El caballero de armadura negra se detuvo al borde del claro. La hoguera reflejaba en sus placas como lenguas deformadas. Blair se tensó de inmediato, pero no con el miedo habitual: su respiración permaneció controlada, su mirada firme. Asori lo notó, y esa calma extraña le arrancó una ligera sospecha.
El intruso ladeó la cabeza, soltando una carcajada seca.
—Vaya, vaya... y yo que solo estaba cazando. —Su voz era áspera, como si rascara el hierro con piedra—. Pero en lugar de ciervos me topo con una joven hermosa caminando como si buscara que la siguieran.
Blair no respondió. Sus ojos, firmes, se clavaban en él como esperando la siguiente palabra.
—Al principio pensé en divertirme un rato —continuó el hombre, sin vergüenza—. Como suelo hacer con chicas que aparecen solas en el bosque. Pero luego vi esa cosa que llevas en el cabello. —Alzó la barbilla, señalando la diadema de Blair, cuyo resplandor mínimo palpitaba como un latido expuesto—. Y entonces me entró curiosidad.
Asori arqueó una ceja, dejándose caer de nuevo en la roca, como si la amenaza no le tocara.
—¿De verdad vienes con armadura completa solo para molestar a chicas en medio de la noche? Qué aspiraciones tan nobles.
El caballero lo miró de reojo, molesto por la irreverencia, pero volvió enseguida a Blair.
—Muéstramela —dijo, tajante—. Si me dejas ver esa joya... prometo ser gentil contigo.
Blair no movió un músculo. Sus labios permanecieron sellados, su rostro una máscara de frialdad entrenada. Por dentro, sin embargo, sus pensamientos ardían.
Blair (pensando):
No puedo reaccionar. No debo. Mi identidad es un secreto... y ese hombre ya ha notado mi orbe. Si peleo delante de este chico, levantaré sospechas. Si huyo, confirmo sus dudas y empezara una persecución y el plan se ira a la basura. Maldición...
El caballero esbozó una sonrisa torcida.
—Así que no lo niegas. —Sus ojos brillaron con un destello de codicia—. Eres una portadora, ¿verdad? Aunque no estoy del todo seguro... si te llevo con ese orbe a mi comandante, puede que me dé algo a cambio.
Blair apretó los puños bajo el manto, pero no habló.
Asori, hasta ese instante indiferente, se inclinó hacia adelante. Lo que vio en el rostro de Blair no fue miedo, sino era una determinación contenida. Una lucha invisible se libraba en ella, y eso encendió en él una alarma distinta.
El caballero avanzó un paso.
—Aunque claro... no puedo dejar testigos. Los rumores sobre los orbes no deben esparcirse.
Su mirada cayó sobre Asori, y la sonrisa se volvió cruel.
—Tú. El campesino con pan duro. Vas a morir.
La espada negra siseó al salir de la vaina. El aire se volvió pesado.
Blair giró de inmediato hacia Asori, susurrando con dureza:
—¡Huye! Yo me encargare de esto.
Asori la miró, confundido.
—¿Entonces...? ¿Te dejo sola con tu admirador?
Ella no respondió, solo apretó los labios. El caballero no esperó más: cargó contra Asori con la hoja en alto.
El chico levantó un brazo en un gesto torpe de defensa. El choque fue brutal: el filo lo atravesó de lado, dejando un tajo profundo que lo lanzó contra el suelo. La sangre oscureció la hierba en segundos.
—¡Asori! —Blair dio un paso, pero se detuvo a la mitad, atrapada entre el instinto y la razón.
El caballero rió, satisfecho.
—Uno menos. Ahora tú, jovencita hermosa, ven conmigo.
Blair tembló de rabia contenida. Pero antes de moverse, una luz inesperada la cegó: Asori, en el suelo, se arqueaba con un resplandor violento en el pecho. Sus manos se aferraban al collar que llevaba desde niño. El orbe incrustado en él brillaba como nunca.
El aire tembló. El fuego de la hoguera se inclinó hacia atrás, como rechazado.
Blair abrió los ojos, incrédula.
Blair (pensando):
Entonces tenía razón, el también.....
Asori jadeaba, su voz rasgada.
—No... pienso... morir todavía.
El caballero retrocedió un paso, sorprendido.
—¿Qué demonios...?
El poder creció como una tormenta. Blair se arrodilló junto a él, sosteniéndole la cabeza con manos temblorosas.
Blair (pensando):
¡No puedo dejar que acabe así! ¡No puedo perderlo ahora que lo encontré!
Tomó el rostro de Asori con ambas manos. Él levantó apenas los ojos, desorientado, temblando.
Blair (gritando):
—¡Mírame, Asori!
Y lo besó.
El beso no fue un gesto simple. Fue un relámpago silencioso que atravesó la piel, los nervios, el alma. El calor corrió por las venas de Asori, cerrando la herida con hilos invisibles, quemando el dolor, devolviéndole la respiración.
Pero no era solo sanación. Era un río desbordado que arrastraba todo a su paso. El bosque entero pareció inclinarse hacia ese instante. La hoguera explotó en chispas doradas. El aire se levantó en torbellinos, arrancando hojas, polvo y ramas.
Los ojos de Asori brillaron. Su respiración cambió, profunda, diferente.
Blair se apartó apenas, con los labios ardiendo, el rostro enrojecido y jadeante. Lo miró con asombro.
Blair (pensando):
¿Qué... es esto, acaso funciono?
El secuaz retrocedió un paso, sorprendido.
El resplandor de ambos orbes vibró al unísono, entrelazándose como dos corrientes de agua.
El vínculo se selló.
Asori abrió los ojos, esta vez encendidos con la misma luz del orbe. El aire retumbó cuando levantó la mano y, con un golpe de energía cruda, lanzó al caballero contra los árboles. El impacto lo dejó inconsciente y, tambaleante, su cuerpo cayó hacia atrás, deslizándose por un desfiladero oculto tras la maleza.
Un silencio pesado quedó suspendido. Solo el crepitar del fuego se atrevía a llenar el aire.
Blair, aún con los dedos acariciando sus labios confundida, ruborizada y lo miraba con el corazón desbocado entendiendo que su "plan" había surtido efecto gracias al beso.
Editado: 19.09.2025