El ruido de la Capital llegó antes que la vista: martillazos, pregones de mercaderes, el redoble de botas sobre empedrado. Al atravesar la gran puerta de hierro, Asori y Blair quedaron tragados por un torrente de voces y olores.
Las murallas eran imponentes, con torres que apuntaban al cielo como lanzas inmóviles. Dentro, la ciudad se extendía en capas: barrios nobles con techos brillantes, templos de mármol y fuentes limpias en un lado; y al otro, calles angostas donde los niños corrían descalzos, vendedores voceaban especias, y los mendigos estiraban la mano con el mismo gesto con el que saludaban a los santos.
—Bienvenido a la Capital —murmuró Blair, apretando la capucha sobre su cabello blanco—. Aquí hasta el aire tiene precio.
El Sweet Kiss vibró en el pecho de Asori: ella estaba tensa, midiendo cada sombra. Y entonces, como si no fuera suficiente, Blair alargó la mano y entrelazó sus dedos con los de él.
Asori parpadeó.
—¿Qué...?
—Pareja —susurró ella sin mirarlo, fingiendo interés en un puesto de telas—. Así no levantamos sospechas. Por lo general suelen llamar más la atención las personas que caminan solas y vienen en grupos, pero un par de enamorados es más común que levanta menos sospechas ya que muchas parejas vienen de luna de miel a la Ciudad Capital.
Asori tragó saliva, incómodo y sorprendido.
—Podías avisar primero.
—Sonríe —dijo ella, seca—. Los novios sonríen.
Él obedeció, aunque la sonrisa se torció más en sarcasmo que en dulzura. Blair lo notó, suspiró, y le dio un apretón de advertencia en la mano.
—Si arruinas esto, te quemo las botas y cuando volvamos al castillo prometo que te hare dormir sin comer pan por al menos 3 días.
—Que Romántica —murmuró Asori.
Y caminaron tomados de la mano, como dos piezas de teatro que todavía no conocían bien su guion.
El mercado central hervía como un caldero: frutas, especias, artesanos, charlatanes vendiendo amuletos falsos. Entre tanto bullicio, se escuchaba la voz áspera de un soldado con la armadura negra de Zeknier.
—¡Dije que el impuesto se paga hoy! —rugía mientras volcaba un puesto de frutas. Las manzanas rodaron por el suelo como huida en miniatura.
Un anciano cayó de rodillas intentando juntar lo poco que quedaba. El soldado lo empujó con la bota. La multitud miraba en silencio, tragando miedo.
El estómago de Asori se encogió. Vio al anciano, recordó al de la aldea... recordó lo que Blair había dicho sobre no intervenir. El viento le susurró a la piel que diera un paso, pero sus pies se clavaron en el suelo.
Un trueno seco interrumpió el momento, no del cielo, sino del suelo.
Una grieta se abrió entre el soldado y el anciano, y de ella emergió un muchacho robusto, con cabello castaño alborotado y una sonrisa demasiado grande para ser inocente. Llevaba una armadura ligera adornada con piedras incrustadas y una espada de roca apoyada en el hombro.
—¿De verdad discutes con un anciano por frutas? —preguntó con voz grave y burlona—. Eso no es valentía. Es estreñimiento.
El mercado entero soltó un murmullo contenido.
El soldado gruñó, girando la espada hacia él.
—¿Y tú quién diablos eres?
El joven dio un paso adelante, la sonrisa aún más grande.
—Alguien que no soporta el mal humor de los hombres con armadura. Soy Mikrom. Y si no sueltas al viejo, te haré un recuerdo gratis en el suelo.
Levantó la espada de roca y la clavó contra el empedrado. La tierra tembló con fuerza; las manzanas caídas rebotaron como si celebraran.
Los soldados retrocedieron, murmurando. El líder maldijo y se retiró, arrastrando su orgullo.
Blair, olvidando la capucha por un instante, corrió hacia él.
—¡Mikrom!
Él giró, y la sonrisa mujeriega se transformó en sorpresa genuina. Sus ojos se humedecieron antes de que pudiera controlarlo.
—¡Blair! —dijo, y la rodeó con un abrazo torpe y fuerte, casi levantándola del suelo. Luego, bajó la voz—. Pensé que estabas...
—Muerta —completó ella, seria—. Eso pensaron todos.
El murmullo del mercado se volvió más fuerte. "¿La princesa? ¿No estaba muerta?". Mikrom reaccionó rápido, levantando la mano.
—¡Silencio! —ordenó, con una voz que hizo vibrar hasta las piedras—. Nadie vio nada. Nadie oyó nada. Quien hable, se gana un enemigo en mí.
La multitud calló de golpe. El respeto hacia Mikrom era claro.
Asori observaba, todavía con la mano de Blair entrelazada con la suya. Se sintió invisible, innecesario, pero también... aliviado de que alguien más cargara con tanta presencia.
Blair le susurró al oído:
—Tranquilo. Es de confianza. Es mi primo.
Asori arqueó una ceja.
—¿Tu primo o tu guardaespaldas de lujo?
Blair sonrió por primera vez en horas.
—Ambos.
Mikrom los llevó por callejones hasta una taberna discreta, oculta tras un letrero que decía "La Cántara Rota". Dentro, el ambiente olía a vino agrio y pan recién horneado. Unas pocas personas bebían en silencio, pero bastó que Mikrom entrara para que todos lo saludaran con respeto.
En una mesa apartada, se sentaron los tres. Mikrom pidió vino para él y agua para los "enamorados".
—Entonces... —dijo, mirando a Blair y a Asori con ojos chispeantes—. ¿Mi prima vuelve de entre los muertos y trae a un novio de montaña? Esto sí que no me lo esperaba.
Blair golpeó la mesa con los nudillos, roja.
—¡No es mi novio!
—Pero me tomabas de la mano hace rato —bromeó Mikrom, con sonrisa mujeriega—. Y vaya que parecía un buen teatro.
Asori se cruzó de brazos, sarcástico.
—Si ser tu primo implica ese humor, casi prefiero ser tu enemigo.
Mikrom soltó una carcajada tan fuerte que algunos clientes voltearon.
—¡Me gusta este chico! Tiene filo en la lengua.
Blair suspiró, escondiendo la cara en la capucha.
Cuando la broma cedió, Mikrom bajó el tono.
—El torneo es más que un espectáculo. Zeknier lo usa para medir fuerzas. Espías suyos estarán en las tribunas, tomando nota de todo.
Editado: 19.09.2025