El sol caía justo sobre la arena del Coliseo. Los gritos del público eran un rugido ensordecedor, una mezcla de apuestas, expectación y cansancio tras un torneo que ya había mostrado combates memorables.
El juez levantó la mano.
—¡Final del Torneo! ¡Asori contra Mikan!
Las puertas de la plataforma se abrieron.
Mikan apareció primero, caminando con su habitual seguridad. Llevaba la frente en alto, una sonrisa tranquila y ese aire de confianza que hacía que muchos en el público apostaran por ella.
Del otro extremo, Asori emergió. Su cuerpo entero temblaba. Apenas podía mantenerse en pie, cada paso era un suplicio, pero aun así avanzaba con la frente erguida. La semana de entrenamiento, las batallas contra Riven y contra Kael... todo lo había destrozado por dentro. Sin embargo, había algo en su mirada que no había antes: orgullo de guerrero.
Blair, desde las gradas, apretaba las manos contra el pecho. Sentía cómo cada paso de Asori la hacía contener el aliento.
El juez alzó ambos brazos.
—¡Que inicie el combate!
Mikan sonrió... y en ese instante, Asori cayó de rodillas. El silencio se apoderó del coliseo. El muchacho intentó incorporarse, pero su cuerpo ya no respondía. Se desplomó frente a todos.
Antes de que tocara el suelo, Mikan apareció a su lado, sosteniéndolo con suavidad entre sus brazos.
—Ya hiciste suficiente, cabeza de arbusto... —susurró, con una sonrisa que mezclaba ternura y respeto—. Déjamelo a mí.
El público estalló en confusión. Algunos gritaban indignados, otros aplaudían la valentía de Asori. El juez, perplejo, no tuvo más opción que anunciar:
—¡Ganadora del Torneo, Mikan la ninja!
Los vítores explotaron, sacudiendo los muros de piedra.
En el palco, Darian se levantó con una elegancia macabra. Aplaudía lentamente, como un depredador satisfecho con el espectáculo.
—Bien... muy bien —murmuró.
El presentador levantó la voz:
—¡El premio en efectivo para la campeona, Mikan!
El cofre con monedas brillantes fue llevado hasta ella. Mikan lo aceptó con una leve reverencia, aunque su mirada seguía en Asori, preocupada.
—¡Y el segundo premio... para Asori!
Las puertas de la arena se abrieron de nuevo, y varios guardias empujaron hacia adentro a una joven encadenada, cubierta de harapos. Tenía el cabello rubio desordenado, la mirada apagada.
—¡La portadora de la Luz, Aisha!
El público rugió con sorpresa y morbo. Algunos vitoreaban, otros quedaban en silencio ante el espectáculo grotesco.
Asori, aún semiconsciente, la miró y apenas entendió lo que ocurría.
Darian descendió de su palco y caminó hasta él, inclinándose para susurrarle al oído con voz venenosa:
—Te veré muy pronto, chico. Y créeme... no habrá público que te salve la próxima vez.
El estremecimiento recorrió la espalda de Asori, pero no pudo responder.
Blair, con lágrimas en los ojos, corrió hasta Asori y lo abrazó con fuerza, dándole un beso en la frente.
—Lo lograste... —susurró—. Estoy tan orgullosa de ti.
Pero luego se puso de pie, respiró hondo y miró a toda la multitud. El miedo en su interior ardía como fuego, pero el recuerdo de lo que habían pasado, de lo que venía, la hizo dar un paso adelante.
Alzó la voz, clara, firme, con toda la fuerza de su linaje:
—¡Ya no tiene sentido seguir ocultándome!
El coliseo entero guardó silencio mientras la princesa decidió dar un paso que cambiaría el rumbo de las cosas, quitándose la capa, dejando ver su joya-flor y sus cabellos plateados.
—¡Yo soy Blair Julis D'Blank, heredera del Reino de Azoth y portadora del Orbe de Fuego! —exclamó, señalando su joya-flor—. ¡Y juro que no dejaré que Zeknier siga extendiendo su reinado de terror! Acabare con esta guerra como lo que soy ¡Una Princesa!
La reacción fue inmediata. Una mitad del público vitoreaba con fuerza:
—¡La princesa! ¡Es ella, está viva!
Mientras que la otra mitad la abucheaba, gritando el nombre de Zeknier y lanzando insultos.
Darian, desde la arena, se limitó a sonreír.
—Tío... tu plan resultó a la perfección —susurró, como si compartiera la victoria con alguien invisible.
Blair regresó junto a Asori, arrodillándose a su lado. Él apenas podía abrir los ojos, pero la miró con una mezcla de asombro y ternura. Ella tomó su mano y, con lágrimas cayendo por sus mejillas, habló solo para él:
—Asori... ¿recuerdas? Nos conocimos en ese bosque. Te besé sin pensarlo, solo para salvarte la vida. Desde entonces, todo cambió. Vi a un chico testarudo, torpe, que no quería luchar... pero que aun así siempre estuvo allí para protegerme. Vi cómo creciste, cómo te levantaste cada vez que caías, cómo enfrentaste a Jason, a Kael... cómo soportaste lo imposible. —Su voz se quebró, pero no dejó de sonreír—. Y en ese camino... me di cuenta de que no solo eras mi compañero. Te amo, Asori. Yo también te amo.
Las lágrimas de Blair cayeron sobre él, y luego lo besó.
El Coliseo se convirtió en un hervidero. Gritos, vítores, abucheos. Ese beso no era solo una confesión: era una declaración de guerra.
Asori, débil, sintió que el mundo giraba a su alrededor. Pero algo en su interior ardía como nunca. Reunió las fuerzas que quedaban en sus labios resecos y susurró:
—Entonces... yo tampoco puedo dejarte sola en esto.
Sus ojos se abrieron, brillando en azul celeste. El aura blanca volvió a encenderse, suave pero inconfundible y se puso de pie con lo último que tenia de fuerzas.
—Soy Asori Matsuda... portador del Orbe del Viento y ayudare a la Princesa Blair en todo lo que sea necesario para acabar con esta guerra.
El viento sopló con furia dentro del Coliseo, mezclándose con las llamas del Orbe de Blair. Juntos, fuego y viento se elevaron como un estandarte invisible, un símbolo que marcaba el inicio de una nueva era.
El público rugió, dividido entre la esperanza y el miedo. Algunos gritaban sus nombres, otros los maldecían. Pero ya no había marcha atrás.
Editado: 01.10.2025