El vapor llenaba la estancia. La bañera de mármol estaba cubierta de pétalos que flotaban suavemente, perfumando el agua. Blair dejó caer la capa y la ropa de viaje, revelando la piel marcada por cicatrices finas, huellas de entrenamientos y batallas que había ocultado bajo su vestido.
Se hundió en el agua, cerrando los ojos. El calor la envolvió y soltó un suspiro que arrastraba cansancio, miedo y alivio.
Blair apoyó la cabeza contra el borde de la bañera, y la luna que entraba por la ventana iluminaba su cabello blanco como plata. Miró hacia afuera, donde a lo lejos, en los patios del castillo, vio la silueta de Asori conversando con el Sabio.
Su corazón latió más fuerte y pensó.
—Ese beso... fue un acto desesperado. Nada más. Pero... ¿por qué no puedo dejar de recordarlo?
Se tocó los labios, ruborizada, y luego soltó una suave sonrisa, sola.
Jason debía ser el elegido... pero fue Asori quien apareció. Y ahora, después de tanto tiempo... tal vez, tal vez no estoy tan sola.
El agua se agitó mientras ella cerraba los ojos. Fue entonces cuando lo sintió: un tirón extraño, una vibración en el pecho. Como un hilo invisible que la conectaba con algo más.
Blair se enderezó, sorprendida.
—¿Qué es esto...?
Era débil, pero claro: podía sentir a Asori. No lo veía, pero sabía dónde estaba, qué hacía. Una conciencia leve, como un eco de su presencia.
—El Sweet Kiss... —murmuró, dándose cuenta.
Se ruborizó más cuando comprendió qué estaba ocurriendo.
—Él... él también puede sentirme.
En el patio, Asori se detuvo en seco. Un calor repentino lo recorrió, y de pronto una imagen fugaz apareció en su mente: Blair, en la bañera, rodeada de vapor, su piel desnuda bajo el agua.
—¡¿Qué demonios?! —exclamó, llevándose la mano a la cabeza, rojo como un tomate.
El Sabio del Aire lo miró, con una sonrisa apenas contenida.
—Lo sientes, ¿verdad?
Asori tragó saliva, intentando no pensar.
—¡Yo... no...! ¡Es que...!
El Sabio rió, profundo y tranquilo.
—El vínculo del Sweet Kiss. Dos almas unidas. Ella puede sentirte... y tú a ella.
Asori apretó los puños, desesperado.
—¡Esto es una maldición, no un regalo!
El Sabio ladeó la cabeza, divertido.
—Depende de cómo lo veas. Aunque... no la culpes si ahora mismo cree que eres un pervertido.
Asori casi se atragantó.
—¡¿Qué?! ¡No, no, no!
El Sabio rio de nuevo, pero luego su expresión se tornó seria.
—¿Recuerdas lo que te dije, Asori? —dijo, con voz grave—. Blair es más fuerte que Zeknier. Mucho más.
Asori lo miró incrédulo.
—¿Más fuerte? ¿Ella?
—Sí. Pero hay un detalle. Ese poder no siempre es suyo. Cuando entra en su modo Despertar, el poder amenaza con consumirla. No lo controla. Y en ese estado... puede ser tan peligrosa como el enemigo al que enfrenta.
Asori se quedó en silencio, recordando la furia de su propio Despertar.
El Sabio continuó.
—Blair huyó del castillo porque tuvo un sueño. En él, vio a alguien con un Orbe lo bastante poderoso como para hacer frente a Zeknier. Un guerrero capaz de cambiar el destino.
Asori lo miró fijo, con un mal presentimiento.
—¿Y supongo que ese guerrero soy yo?
El Sabio asintió lentamente.
—Y ella te encontró.
Asori cerró los ojos, frustrado.
—Genial. El destino me odia.
El Sabio rio bajo, pero luego habló con calma.
—No te equivoques, muchacho. Yo también soy un pacifista. No me interesa la guerra. Pero hay algo que aprendí con los años: aunque huyas, el viento siempre te alcanza. Tu poder ya despertó. Lo quieras o no, debes aprender a controlarlo.
Asori lo miró, serio, con los puños apretados.
—¿Y si no quiero?
El Sabio se inclinó hacia él, con ojos brillando como tormenta.
—Entonces no sobrevivirás.
Asori respiró hondo.
—¿Cómo sabes tanto de esto?
El Sabio sonrió con serenidad.
—Porque yo también fui portador del Orbe del Aire. Hace dos generaciones.
Los ojos de Asori se abrieron como platos.
—Después de mí, vino el portador más fuerte de nuestra historia. Su poder fue tal, que enfrentó incluso a los mismos dioses y hubo uno de ellos que tuvo temor de su gran poder. Pero un día desapareció... y el Orbe volvió a buscar un nuevo dueño.
El Sabio puso una mano en el hombro de Asori.
—Ese eres tú.
El viento sopló con fuerza, agitando las ramas de los árboles como si confirmara sus palabras.
Asori, temblando, cerró los ojos.
—¿Y qué... se supone que haga con eso?
El Sabio sonrió, enigmático.
—Empieza por agradecerle a Blair. Ella te salvó. Entrena y prende a escuchar al viento. Las grandes decisiones vendrán después.
El silencio llenó el patio. El viento sopló suave, como un susurro.
Asori lo escuchó, y por primera vez, no sonó como ruido.
Editado: 19.09.2025