The Sacred Orb

Capítulo 14 - Cosas que el viento no explica

La sala menor contigua al trono estaba vacía salvo por una mesa baja, dos sillas y una ventana donde el cielo hacía de cuadro. Blair sostenía la capucha con ambas manos como si fuera un escudo. La joya-flor en su cabello brillaba discreta, pero sus mejillas... no. Sus mejillas eran dos carbones encendidos.

Asori entró con paso indeciso, aún con el cuerpo cargado de esa electricidad cansada que deja la transformación. Tifa ya se había marchado y Eryndor los había dejado "para que respiren". Lo único que no respiraba era el aire entre ambos.

—Entonces... —dijo Asori, rascándose la nuca—. Lo del beso.

Blair tosió.
—¿Cuál... beso?

—Ese beso, ya sabes... —Asori hizo un gesto vago que abarcó el universo y ninguna cosa—. El que tu tía dijo. Para la misión. Por si... me quedo sin energías.

Blair desvió la mirada, roja hasta los párpados.
—No... no es como si yo quisiera... —La frase se tropezó consigo misma—. Digo, si hace falta, se hace. Por... salud, por logística.

Asori parpadeó tres veces, lento. El cerebro y el corazón se le cruzaron como dos peatones indecisos.

—Hablando de logística —añadió, con torpeza—. Hay algo que debería decir. Puedo transformarme otra vez antes de caer redondo. Hoy, digo. Todavía me queda una "carga".

Blair lo miró de reojo, el rubor empujando a que preguntara, aunque no quería.
—¿Cómo lo sabes?

—Le pedí a Eryndor hace unos días que me "midiera". Cuánto aguanto transformado, cuántas veces al día sin que el cuerpo me pase factura. —Alzó dos dedos—. Por ahora, mi límite es diez minutos por transformación. Y solo puedo hacerlo dos veces antes de quedarme sin luz. Si fuerzo una tercera, me desmayo, eso es seguro.

Ella abrió los ojos un poco, el orgullo flotándole como una vela bien izada.
—¿Pediste eso tú?

—Sí —se encogió de hombros—. No quiero caer muerto en mitad de la calle. Prefiero saber cuándo la cuerda se acaba.

Blair apretó la capucha contra el pecho, y por un instante se olvidó de su vergüenza.
—Eso es... responsable de tu parte, no me esperaba eso de ti.

Asori sonrió de lado, alivianado por el reconocimiento.
—Así que —remató, con una ligereza que no midió—, no es estrictamente necesario el Sweet Kiss. O sea... si te morías de ganas de besarme, podemos...

Asori se detuvo tarde. La palabra se estrelló contra el rubor de Blair, que del enojo se empezó a notar su aura de fuego que iluminaba la sala.

—¿Morirme de ganas? —repitió, pero con voz de hielo—¿De besarte a ti?

Asori parpadeó. Error.

—No, yo... bromeaba. Era broma un broma tonta. De mal gusto. Broma.

Blair respiró hondo, clavó los ojos en el suelo, se giró. El tirón del vínculo le devolvió a Asori un nudo en la garganta: vergüenza, enojo, humillación.

—Idiota —dijo Blair, bajito. Y salió por la puerta sin mirarlo.

Asori se quedó con la mano en el aire, sosteniendo un chiste que ya no quería.

—Fantástico —susurró al aire—. Un genio.

El bosque les recibió con olor a pino y un camino húmedo. Ambos llevaban capucha, ambos llevaban prisa. Solo uno llevaba la culpa sobre los hombros.

Asori iba medio paso detrás, esquivando raíces, con la sensación exacta de llevar un cascabel que nadie oye salvo él: cada crujido de rama decía la arruinaste. Blair caminaba firme, sin mirar atrás; el borde de su capa subía y bajaba como un oleaje que negaba la orilla.

—No has dicho nada en una hora —dijo Asori, por fin, a la espalda de ella.

Silencio.

—Tampoco me has mirado.

Silencio.

—Ni siquiera cuando casi piso... —asomó el pie a una zanja, rectificó por puro instinto—. Eso.

Blair se detuvo un segundo, pero solo para ajustarse la capucha. Siguió. El Sweet Kiss le devolvía a Asori microdestellos: ella estaba inundada de vergüenza propia, de rabia por haber mostrado interés, de ganas de borrarlo todo con una fogata. Y bajo todo eso, una ternura suicida.

—Lo siento —soltó él—. Fui un idiota.

Nada.

—Blair, de verdad. No quise...
—Calla —respondió Blair sin mirarlo. Y siguió andando.

El aviso llegó primero por los pájaros: dejaron de cantar. Luego por el viento, que se recogió, como si algo más grande estuviera respirando en su lugar. Por último, por los ojos: un bulto parduzco y huesudo emergiendo de la maleza, tan alto como dos hombres, con una espalda que parecía armadura de insecto y una mandíbula desalineada. Los ojos eran vidrios sin alma. La piel, no piel; un cuero húmedo que olía a río enfermo.

—Es un Megalo —dijo Blair, apretando la capa contra su pecho. El rubor seguía, pero la voz le salió fría—. Y uno muy feo.

La criatura soltó un gruñido hueco. El aire vibró. Asori dio dos pasos atrás por puro reflejo.

—Hay categorías —explicó Blair, sin quitarle la vista de encima, aún molesta—. De F a S. Los de F son escoria con dientes. Los de A... derriban murallas si se les deja y los S son formidables combatientes. —La mandíbula del Megalo chasqueó—. Y luego está la leyenda: los de categoría Z. No solo los ves. Los recuerdas. Hay historias de monstruos así que pelearon contra dioses cuando Ventos aún era un planeta joven. Ni yo ni Zeknier nos meteríamos con uno de esos.

Asori tragó saliva.
—¿Este...?

—Este huele a F —dijo Blair, y, por primera vez en una hora, una sonrisa se le escapó, cruel y algo burlona —. O más débil, podrás con él...quizá.

—Ahora te ríes de mi...—Asori dio un paso a la izquierda, otro a la derecha—. Me alegra ser tu cómico de apoyo.

El Megalo cargó. Asori rodó, se puso de pie con torpeza elegante y, sin pensar demasiado, abrió el grifo. La luz blanca le recorrió la piel y se transformó. Ojos azules. Aura viva.

—¡Oye! —protestó Blair, todavía con las mejillas encendidas—. Pero ya te transformaste esta mañana...

—Tengo dos cargas —replicó él, clavando los pies—. Prefiero usarlas antes de que me muerda un armario con patas y también me servirá como entrenamiento.



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En el texto hay: romance, aventura, fantasía drama

Editado: 19.09.2025

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