El callejón parecía tragarse el sonido del mundo. Solo quedaban tres cosas: el cuerpo pequeño de Lira en los brazos de Asori, la manzana inmóvil sobre el empedrado, y un silencio que hacía daño.
Asori no lloraba. No podía. Tenía la cara en blanco, el pecho bloqueado, los dedos rígidos en torno a la niña como si soltarla la borrara para siempre de su mente, aferrándose a lo último que quedaba de ella y sobre todo recordando cuando sus padres murieron.
Blair llegó primero. Se detuvo a dos pasos, con el pan de miel apretado contra el pecho hasta deformarlo. El Sweet Kiss le traía olas de vacío y hielo desde Asori, una náusea sin lágrimas y un dolor tan profundo que no tiene final.
Mikrom llegó detrás, sin bromas, sin sonrisa de taberna. Miró la escena, miró el rastro de sangre, miró la manzana. La mano se le fue al pomo de la espada de roca por pura costumbre, pero no la desenvainó. No allí, no era momento todavía.
Asori tragó aire de golpe, y ese fue el primer sonido que hizo: una bocanada rota que salió como un sollozo amputado.
—No... otra vez no... —murmuró, y su voz sonó como una tabla astillándose.
La garganta de Asori ardió. De pronto, el cuerpo dejó de ser piedra y fue carbón encendido. Rabia. Una marea negra que subía por las piernas, por el estómago, por el cuello. Quiso levantarse con ella.
—Los voy a matar —dijo, mirando un punto cualquiera del muro—. A todos. A cada uno.
El aire vibró. El Astral le lamió la piel como pólvora. Blair dio medio paso.
—Asori, mírame.
No la escuchó. Sus dedos se abrieron, dejó con cuidado el cuerpo de Lira sobre la capa que Asori llevaba, y cuando puso las manos sobre el suelo, el viento se arremolinó en torno a sus muñecas como si supiera el camino.
—Asori —insistió Blair, más fuerte—. Mírame.
Él se puso en pie con un tirón. El grito no salió, pero el cambio sí: luz blanca expandiéndose en una exhalación; ojos azules encendidos; la camisa que se volvía más clara, las costuras que se tensaban; el aura levantando polvo del suelo. Transformación.
El callejón se encogió en torno a ese brillo.
—Voy a encontrarlos —dijo con voz baja—. Y voy a arrancarles el aire de los pulmones y los hare pagar por esto, malditos desalmados me las van a pagar.
Blair sintió el vértigo en la boca del estómago. No por miedo a él, sino por lo que sería de él si cruzaba esa línea, aquella línea que ella no iba a permitir que Asori cruce.
—Escúchame —dijo, acercándose—. No te pierdas ahora.
Asori dio un paso para pasarla. Blair le tomó el antebrazo. El vínculo la mordió de dolor, rabia y culpa. Era un torrente. Un torrente que no entiende palabras, una fuerza imparable que busca desatar toda su ira.
Mikrom se movió sin avisar. Un paso, la cadera girando, el puño como martillo: ¡crack! Le estampó un derechazo seco en el pómulo. La luz del aura titiló.
Asori tambaleó, sorprendido, y lo miró como un animal herido con ojos de furia y dolor.
—¿Qué...? —alcanzó a decir.
Mikrom no gritó. Habló claro, como quien dicta sentencia a un amigo.
—No eres el único que sufre, mocoso. Pero si ahora sales a matar, Lira muere dos veces: una en el suelo y otra dentro de ti.
—Yo...necesito matarlos para vengarla. —la voz de Asori se quebró.
—La vida pesa —continuó Mikrom—. Responsabilidad no es cargar con lo que hiciste, es cargar con lo que no hiciste. Y ahora eliges qué clase de hombre vas a ser. ¿Uno que convierte su dolor en un cuchillo solo parar herir a otros, o uno que lo convierte en promesa?
El aura de Asori vibró, desobediente. La rabia aún golpeaba por dentro. Blair apretó más su agarre.
—Respira, Asori —susurró—. Respira conmigo.
Él lo intentó. El aire entró a trompicones. La luz se encogió. La transformación se aflojó en un parpadeo.
—No... —negó con la cabeza—. No puedo...
Mikrom, sin quitarle los ojos de encima, abrió un poco los brazos en gesto de "elige".
—La vida de esa niña no te pertenece. Su memoria sí y no te atrevas a ignorar su sacrificio, no manches su memoria de esa forma.
Asori bajó la mirada. La luz vaciló otra vez. Y entonces, como si el cuerpo hubiera esperado esa grieta, la fatiga, la ira, el shock, el peso de todo... se vinieron encima. El aura se apagó de golpe. Destransformado, se fue de lado.
Blair alcanzó a recibirlo entre sus brazos.
—Te tengo Asori —dijo—. Te tengo.
Asori se desmayó.
—Cuida de tu novio —dijo Mikrom, de pronto, dándole a Blair una mirada que no llevaba broma—. Yo vuelvo. Hay cosas que debo hacer.
Antes de que Blair respondiera, Mikrom ya no estaba. Se escurría por el borde del callejón, sin ruido, con la espada de roca en la espalda y el silencio de quien ya decidió.
Blair acomodó a Asori en su regazo, le apartó el mechón sudado de la frente, y respiró para que el Sweet Kiss no se le enredara en la garganta. Luego, con manos que temblaban, se giró hacia el abuelo de Lira.
El anciano había comenzado a recobrar el sentido. Abrió los ojos como si viniera desde muy lejos. Vio a su nieta. No gritó. No tenía voz para eso.
—Lo siento —dijo Blair, y el "lo siento" le salió como ceniza—. Lo siento. Llegamos tarde.
El viejo acarició con dedos torpes la mejilla de Lira. Tenía barro en las uñas, sangre en los nudillos, y una paz extraña en los ojos húmedos.
—Era valiente —susurró—. Como su abuela. Como yo quise ser. —Tragó—. Mi más grande orgullo.
Levantó la vista hacia Blair. Sus pupilas, cansadas, reconocieron cosas que no se decían: la joya-flor, la postura, la mirada de quien manda y obedece vientos distintos.
—Sé quién eres —dijo, sin ceremonia—. Y sé quiénes son ustedes. —Su voz no tenía reproche—. Si tienen fuerza para cambiar algo... háganlo. No por mí. Por los que están vivos todavía.
Blair apretó los labios, luchando con un temblor que no era de miedo, si no de un peso de responsabilidad que llevaba desde que la invasión de Zeknier había comenzado.
Editado: 19.09.2025