El amanecer bañaba de luz dorada las cimas del Monte Aeryon. Asori se encontraba de pie en el claro de entrenamiento, el aura blanca envolviendo su cuerpo como una segunda piel. Ya no temblaba al sostener la transformación; después de varios días bajo la guía brutal de Eryndor, su resistencia había crecido hasta lo imposible: podía permanecer transformado más de un día entero.
El sabio lo observaba desde una roca, brazos cruzados. Sus ojos azules, tan fríos como el viento de las montañas, tenían un brillo expectante.
—Hoy, muchacho, dejaremos de jugar. —Le arrojó el pergamino antiguo—. Lee.
Asori desenrolló el pergamino, sudor resbalando por su frente. Los símbolos tallados en tinta antigua parecían moverse con el viento mismo.
—Ráfaga Delta… —leyó en voz alta—. “El límite del portador es un muro. Rompe el muro, aunque el cuerpo se quiebre”.
Eryndor sonrió con ironía.
—Es un todo o nada. Durante un minuto, tu fuerza y velocidad estarán tan altas que superaras tu propio limite, pero tu resistencia se reducirá casi a cero. Úsala mal, y terminarás muerto.
Asori tragó saliva.
—¿Y si la uso bien?
—Entonces vivirás para contarlo, pero con el cuerpo hecho trizas.
El viento se arremolinó a su alrededor. Asori cerró los ojos, dejó que su Astral fluyera en cada fibra de su cuerpo dejando que todo sus músculos y energía explotaran de un solo golpe y rugió:
—¡Ráfaga Delta!
El aire explotó. El aura de Asori se tornó más brillante, casi cegadora. Sus movimientos se volvieron un borrón; en un segundo estaba en un extremo del claro, en el siguiente frente a Eryndor. El sabio apenas levantó una ceja.
Pero la fuerza era demasiado salvaje. Cada pisada quebraba el suelo, cada giro del brazo sacudía el aire como un trueno. Asori intentó frenar, pero el propio impulso lo lanzó contra una pared rocosa.
—¡AAAAHHH!
El impacto sacudió el monte. Las rocas estallaron en pedazos, polvo llenando el aire. Asori cayó al suelo, jadeando, con sangre en los labios y la espalda ardiendo de dolor.
Eryndor lo miró con calma.
—Ese fue tu primer intento. No duraste ni 10 segundos… un desastre, pero… un desastre con potencial.
Asori escupió saliva y se obligó a levantarse.
—Casi me parto en dos…
—Y así debe ser. Si el viento fuera dócil, cualquiera podría usarlo. Pero el viento es libre, y tú debes aprender a cabalgarlo. —Eryndor extendió la mano y señaló el pergamino—. Ahora, seguiremos practicando el Aetherion.
Asori lo había intentado antes, con resultados pésimos: heridas en las manos, explosiones incontrolables. Pero ahora… ahora el aire alrededor parecía escucharlo de verdad.
Se arrodilló frente a un conjunto de rocas enormes. Inspiró profundo, dejó que el Astral fluyera hacia su palma, condensando el aire como si el mundo mismo se comprimiera en un solo punto.
—No lo fuerces —dijo Eryndor con voz grave—. Escúchalo. El aire no es tu esclavo, es tu compañero.
El sudor caía por las sienes de Asori. El aire zumbaba, formándose en una esfera luminosa en su mano. Vibraba, como un corazón hecho de viento.
—¡Aetherion!
El rugido que brotó fue atronador. La esfera estalló hacia adelante en una onda de energía azulada, arrasando con las rocas como si fueran papel. Fragmentos volaron en todas direcciones, el suelo tembló y una nube de polvo cubrió el claro.
Asori se quedó inmóvil, con los ojos abiertos de par en par, el brazo aún extendido. Ante él, solo quedaban escombros.
—Lo logré… —susurró, incrédulo.
Eryndor bajó de la roca y se paró junto a él. Por primera vez, le dedicó una sonrisa sincera.
—Sí. Ese fue tu primer Aetherion verdadero.
Asori miró sus propias manos, temblando no de miedo, sino de asombro. Había sentido el aire fluir con él, como si no hubiera separación entre su cuerpo y el viento.
—Con esto… ¡puedo proteger a cualquiera!
Eryndor alzó una ceja.
—Si no pierdes el control, sí. Recuerda: el Aetherion es poder puro. Y el poder sin disciplina siempre cobra su precio.
Asori apretó el puño, mirando las rocas destruidas.
—Lo pagaré, si es necesario.
En el castillo, Blair caminaba sola por el jardín interior. El aroma de las flores no bastaba para calmar el pulso acelerado en su pecho. Desde que Asori se había marchado al monte, el Sweet Kiss no había dejado de vibrar, como si cada golpe de entrenamiento lo sintiera ella también.
Se llevó los dedos a los labios. El recuerdo del beso de despedida aún estaba fresco, y con él, las dudas.
—¿Qué somos ahora…? —susurró para sí misma.
La voz de Mikan rompió el aire:
—Dos tontos que no tienen ni idea de cómo expresar sus sentimientos.
Blair dio un salto.
—¡¿Mikan?!
La ninja sonrió desde un árbol, columpiando sus piernas.
—Vamos, princesa. ¿Cuánto tiempo más vas a fingir que no lo quieres?
Blair se sonrojó.
—No es así.
—¿No? —Mikan bajó de un salto—. Jason siempre fue el fuerte, el candidato, el elegido para el Sweet Kiss y por lo que he escuchado ahora, la cara de Azoth. Y mírate ahora: preocupada por un chico que aprendió a pelear hace menos de dos meses.
Blair apretó el ceño.
—Jason siempre me vio como una hermana pequeña. Con él todo era frío, calculado. Pero con Asori… —se interrumpió, respirando hondo— con él todo es… real.
Mikan arqueó las cejas.
—Vaya. Eso sí que es una confesión ¿Quieres que me ponga sentimental y te aplauda por tu excelente confesión de amor?
Blair le dio un empujón.
—¡No es una confesión!
La ninja rió con ganas.
—Sea lo que sea, si no se lo dices pronto, me lo quedo yo.
Blair infló las mejillas.
—Como si fuera permitir eso.
Pero mientras se alejaba, su sonrisa se apagó poco a poco. En su mente, el recuerdo del beso brillaba cada vez más fuerte. Tenía que hablar con Asori. Pronto.
Tifa escuchaba a sus consejeros, su expresión pétrea.
Editado: 01.10.2025