El bosque parecía distinto después de la batalla. El aire ya no pesaba, pero en cada rama rota, en cada hoja caída, se respiraba el eco del combate. La hoguera había quedado reducida a brasas, y la luz tenue iluminaba los rostros de Blair y Asori mientras se ponían de pie, todavía sacudidos por lo ocurrido.
Asori había decidido acompañar a Blair a su hogar ya que dentro de sí mismo sentía que le debía la vida a ella y lo único que podía hacer al menos por ahora, era acompañarla para que llegue con bien, aunque también cruzo por su mente el beso que habían tenido y la extraña sensación que esto provoco en ambos.
Avanzaron sin decir ninguna palabra al principio. El suelo húmedo crujía bajo sus pasos. El viento soplaba suave, como si hubiera decidido seguirlos.
Blair caminaba unos pasos adelante, firme, aunque de vez en cuando miraba de reojo a Asori. Él, en cambio, tenía la mirada perdida, con el ceño fruncido y la mano jugueteando con el collar en su cuello.
El silencio duró hasta que Blair lo rompió, con voz baja, casi un suspiro:
—Ese hombre... ese caballero... no era cualquiera. Era uno de los enviados de Zeknier.
Asori levantó la mirada, curioso, aunque mantuvo el mismo tono seco.
—¿Y ese tal Zeknier quién se supone que es? ¿El dueño de todos los caballeros góticos del bosque?
Blair giró la cabeza hacia él, con una sonrisa cansada.
—Ojalá fuera tan simple.
Se detuvo, lo miró directo a los ojos. La luz de la luna se reflejó en el orbe en su cabello, la joya-flor brillando débilmente.
—Zeknier... no es solo un hombre. Es un conquistador. Un carnicero. Durante años ha intentado apoderarse de los Cinco Imperios cercanos a Azoth. Cada lugarque toca termina igual: cenizas, ciudades enteras reducidas a nada, familias destrozadas. —Su voz se quebró un instante, pero se recompuso enseguida—. Y ahora quiere algo más grande: el poder del Orbe Sagrado.
Asori arqueó una ceja, sin detener el paso.
—¿El Orbe Sagrado? Eso suena a cuento para que los niños se duerman.
Blair negó con la cabeza, seria.
—No es un mito. Es real. Y lo peor... es que Zeknier lo sabe y quiere usarlo para ganar la guerra de forma definitiva.
Asori levantó el collar de su cuello, con la piedra opaca colgando.
—¿Y qué tiene que ver este trasto con tus historias?
Blair se acercó, lo tomó con suavidad entre los dedos. El orbe brilló débilmente al contacto con ella.
—Porque este "trasto"... es el Orbe del Aire.
Asori se quedó quieto, sorprendido.
Blair tocó su propio Orbe. La joya-flor ardió un instante con un fulgor cálido.
—Y este... es el Orbe de Fuego.
El silencio se extendió. El viento sopló fuerte, agitando las hojas.
Asori cerró el puño alrededor del collar y suspiró.
—Mira... no me malinterpretes, estoy muy agradecido que me hayas salvado la vida Princesa Canosa, pero yo no quiero esto. No quiero guerras, ni imperios, ni carnicerías. Todo eso... no tiene nada que ver conmigo.
Blair lo miró, seria, pero con ternura en los ojos.
—¿Y crees que yo sí lo quiero? ¿Crees que elegí perder a mis padres, cargar con este poder, vivir huyendo, sabiendo que cada sombra puede ser un asesino enviado por Zeknier?
Él no respondió.
Blair respiró hondo.
—Yo busco a los otros portadores del Orbe. Guerreros como tú y como yo. Es la única forma de detenerlo.
Asori soltó una carcajada seca.
—Guerreros. Te equivocas conmigo. Yo no soy un guerrero. Apenas puedo... —se interrumpió, bajando la mirada—. Apenas puedo protegerme a mí mismo.
Blair dio un paso hacia él.
—Entonces explícame... ¿Quién era ese que casi destruye el bosque de un solo golpe hace un rato?
Asori parpadeó, confundido.
—No lo sé. No recuerdo nada. Solo viento, a ti... y después, nada.
Blair lo observó con intensidad.
—Eso fue tu Despertar. El poder del Orbe despertó dentro de ti. Y aunque ahora no lo recuerdes, yo lo vi. Fue como mirar un huracán tomar forma.
Él apartó la vista, incómodo.
—Pues qué bien. Un huracán que no pedí.
Blair suspiró, pero sonrió suavemente.
—Quizá no lo pediste, pero lo tienes. Y hay algo más que debes saber.
Lo miró fijamente, sus ojos rojos brillando.
—El beso que te di... no solo cerró tu herida.
Asori enrojeció al instante.
—Ah, claro. Ya sabía yo que tenía que salir ese tema.
Blair sonrió, divertida por su incomodidad.
—Esta habilidad tiene por nombre Sweet Kiss. Es un poder único del Orbe del Fuego. Cuando lo doy, creo un vínculo con la persona que lo recibe.
Asori la miró, con el ceño fruncido.
—¿Qué clase de vínculo?
Blair bajó la voz.
—Puedo sentir dónde estás... tus emociones... tu energía vital. Con el tiempo, esa conexión se hace más fuerte. Y hay algo más...
Se detuvo un instante, como si le costara decirlo.
—La persona que recibe el Sweet Kiss... solo puede ser curada por mí. Nada ni nadie más puede salvarte ahora, es decir, si te llega a pasar algo grave solo puedes recibir ayuda de mi.
Asori se quedó en silencio, procesando. Después, suspiró y la miró con ironía.
—Genial. Entonces, además de un princesa canosa, también eres mi enfermera exclusiva.
Blair no pudo evitar reír, llevándose la mano a la boca.
—Idiota.
Asori la observó un instante más, y por primera vez no pudo mantener el sarcasmo. Bajó la mirada.
—No sé si quiero... estar atado a algo así.
Blair suavizó la expresión.
—No estás atado. Estás vivo. Y eso... para mí, ya es suficiente.
El silencio se extendió otra vez, pero no era incómodo. Solo el viento acompañaba sus pasos.
El cielo empezó a clarear con tonos naranjas y rosados. Las sombras del bosque se retiraron poco a poco.
A lo lejos, sobre una colina, apareció la silueta de una ciudad amurallada. Torres, banderas, un castillo que se erguía como un guardián sobre todo el valle. El Reino de Azoth.
Editado: 19.09.2025