que alguien hablara primero.
-Tengo 18 años, Miranda -respondió con una sonrisa-. He visto más cosas de las que piensas.
-Eso no significa que sepas todo -bufó Tobias, que estaba a su lado-. Yo tengo 17 y aún no entiendo cómo sobrevivimos a todo esto.
-Yo solo tengo 14 -intervino Peter desde la otra esquina-. Así que si están repartiéndose la experiencia de vida, yo también quiero un poco.
Billy, que estaba jugando con una moneda entre los dedos, se encogió de hombros.
-Yo tengo 18, pero maduré a los 10. Así que básicamente soy el más sabio de aquí.
-Tú sigues siendo un niño -se rió Catherine-. Y yo tengo 17, por si alguien se pregunta quién está justo en el medio.
Lorry, que había estado dibujando en una libreta, finalmente levantó la vista.
-Yo tengo 16 -dijo simplemente-. Como Miranda.
Miré a todos y no pude evitar sonreír. Era extraño cómo la edad nos separaba y al mismo tiempo nos unía. Todos en distintas etapas de la vida, y sin embargo, aquí estábamos, enfrentando lo imposible juntos.
Pero no podíamos quedarnos en eso. Habíamos tomado una decisión, y ahora debíamos seguir adelante.
En tan poco tiempo John ya se había convertido en "nuestro amigo". Nos encontraríamos con él después de clases, justo delante del colegio. Asunto zanjado.
Pero yo no estaba convencida. Toby y Billy parecían seguros de que era lo correcto, pero algo en mi interior gritaba que era un error. John era raro. Y no sólo raro, sino misterioso. Había aparecido de la nada, con una historia extraña y una urgencia que me inquietaba. Ayudarlo podría ser peligroso. Sin embargo, la mayoría decidió y no podía echarme atrás.
Tobias y Billy les contaron lo ocurrido en la oficina del director: no podríamos acompañarlos porque habíamos sido castigados. Pero ese día algo dentro de mí se rebelaba. Por primera vez, consideré faltar a la detención, por miedo a que les pasara algo.
-¿Y si simplemente no vamos? -pregunté, como quien lanza una idea al aire.
-Eso tendría consecuencias... -dijo Toby, dudoso.
-Vamos, ¿a quién le importan tres horas de castigo? -dijo Billy con su sarcasmo característico-. Antes prefiero ayudar a John que quedarme encerrado con Jeffery.
-Totalmente de acuerdo -coincidió Toby.
-Entonces, decidido. Nos saltamos la detención -sentencié.
Cuando salimos del colegio, John ya nos esperaba. Nos miró con esa expresión inmutable suya y simplemente dijo:
-Síganme.
En ese instante, empecé a arrepentirme de mi decisión. Algo no estaba bien. ¿Por qué tanta urgencia? ¿Por qué la necesidad de mantener tanto misterio? Todo esto me generaba desconfianza, pero ya no había vuelta atrás. Este chico era verdaderamente raro y parecía estar tramando algo.
Nos adentramos en el bosque, esquivando ramas y troncos caídos hasta que John se detuvo de golpe. Señaló un objeto medio enterrado en la tierra. Un trozo de metal corroído, que a primera vista no parecía nada especial.
-Es mi nave. La necesito para volver a casa -dijo, con un tono que mezclaba desesperación y tristeza.
Me quedé en silencio, procesando sus palabras. ¿Nave? ¿De qué estaba hablando?
-Necesito una fuente de energía potente -continuó-. ¿Pueden ayudarme a conseguir una?
Nadie respondió de inmediato. Era obvio que nuestras mentes estaban corriendo en mil direcciones a la vez.
-Lo intentaremos -dijo Will al fin.
Peter sugirió ir a su casa por una pila, pero yo decidí quedarme. Algo en John me inquietaba y no quería dejarlo solo. Cuando los demás se fueron, John se quedó a unos metros de mí, mirándome fijamente, en silencio.
Intenté ignorarlo, pero de pronto un ruido a mis espaldas me hizo girar. Una lagartija. Suspiré, aliviada. Pero cuando volví la vista al frente, John había desaparecido.
Miré a mi alrededor, buscando alguna señal de él, pero lo único que quedaba era la misteriosa máquina. Me acerqué, con el corazón golpeándome el pecho, y la toqué con mi bate de béisbol.
El metal vibró. Luego, un líquido espeso y verdoso brotó de la máquina, rodeándome como un depredador acechando a su presa. Me paralicé, el pánico se apoderó de mí; no sabía qué hacer. Si me movía, podría tocar ese líquido extraño.
-¡Para! -grité sin pensar.
No sé por qué grité eso, como si el líquido pudiera entenderme y detenerse. Pero lo que sucedió a continuación me dejó boquiabierta. El líquido, de alguna manera, obedeció. Se retrajo y comenzó a tomar forma. Una forma humana.
John.
Mi respiración se detuvo. En ese instante, todas las piezas encajaron. ¡John no era humano! Era el líquido de la granja. El "chico raro" que habíamos conocido unas horas antes era, en realidad, una criatura alienígena.
John me miraba fijamente, pero no decía una palabra. Yo, en cambio, temblaba de terror. Imagina, ahora que sabe que conozco su secreto, podría matarme o borrarme la memoria.
Mi primer instinto fue huir, pero antes de que pudiera moverme, mis amigos llegaron.
-¡John es el slime de la granja! -exclamé, tratando de mantener la voz baja.
-¿Qué dices? -me preguntó Catherine, mirándome como si el tiempo que pasé con John me hubiera vuelto loca.
-¡Es verdad, lo vi con mis propios ojos!
-A ver, cálmate y cuéntanos bien -dijo Toby, intentando ser el racional del grupo.
Respiré profundamente y les narré todo, sin omitir detalles, desde el momento en que toqué la máquina hasta mi sorprendente conclusión.
Pero Peter, en lugar de entrar en pánico, solo preguntó:
-¿Y eso cambia algo?
Lo miré con incredulidad.
-Sigue siendo John. Y necesita nuestra ayuda -agregó Will.