La taberna vibraba con música improvisada: un trovador ebrio cantaba versos sin rima, dos borrachos jugaban a ver quién escupía más lejos, y Mikrom se reía de todo como si fuera un festival. Tenía un brazo rodeando a la mesera más cercana, quien se sonrojaba, aunque ya parecía acostumbrada a sus comentarios descarados.
—Con esa espada de roca y esa sonrisa, ¿Qué crees que atrae más miradas? —preguntó Asori en voz baja, arqueando una ceja.
—Ni lo uno ni lo otro —suspiró Blair, cruzada de brazos—. Es mi primo. Es... así.
Mikrom alzó la copa, como si los hubiera escuchado.
—¿Así de encantador? ¡Exacto! —rió fuerte, recibiendo un codazo amistoso de la mesera. Luego, se giró hacia ellos con una mirada más seria, aunque los labios todavía sonreían—. Pero no vine a presumir mis talentos.
Dejó la copa sobre la mesa y se inclinó hacia Blair y Asori, bajando la voz.
—Tengo que confesar algo. Yo también soy portador. El Orbe de la Tierra.
Blair se quedó helada.
—¡¿Qué?! ¿Desde cuándo?
—Desde que tenía tu edad —dijo Mikrom con un guiño—. Aunque yo sí lo uso para algo más que caminar por montañas.
Blair apretó los dientes.
—¿Por qué no me lo dijiste nunca?
Mikrom dejó la sonrisa de lado, por primera vez en mucho tiempo.
—Porque si lo hubieras sabido, también lo sabría Zeknier. Él cree que estoy bajo sus órdenes, que soy su perro fiel. Y esa máscara me permite ayudar a la resistencia en secreto.
El fuego de las velas parpadeó como si entendiera la gravedad de esas palabras. Blair bajó la mirada, luchando entre orgullo y miedo.
—Arriesgas demasiado, Mikrom.
—Todos arriesgamos —respondió él, apoyando la enorme mano sobre su espada de roca—. Yo solo hago que parezca que me divierto mientras tanto.
Asori lo observó con recelo. Era mujeriego, hablador, un payaso... pero bajo la fachada había un hombre que cargaba un peso enorme.
Al caer la noche, salieron de la taberna. La Capital parecía otra: faroles encendidos, comerciantes aun voceando sus productos, bardos improvisando canciones sobre héroes que aún no existían.
Asori se sintió abrumado por el ruido y las luces. Nunca había visto tanta vida junta, ni tanta pobreza disfrazada de fiesta. En las esquinas, soldados de Zeknier vigilaban con ojos duros, cobrando impuestos a todo aquel que respirara demasiado alto.
Blair apretó la mano de Asori.
—Recuerda que "somos una pareja de enamorados".
Él suspiró, pero no se soltó.
—Este teatro me va a matar.
—Mejor que el teatro que organiza Zeknier —respondió ella, seria.
En medio del bullicio, algo pequeño chocó contra Asori: una niña de cabellos oscuros recogidos en coletas mal hechas. Llevaba un vestido remendado y una sonrisa traviesa. Una manzana rodó hasta sus pies.
—¡Perdón, señor! —dijo, levantando la fruta.
Asori se agachó y se la devolvió.
—¿Robando manzanas? Eso es grave.
—¿Y usted? —replicó ella con ojos brillantes—. ¿Un hombre con capucha para nada sospechoso?
Asori se quedó mudo un instante, y Blair soltó una carcajada, la primera sincera en horas.
—Tienes lengua afilada —admitió él, sonriendo.
—La heredé de mi abuelo —respondió la niña, señalando a un anciano que vendía verduras en un puesto desvencijado—. Dice que quien no habla fuerte, no come.
El anciano saludó cansado. Blair observó en silencio, y por un instante, vio en la niña un reflejo de Asori: ese sarcasmo natural que en boca de una pequeña sonaba tierno, no defensivo.
—Me llamo Lira —dijo la niña, orgullosa—. Y tú pareces necesitar muchos amigos.
Asori sonrió de verdad, sin sarcasmo.
—Puede que tengas razón.
El vínculo del Sweet Kiss se encendió en Blair: celos ligeros, sorpresa y... alivio. Porque al verlo sonreír así, entendió que ese chico podía ser más que el "idiota sarcástico" que ella conocía.
Mikrom consiguió para ellos una habitación en una posada discreta. El dueño miró a Blair con sospecha, pero Mikrom cubrió la situación con su risa fuerte y su carisma.
Cuando entraron, encontraron una sola cama en el centro.
—Yo duermo en el suelo —dijo Asori enseguida, incómodo.
—No seas ridículo —respondió Blair, quitándose la capa—. La cama es grande con suficiente espacio para ambos.
Se acostaron espalda contra espalda. El silencio fue espeso al principio, roto solo por la respiración de ambos. El Sweet Kiss vibraba como cuerda tensada, imposible de ignorar.
—Blair... ¿Estas despierta? —susurró Asori, girándose apenas.
—Aun no, pero estoy algo cansada.
Ella también se giró, encontrando sus ojos en la penumbra. Sus rostros quedaron a centímetros, el aliento compartido, los corazones golpeando como tambores en guerra. Recordando levemente aquel momento que tuvieron a solas en la habitación de Blair, en donde sus corazones estaban sincronizados
Los labios casi rozaron.
Pero Blair cerró los ojos, vencida por el cansancio del viaje. Asori se quedó inmóvil, mirando su rostro sereno. Suspiró y murmuró:
—Empatamos.
El sueño lo abrazó también, aunque el calor del vínculo siguió latiendo entre ambos hasta el amanecer.
Muy lejos, en las entrañas de una fortaleza de Zeknier, una celda fría contenía a una joven de cabello dorado y ojos azules como auroras apagadas. Aisha sostenía la mano de un soldado herido; la piel de él se cerraba bajo la luz cálida que brotaba de sus dedos.
El hombre no agradeció. Solo se inclinó y salió, como si curar fuera un servicio y no un milagro.
Aisha se quedó sola, sentada contra la pared de piedra húmeda. Miró hacia la ventana alta, donde la luna se asomaba como consuelo.
—Ojalá... —susurró— ...mi próximo dueño no me vea como un objeto.
Sus ojos brillaron con lágrimas contenidas. Se abrazó las rodillas, y la luz en sus manos titiló débil, como una vela que se niega a apagarse.
En la Capital, Asori dormía al lado de Blair, escuchando su respiración tranquila. En otra parte, Aisha pedía en silencio un futuro distinto.
Editado: 29.10.2025