The Sacred Orb

Capítulo 42 - El torneo comienza

La Ciudad Capital amaneció con ruido de metales y olor a grasa caliente. Caravanas llegadas durante la noche armaron tenderetes en torno al coliseo, y la masa de gente—mercaderes, soldados, apostadores, nobles con plumas—se derramaba por las gradas como un mar que quería ver sangre. El coliseo entero vibraba: estandartes de los cinco reinos ondeando al viento, cuernos de apertura, tambores que hacían latir el suelo.

Asori, Blair, Mikan y Mikrom aguardaban en la antesala de combatientes, un corredor de piedra húmeda que desembocaba en la luz ardiente de la arena. Al otro lado, se escuchaban los bramidos de la multitud y el llamado de los heraldos.

—Recuerden—, dijo Mikrom, ajustando sus muñequeras de cuero—: hoy hacen avanzar el cuadro hasta cuartos. Es decir, peleas seguidas, sin tiempo para dramatismos.

—Te encantan los dramatismos —bufó Mikan, sentada sobre un barril, balanceando las piernas como si esperara un espectáculo.

Blair no escuchaba del todo. Miraba hacia la sombra del pasillo contiguo, donde un hombre con armadura oscura, casco bajo el brazo, permanecía inmóvil. No lo reconocía; no podía. Pero algo en esa presencia la erizaba. Una densidad helada en el aire, un peso que no era ruido ni olor: como si la noche se hubiera puesto de pie.

Asori lo miraba fijo. Y, pese a llevar el Astral calmado en el torso y hombros, las manos le temblaban levemente. Lo ocultó comprimiendo los dedos.

—¿Otra vez? —susurró Blair, apretándole la muñeca.

—Mi cuerpo... —tragó—. Recuerda algo que no he olvidado.

No había Eryndor hoy para anclarlo con bromas. Solo su respiración, el latido compartido por el Sweet Kiss y la mano de Blair, cálida. Ella no quería mostrarle miedo. Tampoco entendía por qué no podía identificar a ese caballero, cuando otras veces con el lazo había "visto" más de lo que miraba. Como si una neblina—¿un hechizo? —velara el rostro y la esencia del hombre.

—Estoy contigo —dijo ella, sin florituras.

—Lo sé —respondió él, y el temblor cedió medio paso.

Un trueno de cuernos cortó la conversación. Las rejas se alzaron con rechinar de cadenas. El sol derramó su filo sobre la arena.

El palco imperial era un teatro sobre el teatro. Cortinas carmesí, columnas negras, guardias con armaduras lustradas. Y en el centro del balcón, con una elegancia insultante, se erguía un joven de cabello castaño, ojos claros, sonrisa de hierro pulido: Darian, sobrino de Zeknier. Su armadura era más joya que defensa; su capa, más anuncio que abrigo. A su derecha, encadenada a una columna mediante grilletes grabados con runas, estaba Aisha.

Ella llevaba un vestido blanco sencillo, los tobillos y muñecas marcados por el hierro. Era hermosa de un modo que dolía, no por su rostro sino por la compasión en sus ojos: en plena tormenta, miraba como si rezara.

—¡Pueblo de Azoth! —Darian abrió los brazos, la voz amplificada por Astral, untuosa, teatral—. En nombre de mi maravilloso tío, el gran Zeknier, doy inicio al Torneo de la Luz. Los valientes que bajen a esta arena probarán su temple. Uno de los vencedores... —pausa, sonrisa de zorro— recibirá el honor y la generosidad de nuestro Imperio: la Portadora de la Luz.

La multitud rugió. Algunos vitorearon; otros se removieron, incómodos. Darian chasqueó la lengua hacia Aisha como si mostrara una copa exquisita.

—No me decepcionen —añadió, ladino—. Tengo apuestas que cobrar.

Blair apretó los dientes hasta sentir el amargor del metal. Mikan, en un hilo de voz, dijo:

—Qué basura de humano.

—Basura con ejército —murmuró Mikrom.

Aisha alzó la vista. Por un instante, sus ojos encontraron a Blair entre la multitud, y luego—como si un hilo invisible—se clavaron en Asori. Fue un destello, una esperanza que Aisha no entendía. Darian, notándolo, tiró del grillete con una sonrisa torva.

—Mira al suelo cuando respiro, lucecita.

La piel de Blair se encendió por dentro, a medias rabia, a medias pena. El Sweet Kiss, en su pecho, vibró y Asori lo notó, entendiendo que su compañera estaba asqueada y enfadada.

—¡Primeros emparejamientos! —gritó un heraldo en la arena, mientras oficiales sorteaban nombres en brazaletes de madera—. ¡A la arena!

Desfilaron combates. Un lancero de Veltramar que atravesó el suelo en estacas de madera; un monje de Nifelheim que, sin ser portador, congelaba el aire de sus palmas; un espadachín de Caldus que embebía su hoja con Astral ardiente y la hacía silbar. Hubo muertes—rápidas, sucias—; hubo rendiciones; hubo ovaciones sangrientas. Cada uno peleaba por gloria, por dinero, por causas privadas. Y arriba, Darian reía, bebiendo de una copa que un paje le llenaba sin preguntar.

—Todo es medición —murmuró Mikan, ojeando—. Zeknier caza con coliseo.

—Que cace moscas —dijo Mikrom—. Nosotros vamos por la Luz.

El nombre del siguiente combate cayó como una moneda al fondo de un pozo.

—Asori contra Karn de Veltramar.

Un murmullo atravesó la grada: el desconocido que había tirado a Jason en la preselección en un parpadeo, contra un coloso famoso por su lanza y su "racha sin derrotas" en torneos regionales. Las apuestas se movieron como cardúmenes. Un corredor gritó: "¡Dos a uno por Karn! ¡Cinco a uno por el muchacho!"

Blair le tomó el antebrazo a Asori, clavándole una mirada que decía cosas sin palabras: "No te destruyas. Pero gana". Mikan le guiñó, sobradora. Mikrom le golpeó el hombro con orgullo seco.

Asori respiró. No transformarse por ostentación, pero sí reforzar. Dejó que el Astral subiera y abrazara huesos y tendones. No un torbellino de aire, no el brillo blanco; una firmeza interna, una armadura invisible. Sus pasos al salir a la luz fueron de piedra bien asentada.

Karn ya lo esperaba. Dos metros de músculo, piel curtida, trenza de cuero en la lanza, cicatriz que le cruzaba la ceja. Giró el asta haciendo cantar el hierro.

—Dicen que tumbaste a un rayo —sonrió, mostrando un diente de oro—. Veamos si tumbarás un árbol.



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En el texto hay: romance, aventura, fantasía drama

Editado: 01.10.2025

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