El amanecer mordía suave el patio del ala este. La luz entraba en diagonales a través de los arcos, encendiendo el rocío que colgaba de las cuerdas y de las campanillas como si alguien hubiese colgado constelaciones a ras del suelo. El estanque —la pequeña fuente— respiraba humo de frío.
Asori llegó arrastrando los pies, con la camisa pegada a la piel por el sudor de varias noche que había dormido a ratos debido a su momento a solas con Blair. Tenía agujetas en sitios que no sabía que existían. Aun así, en el gesto endurecido había algo nuevo: una determinación terca, el recuerdo de una promesa hecha entre lágrimas y pan con miel.
Eryndor, de pie junto al pilar de piedra, lo esperaba con la vara de bambú apoyada en el hombro. En el borde del estanque descansaban cuatro jarras, y más allá, la trampa de las campanillas que el sabio había ido complicando día tras día.
—Llegas —dijo Eryndor, como si constara la hora al viento.
—Llegué ayer, hoy... intentaré llegar también a mañana —Asori intentó sonreír; el gesto se le rompió a mitad.
—Entonces es hora —respondió el sabio—.Daremos el siguiente paso.
Asori contrajo las cejas.
—¿Más cuerdas? ¿Más campanillas? ¿Más "sé agua, sé hoja, sé silencio"? —enumeró, con una mueca cansada.
—Transformarte a voluntad—dijo Eryndor, llano, y el patio pareció guardar silencio.
El corazón de Asori dio un salto torpe.
—Eso... —tragó saliva—. Solo me pasó cuando estaba a punto de morir.
—El borde de la muerte es el umbral favorito del Orbe —admitió Eryndor—. Pero no puede ser tu único maestro. Aprenderás a abrir esa puerta sin estar colgando del abismo.
Asori miró el agua, donde su reflejo titilaba.
—¿Y si no soy capaz?
—Entonces caerás —dijo Eryndor, sin dramatismo—. Y aprenderás a levantarte en modo base. Ningún guerrero sano vive transformado. El cuerpo debe ser el hogar, no la trinchera. Pero hoy... hoy forzaremos la cerradura para que sientas el Astral de otra manera.
Eryndor tomó una jarra, la volcó dentro del estanque y dejó que el agua hiciera ondas. Luego levantó otra jarra, pero esta vez la inclinó solo un poco, dejando caer un hilo constante que parecía una cuerda líquida.
—Piensa en el Astral como en este lago —dijo—. Es todo lo que fluye por Ventos: el aire que roza, la savia, las mareas, el rumor invisible entre los seres. Y piensa en cada ser vivo como en este grifo —señaló el borde inclinado de la jarra—. Algunos tienen la boca apenas abierta: su Astral entra y sale en hilo fino. Otros la abren más: pueden canalizar y contener mayor caudal sin romperse. Ese es el entrenamiento, ampliar tu grifo sin reventar la vasija.
Asori se cruzó de brazos, atento.
—¿Y la transformación?
Eryndor invirtió, por un instante, la jarra completa dentro del estanque. Un chapuzón amplio. Gotas por todas partes.
—La transformación es un rompe límites. Le dice a tu cuerpo: "por un momento, soporta más de lo que podrías". Te presta paredes más anchas...a cambio de un precio.
—¿Mi dignidad?—aventuró Asori.
—Cansancio brutal—respondió Eryndor—. Y torpeza, si no regulas el consumo. Te puede dejar fuera de combate en un suspiro. Por eso, aunque hoy te enseñe a llamar a esa puerta, nunca olvides: el hogar es el estado base. Aquí entrenas y en el combate respondes.
Asori asintió, sin chistes. Se notaba que había entendido. Que quería entender.
—Blair me dijo algo parecido —admitió—. Lo de que los portadores podemos... cambiar. Que no todos controlan.
Un destello de curiosidad cruzó a Eryndor.
—¿Qué te dijo, exactamente?
La tarde anterior, bajo un alero con sombra de buganvilias, Blair había compartido un pan demasiado caliente y una verdad medio cruda.
—Los Portadores —le explicó, rompiendo la corteza con dedos finos— tenemos algo que otros no. Hay maestros del Astral sin Orbe que son temibles y muy fuertes, capaces controlar a menor escala algunos elementos... pero nosotros podemos cambiar —buscó sus palabras—. No solo en fuerza sino cómo el Astral fluye en nuestro interior y se manifiesta en el exterior . La gente lo llama "transformación", "Despertar"... como quieras. Es nuestro as bajo la manga.
Asori la escuchaba con la atención distraída de quien mira la boca de otra persona demasiado rato. Ella lo notó, hizo una mueca, siguió.
—Yo no... —desvió la mirada—. No me transformo, cuándo lo hago... hay un poder que no controlo. No soy yo. Temo lastimar a alguien. —Luego, como queriendo sacudirse el peso—. Pero contigo será distinto ya que eso solo me sucede a mi y si te llega a pasar a ti estoy segura que Eryndor y yo estaremos contigo.
—¿Jason puede transformarse? —preguntó Asori, con curiosidad sincera... y algo más escondido.
Blair asintió.
—Sí. Y por eso se fue a Donner, para poder controlar su transformación al igual que tu lo harás en algún momento .
Asori se aclaró la garganta.
—Jason... tu... —se rascó la nuca— ...ex.
Blair se quedó callada, mirando el pan. Un rubor leve le subió a los pómulos.
—Fue un arreglo —dijo, honesta—. Nunca me vio como... —se mordió la palabra y sonrió con esa tristeza que no pide compasión—No importa.
Asori ladeó la cabeza, con su ironía apuntando al suelo para no herir.
—¿Estás segura de que no te...? —y cortó, torpe.
Blair lo miró de reojo, con una chispa que ya no dolía.
—¿Estás celoso?
Asori no se dejó.
—Yo no me transformo por celos.
Ella rió y Él también. El tirón del Sweet Kiss fue cálido, como brasa bajo la panera.
Editado: 19.09.2025