The Sacred Orb

Capítulo 29 - El Monte Aeryon

La brisa era más fría cuanto más alto subían. El aire se volvía pesado, cargado de Astral. Para Asori, cada paso era un recordatorio de que ya no estaba en sus tranquilas montañas, sino en un terreno que podía matarlo si bajaba la guardia.

Eryndor avanzaba con calma, como si la altura no lo afectara. El cabello blanco del sabio ondeaba como parte del mismo viento que rugía alrededor.

—¿Por qué siento... que el aire aquí me aplasta? —preguntó Asori, jadeando.

—Porque aquí el Astral fluye más denso aquí en el Monte Aeryon. —Eryndor ni siquiera giró la cabeza—. Este es el lugar donde los portadores del pasado entrenaban para volverse dignos, de hecho hay uno igual en cada reino. El Orbe del Aire ha despertado después de muchos años. Aquí tu cuerpo obtendrá más resistencia... y también dolor.

Asori se estremeció. Su maestro hablaba con tal seguridad que parecía que todo estaba escrito.

Al llegar a un claro rodeado de riscos, Eryndor se detuvo.
—Bien, muchacho. Aquí empieza tu entrenamiento.

Asori dejó caer su mochila, aliviado.
—¿Qué vamos a hacer? ¿Ejercicios? ¿Meditación?

Eryndor lo miró serio.
—Mantente transformado. Todo el día.

El estómago de Asori se encogió.
—¡¿Todo el día?! Maestro, ayer intentamos eso y apenas aguanté quince minutos.

—Pues tendrás que romper tu límite. —Eryndor sonrió con un filo burlón—. Y si te desmayas... siempre está la princesa para despertarte con un beso.

—¡¿Por qué dice esas cosas?! —gritó Asori, rojo.

—Porque la vergüenza también es un buen combustible. —Eryndor se encogió de hombros.

Asori apretó los dientes. No quería admitirlo, pero la sola idea de Blair lo empujaba hacia adelante. Con un rugido, se dejó envolver por el aura blanca. El viento estalló alrededor y sus ojos brillaron en azul.

No pasó mucho antes de que el aire se rasgara con un rugido gutural. Entre los arbustos emergió un Megalo de clase C, un lobo gigantesco, cubierto de venas de Astral oscuro. Sus colmillos parecían cuchillas manchadas de sombra.

—¿Un Megalo... aquí? —Asori retrocedió instintivamente.

—Muchos —dijo Eryndor, acomodándose sobre una roca, como si se dispusiera a ver un espectáculo—. No intervendré. Sobrevive.

El lobo saltó con rapidez brutal. Asori rodó apenas a tiempo, el suelo tembló bajo el impacto. Sus instintos estaban más agudos, pero su cuerpo aún era torpe.

—¡Vamos, vamos! —gruñó, esquivando un segundo zarpazo. El viento lo empujó hacia un costado, regalándole un segundo de ventaja. Contraatacó con una ráfaga de aire, derribando a la bestia.

Eryndor habló, sin moverse de su roca:
—El viento no existe para protegerte. Úsalo para moverte. Hazlo parte de ti.

Asori gruñó. Cada que esquivaba le arrancaba más energía de la que podía dar. Pero poco a poco, empezó a sincronizar su respiración con las corrientes. Por primera vez, el aire lo guiaba antes del golpe, como un murmullo en la piel.

De pronto, no fue un Megalo, sino tres. Dos lobos y una criatura reptiliana surgieron del bosque, ojos brillando como brasas. El sudor resbaló por la frente de Asori.

—¿Tres contra uno? —gimió.

—¿Acaso crees que en la guerra te esperarán de a uno? —respondió Eryndor, casi divertido.

Asori se lanzó al aire, girando sobre sí mismo. El viento comprimido en sus brazos explotó contra las criaturas, derribando a dos. Pero el tercero lo alcanzó en el costado. El dolor lo dobló, escupiéndolo al suelo.

—¡Levántate! —tronó Eryndor—. Mientras respires, lucha.

El chico rugió, obligando al viento a sostenerlo. Los tres Megalos lo rodeaban, y aun así, se lanzó otra vez.

Tras casi una hora de combate, Asori cayó de rodillas, jadeando. La transformación parpadeó, su aura apagándose como brasas húmedas. Los Megalos se deshicieron en humo.

Eryndor lo observó desde arriba.
—¿Sabes por qué caíste?

—Porque soy débil... —Asori apretó los dientes.

—No. Porque tu mente sigue llena de ruido.

El sabio se inclinó y, para sorpresa de Asori, le ató una venda en los ojos.
—A partir de ahora pelearás ciego.

—¡¿Qué?!

—El viento será tus ojos. Aprende a escucharlo.

Asori tragó saliva. Un rugido retumbó cerca: otro Megalo. Con los ojos vendados, el miedo era doble. Sus piernas temblaban.

—Respira —dijo Eryndor—. Inhala cuando el viento sople, exhala cuando calme. Siente cómo se curva a tu alrededor.

El zarpazo llegó, y por instinto Asori se agachó. El viento le había susurrado el ataque. Una sonrisa salvaje apareció en sus labios.

—¡Lo sentí!

Eryndor asintió en silencio.

Así, vendado, Asori luchó contra uno, luego contra dos Megalos. Al principio era torpe, golpeando al aire, pero poco a poco su cuerpo fluía con el entorno. El viento era un maestro paciente: le señalaba, lo guiaba, lo empujaba a moverse antes de tiempo.

Cada segundo era un infierno, pero también una revelación.

Cuando el sol cayó, Asori se dejó caer al suelo, la transformación casi muerta. Pero Eryndor lo levantó de un tirón.
—No hemos terminado. Mantente transformado toda la noche.

—¡¿Toda la noche?! —gimió Asori, con los músculos ardiendo.

—Los Megalos no duermen, ¿por qué deberías hacerlo tú?

La oscuridad se llenó de ojos brillando entre los riscos. Asori tragó saliva y se puso en guardia.

Los ataques fueron intermitentes, sin descanso. Largos silencios donde solo se oía el viento, seguidos de embestidas que lo lanzaban al suelo.

Cada vez que caía, Eryndor repetía la misma frase:
—Apaga las emociones. Silencia el ruido.

Y en medio del dolor, Asori comenzó a hacerlo. La rabia se apagaba, el miedo se apagaba, la culpa se apagaba. Lo único que quedaba era el aire: el flujo constante, envolviendo cada músculo.

Por primera vez, se movió sin pensar. Su cuerpo reaccionaba solo. El viento lo elevaba, lo giraba, lo impulsaba.



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En el texto hay: romance, aventura, fantasía drama

Editado: 01.10.2025

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